Evelyn |libro 2 Saga Inmortal|

Cap. Diecisiete

Ivoh mantiene una botella de vino aferrada en una mano mientras observa la tormenta de nieve a través de la ventana, lleva sentado en su escritorio más de una hora y media aproximadamente; en su otra mano sostiene la única foto que tiene con Evelyn y es aquella que alguna vez Draco les tomó cuando la chica tenía apenas cinco años y había obligado al inmortal a dejarla peinar su cabello, su Evelyn…

“¿Señor Ivoh, por qué no puedo jugar fuera?”

“¿Planeas tenerme aquí encerrada sin hacer nada?”

“¿Qué? ¿Por qué no? No soy una muñeca que se quiebra fácilmente” 

Aquellas preguntas que alguna vez ella le hizo revuelan en su mente, la culpa carcome su alma de tal manera que ni siquiera se siente digno de llorar. Pensar que si él nunca hubiera ido por ella, que si nunca la hubiese llevado a la mansión quizás, tal vez, estaría con vida ahora y sana y salva al lado de Armes pero eso ni siquiera puede comprobarse, solo puede consolarse sabiendo que le dio cuanto pudo y que las últimas decisiones que tomo por ella fueron por su propia seguridad o al menos, intentó que así fuera.

― MI linda mestiza ― susurra dándole otro trago a la botella y notando un leve mareo en su cabeza.

― ¿Planeas estar así mucho más? Me aburre verte siquiera… ― Bram sonríe.

― Tengo el derecho, ¿No? ¿O también eso vas a quitarme? ― pregunta viéndolo.

― Te pones atrevido cuando bebes, pero voy a dejar pasar este comportamiento porque estas de luto ― añade ― No te preocupes, hay muchas mujeres en el mundo, humanas, vampiras, lobas, elige la que te plazca y te la traeré de regalo por haber sido tan obediente.

― No, gracias ― bebe nuevamente.

― Como gustes, te dejo en tu mar de pena ― desaparece por la puerta del despacho y el silencio llena la mansión tras el portazo de la puerta de entrada.

No hace mucho estaba alegre, la casa llena de luz y música pues la pelinegra se encargaba de poner algo de comodidad y naturalidad al ambiente, era normal verla correr junto a Draco mientras alguna travesura se consumaba o reír hasta no poder más y que el estómago doliera con las charlas de Calendra e incluso los sirvientes –como Alfred y los guardaespaldas- disfrutaban de la compañía de la chica y de poder entablar conversación con ella; quizás era ese toque humano que conservaba, quizás era esa forma cálida de ser que había heredado probablemente de aquel hombre que le hicieron creer era su padre y que tiempo después lloró como si la sangre los uniera.

Quien sabe, había muchas cosas que estaban mal, que eran difíciles para ellos pero estaban felices de poder tenerla en la familia, de que hubiera llegado para ponerle ese no sé qué que les faltaba; tal y como Ivoh hizo con Draco y Calendra cuando apenas se conocieron al llevarlo Absalón a su hogar.

Por su parte, el mayor de los varones Coll no pretende quedarse bajo el techo del lugar esta noche, se coloca su abrigo y emprende la carrera apenas sale del edificio; hubiera sido más fácil conducir pero de esa manera podrían identificarlo y la velada se vería arruinada.

Dando saltos a gran escala recorre el bosque de árbol en árbol, se detiene observando a su alrededor, cerciorándose de que nadie lo sigue y vuelve a emprender su rumbo; kilómetros más adelante puede ver la casa de Kauris y sus inmediaciones, ansioso suspira esperando que Diana haya hecho lo que le pidió y pueda verlo en los jardines traseros.

― ¿Dónde está? ― susurra nervioso.

― Aquí ― le devuelven el susurro para que voltee sorprendido.

― Diablos, vas a matarme ― sonríe viéndola aparecer.

― ¿Qué? ¿No lo viste venir? ― ríe ― Creí que podías sentirme.

― Sí, pero los nervios me consumen y la concentración nunca ha sido lo mío ― se encoge de hombros divertido.

― Ajá ― toma su mano ― Vamos, no podemos quedarnos.

La joven lo jala incitándolo a correr detrás de ella y ta acción deja encantado al chico, saltando las enormes rejas y evadiendo los escoltas gracias a las habilidades telepáticas del vampiro –quien implanta imágenes falsas en sus mentes logrando que crean que en realidad no están ahí- pronto se ven libres de aquella prisión y con todo el bosque como secreto testigo de su escape amoroso.

Draco observa los árboles, gigantes, magnánimos cubiertos de una blanca, helada y espesa capa de nieve y sonríe teniendo una idea; toma en sus brazos a su acompañante para trepar fácilmente hasta la cúspide de uno de esos ejemplares y posarse entre sus ramas, sonriente se acomoda mejor con la chica acurrucada en su pecho.




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