Evelyn |libro 2 Saga Inmortal|

Cap. Treinta y Nueve

Observa a su alrededor con detenimiento, no se siente segura de haber escogido el camino adecuado a casa de su padre. Según recuerda, todo se ve igual con tanta nieve, no puede guiarse por algo específico y sigue caminando con rapidez, ¿Acaso se ha equivocado de camino? ¿Ha olvidado por donde caminó la última vez que estuvo en esos alrededores? ¡Imposible! ¡Era como un juego para ella recordar absolutamente todo! ¡No podía olvidar tan fácilmente!

Se detiene  de vez en cuando jugueteando con la nieve, tocándola, lanzándola hacia arriba para que caiga sobre ella y riendo al sentir su frialdad, aunque su mente está hecha un caos y hay cosas que no puede entender eso no le impide que su niñez aflore cada que tiene oportunidad, que le permita hacer lo que todo niño en el mundo debe; jugar, disfrutar, imaginar, explorar… después de todo apenas ha llegado al mundo hace dos años aproximadamente, su edad humana sería aproximadamente de unos siete u ocho años –físicos- aunque su mente pareciera mayor en ocasiones.

― ¿Dónde era? ― se pregunta mientras camina entre los árboles y se lanza a la carrera molesta.

A escasos metros de allí Sam descansa tendido sobre la nieve en su forma animal, adora la sensación de libertad que obtiene al transformarse, la manera en la que sus penas y preocupaciones humanas desaparecen cuando la enorme bestia surge; alzando la cabeza y moviendo sus orejas logra captar algunos sonidos, crujidos, quizás algo rompiéndose, juraría que son pisadas veloces y ligeras pero no reconoce algún patrón específico que pueda darle indicios de quién o qué corre suelto por ahí.

Poniéndose de pie observa a su alrededor con cautela olfateando a la vez, sus habilidades auditivas y sensoriales le dan algo de información y emprende la carrera.

Por su parte Gaia sonríe de oreja a oreja al ver la entrada de la enorme mansión frente a ella, parece un castillo sacado de alguna novela antigua y no hay mejor cosa que investigar a fondo lo que nos produce curiosidad –pero a veces la curiosidad inexperta causa peligros inimaginables-; subiendo las escaleras de a saltitos mientras cuenta estos logra llegar hasta la majestuosa puerta –al menos así se ve ante sus ojos y desde su porte-, su corazón late extrañamente pues la igual que su madre posee uno particular y diferente al de un vampiro común pero está segura que esa emoción que amenaza con desbordar su cuerpecito, con hacer que sus ojos se salgan de sus cuencas sin querer dejar de captar y grabar en su memoria todo lo que se encuentre en el lugar es a causa de los nervios de ver nuevamente a su papá; de poder “conocerlo” oficialmente.

Abre la puerta con esfuerzo, es pesada y raramente no tiene seguro, asoma la cabeza observando el interior y sonriendo, es tal cual lo imaginó; grande, elegante, espacioso, llamativo, como el hogar de una familia real de esas que solo encuentra en sus libros de lectura, con grandes dibujos ostentosos y fascinantes colores vivos.

― ¿Disculpe? ― Alfred la observa desde un lado de la sala, toma sus anteojos colocándolos sobre el puente de la nariz para verla con mayor claridad. ― ¿Quién es usted?

Gaia retrocede unos pasos, observa al anciano con desconfianza hasta que su olfato agudo le indica que la sangre humana corre por sus venas y eso la lleva a menguar su guardia y contraer nuevamente las garras que han salido de sus manos casi de manera involuntaria, como un acto reflejo provocado por el miedo y la sorpresa.

― ¿Estás perdida nena? ― pregunta el hombre notando la sensación de estar repitiendo un momento ya vivido.

― No ― niega ― Quiero ver a mi padre.

― Creo que estás equivocada, tesoro, aquí no hay nadie que tú puedas conocer ― responde con amabilidad viendo a Gaia fruncir el ceño.

― ¿Alfred? ¿Tenemos vistas? ― La voz de Ivoh se hace escuchar y unos segundos después el vampiro entra en la sala buscando al supuesto recién llegado.

― ¡Papá! ― la pequeña pelinegra corre atravesando la sala y lanzándose a los brazos de Ivoh en cuanto este se acuclilla para recibirla ― ¡Por fin te veo papá!

― ¡Gaia! ― La estrecha sonriendo mientras Alfred observa todo con una mezcla de asombro y cariño. ― ¿Cómo llegaste aquí? ¿Dónde está Vlad? ¿Tu madre también vino?

― No ― susurra desviando la mirada ― Mamá está en la villa con una mujer, vine sola…

― Es muy peligroso ― acaricia su cabello ― Tienes que regresar.

― No ― solloza ― Por mi culpa mamá no puede salir de allí, ella quiere cuidarnos de un hombre malo y por eso se siente mal.

― No es culpa tuya, ni de tu hermano ― niega rápidamente.

― ¿Somos un error? ― pregunta con dolor gravado en sus ojos, lleva tiempo pensando así y su hermano igual solo que no es tan abierto a las emociones como ella –al igual que ocurrió con Sophie y Milo, los mellizos son el opuesto del otro-.




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