Evarb

Cap. II

Ares.

Inclino mi cuerpo hacia abajo recogiendo nuevamente una piedra pequeña de la arena con la finalidad de lanzarla al mar que está frente a mí, haciendo que ésta rebotara nueve veces haciéndome sentir un completo imbécil.

 

—¡Oh vamos! ¿dónde está mi súper fuerza como Dios griego? —digo para mí mismo.

 

Vuelvo a recoger otra de las piedras junto a la arena y dirijo mi brazo izquierdo hacia atrás dispuesto a usar la totalidad de mi fuerza; pero para mi sorpresa, soy interrumpido por una voz que he estado evitando toda esta mañana y a decir verdad, ya había tardado en encontrarme.

 

—Señor, disculpe mi intromisión, pero lo esperan en el Olimpo.
 

Dirijo mi vista al soldado que mis tan atentos y queridísimos hermanos han enviado, haciendo caso omiso de su petición.

Así como también hare caso omiso a lo que quieran decirme ellos mismos, porque adivinen qué... no me importa.

Vuelvo a retomar mi posición de hace unos momentos dirigiendo mi brazo hacia atrás dispuesto a usar gran totalidad de mi fuerza lanzando la piedra que rebota más de diez veces perdiéndose entre el mar haciéndome dar brincos ridículos, pues, aunque mis poderes estén algo oxidados, sigo siendo el mismo Ares inquebrantable, el nada más y nada menos que el mismo Dios de la guerra.

 

—Señor, tengo órdenes para llevarlo a la fuerza si es que se opone, no me haga tener que hacer uso de ello, por favor.

Continuó el sirviente leal de Zeus.
 

—Ash...Ash... Ash... ¿ese es tu nombre no? —pregunto lentamente haciéndome el que no sé.

—Es Asher, señor.

—Para llevar tanto tiempo bajo nuestro mando debes saber que por ningún motivo NUNCA se amenaza a un Dios— murmuro acercándome lentamente haciéndolo retroceder unos pasos— ¡Que decepción Ash Ash! parece ser que el mentor que tuviste no te fue de gran ayuda, pero para que veas la gran bondad que porto, yo te daré una pequeña lección para que no lo olvides nunca más.
 

Tomo la daga que siempre porto en mi cinto desenfundándola y emitiendo el sonido del acero rozar con mi armadura. Un pequeño corte no le viene mal a nadie, es más, lo hace ver con más rudeza.

Yo estaba dispuesto a que Ash Ash se viera todo un hombre rudo, por supuesto.
 

—Déjalo en paz Ares.

Proclamó una bella voz a mi espalda.

 

—¡Atenea! ¡Que agradable sorpresa que seas tú la que me lleve con mis hermanos! Créeme que no cabe la emoción en mí —dirigí mi mirada hacia ella con sarcasmo—de hecho, le comentaba al queridísimo Ash Ash lo extasiado que me siento por esta junta, ¿no es así queridísimo soldado leal del Dios del rayo?

Ante mi pregunta éste solo asintió temeroso.
 

—Déjate de juegos. O vienes por las buenas, o tendré que llevarte por las malas —atacó la mujer frente a mí.

—Bieeeeen—alcé las manos en modo de rendición— créeme que con gusto iría contigo incluso hasta al mismísimo inframundo—la mire—tenemos una charla pendiente Ash Ash, no te me pierdas tanto, picarón.
 

Me despedí de él y me fui como un lobo siguiendo los pasos de la Diosa de la Sabiduría.
Todo en ella era simplemente incomparable. El cabello dorado caía por su espalda con pequeños rizos que le daban un toque salvaje. Sus facciones delicadas, pero a su misma vez rudas hacía provocar que la mirada de cualquiera se centrara en ella.

Y su cuerpo... ese cuerpo tan...
¿Qué pasaría si le tocara una de esas piernas que desean ser saboreadas por mí?
 

—Ni lo intentes ni lo pienses —dijo desenfundando rápidamente su espada y poniéndome el filo de ésta exactamente sobre el cuello.

Hasta parece ser que me leyó la mente.

—No lo intento ni lo pienso, anotado —subí mis manos a mis costados inocentemente.

En respuesta, ella volvió a guardar su espada y comenzó a caminar dejándome atrás y saliendo de la arena.

Corrí unos pasos y nos adentramos al bosque con la finalidad de llegar pronto al templo. Para mi suerte, han convocado una reunión con suma urgencia en el Olimpo.

Al parecer mi bromilla ya se dió a conocer y el enojo de mis hermanos se ve palpable a kilómetros.

Me atrevo a decir que vale completamente la pena poner de vez en cuando a los Dioses en aprietos para bajarlos un poco de la nube que, claramente ellos mismos se dedicaron a elevar.

Estoy seguro que ya se enteraron que envié convocatorias a los pueblos cercanos para conseguir soldados... Soldados que yo mismo lideraré.

Mi idea surgió una noche después de que me di cuenta que mis dones tenían que permanecer y no ser escondidos. Hace años lideraba tropas, ejércitos completos, pero después de mi pelea con Kratos no me permitieron más el uso de armas ni de soldados a mi disposición.

Bastante triste, por cierto.

Aunque los años ya hayan pasado, mis hermanos cada que tienen oportunidad buscan la manera de echármelo en cara.

El Olimpo nunca olvida.
 

—Es una pena que madre no esté aquí para respaldarme —dije fingiendo tristeza y lo suficientemente alto para que Atenea me escuchara.

—Si crees que desatando muertes ella bajará, no será así, su advertencia fué lo suficientemente clara para todos. No sé cuál sea tu propósito, pero te aconsejo que lo dejes ir ya.
 

Recuerdo perfectamente las palabras de Rhea: "Un problema más y serás el responsable Ares, actúa con cautela o serás castigado con severidad"

Y después de eso jamás volví a verla. En sí, fué después del enfrentamiento con el estúpido de Kratos.

Hubiese ganado yo si nadie se hubiera entrometido, una muerte más, una muerte menos, ¿Qué más da? ¿Cuál sería la diferencia? ¿Un cadáver?

De volverlo a recordar me empieza a hervir la sangre.

Rhea fue una gran madre, pero su ambición por gobernar los cielos pudo más que ella dejándonos a nosotros en una tierra desconocida. ¿Quién deja a sus hijos de esa manera? No es que esté enojado, pero, ya se han ido cuatro de mis hermanos y eso no pareció importarle.




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