Evermore: niños perdidos

I

 

 

Esa noche, la luna yacía en la parte más alta del cielo. Compartía espacio entre nubes y aves nocturnas, dentro de la bruma de una niebla espesa, mientras la oscuridad misma se advertía, pesaba, cuanto más alejado estabas de la fogata.

Las sombras de las historias quedaban talladas en el terreno, unidas al sonido en las voces alrededor del fuego que, en un tono muy suave, se deslizaba por la madera de cualquier árbol que allí había. Escalaba entre caminos marcados, producto del avance de los años en la corteza, y por encima de las hojas de cada rama, ligero, se abanicaba vibrando desde la base hasta el tramo más alargado en el ápice para luego desaparecer junto al aire con sutileza.

La imagen del lugar, visto desde lo alto, mostraba un pequeño anillo de luz sustentado mediante una fuente cualquiera ubicada en el centro. Estaba rodeado por muros rejados que no eran continuos: columnas ruinosas de roca, tan densa como ninguna, talladas a partir del granito o tal vez mármol, y rejas metálicas deformes que el tiempo había tirado a un lado con ayuda de alguien o algo.

Cubriéndolo todo, la penumbra alrededor mezclaba negro y vegetación en tonos de bajo contraste. Absorbía gran parte, mas no todo lo que en natura habitaba. Disimulaba a medias la figura de un “alguien” abrazado al costado de un árbol de pino, con su cara cubierta a la mitad por el tronco; la otra, en cambio, apenas iluminada por la difuminación de las chispas.

A esa distancia, rara vez podías oír susurros entre quienes rodeaban los leños ardiendo. La mayoría juntos bajo un mismo sonido inseparable, opacado por el espacio entre aquel árbol y la luz. El nivel de silencio alternado era tal que quien ponía mucha atención a las vibraciones en la corteza no percibía nada más. Asimismo, permaneció escuchando, aun si mientras lo hacía, alguien que cuidaba no causar tanto ruido se movía sobre el boscaje a sus espaldas.

Dejó ir su aliento apenas hubo visto un bicho que surcaba la madera: flaco y rojo, moteado en negro. Para ceder paso, despacio, sus manos se acomodaron a la forma del tronco, incluso a pesar de ser eso, un insecto.

No parecía peligroso, no como una hormiga bala (Paraponera clavata), usada en la ceremonia de iniciación y con la cual pudiera haber tenido relación, si aún no fuera el caso, en algún momento de su vida. Aún así, es común pensar que siempre resulta mejor evitar. Allí sobraba el protocolo, quedó claro. En lugar de ser osado, todo parecía metódico para aquellos que abandonaban las ruinas. Razón por la cual nadie más, solo él, merodeaba el bosque.

Absorto, buscaba entrecerrar el ojo más externo al tronco, pues el otro ya lo estaba después de acercarse a escuchar. «Ese sonido de nuevo», pensó, mientras al unísono por un susto fue interrumpido. Una mano muy pálida se posó en su hombro y era posible apreciarla a causa de los pequeños dedos que sobresalían de la manga.

—¿Qué haces? —preguntó una voz suave que, a los pocos segundos, calló sin decir nada más.

Ante la sorpresa, tragar hondo ayudó a calmar las ansias. Hizo una de esas cosas que sirven para disimular el miedo y respondió con la típica naturalidad de saber quién está detrás.

—Intento escuchar algo a lo lejos, solo eso —respondió. Luego alejó su cuerpo del árbol—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás con el resto?

Aquella joven fue elegante. En tanto él hubo dejado caer su mano, la retiró con mucho tacto. La llevó a su cara y apartó el cabello que cegaba uno de sus ojos. Ahí la acomodó, junto a una opinión “asertiva”.

—Es decir, hablas con los árboles. Sabes, no es mi problema, de verdad. La mayoría tiene miedo y, bueno... pienso que es algo muy natural en esta situación. Pero ¿abrazar un árbol?

—Pero qué... Aclaremos esto, no intentaba abrazar al árbol, ¿está bien? Tampoco podría explicarlo —dijo indignado. Lo disimuló rápido cuando usó la mano para cubrir su rostro.

—En cualquier caso, creo que sigue siendo tu problema, uno muy serio, aunque no soy quien para juzgarte. Deberías volver. Espero que tengas algo que decir, está claro que todos se preocupan.

Acto seguido, la joven dio media vuelta y se retiró rumbo al origen del resplandor. El vaivén de sus piernas dejó dos figuras claras entre tanta oscuridad, aunado al hecho de que la parte superior de su ropa caía sobre la inferior, tapándole, dando la impresión de solo vestir una sudadera oscura que escondía sus brazos hasta la punta de los dedos.

La necesidad de mantener una conversación había desaparecido segundos después de ver a esta niña marchar, mas él sentía que tenía tanto por decir. «¿Quién se cree...?», pensó. Así partió en la misma dirección con la cabeza llena de ideas, intentando justificar el por qué no estaba haciendo lo que ella dijo que él “hacía”. Guardó sus manos en los bolsillos del pantalón, a la vez que murmuró para sí mismo: «Estúpida Lilith...».

De entre los árboles, una lechuza de gran tamaño alzó el vuelo en cuanto Alan hubo abandonado el sitio. El animal voló hasta perderse en la noche, invulnerable al brillo de las ruinas.

—Verán, si apagamos la fogata no habría problema. Tendríamos la luz de la luna sobre nosotros, así de plena —dijo un niño de cabellos claros. Sentado al fragor de las llamas, dejó ver su pijama rayado en azul mientras señalaba el cielo con su dedo—. Sería tan capaz de iluminarnos, pero se vuelve algo inútil si existe una luz como la del fuego enfrente —concluyó, mostrando las palmas a la lumbre.

—Claro, sería interesante —añadió otro a pocos pasos. Suspendía en su mano un reloj de bolsillo, atado por una fina cadena a su pijama diseñado en verde—. De hecho, ¿qué te parece si apagamos esto ya mismo? Solo podrías morir de frío, y contigo nosotros, aunque es hipócrita al venir de ti porque no disfrutamos tanto del fuego como tú. La idea de morir no me atrae, y haces que suene muy simple. —Poco después, el reloj quedó oculto en cuanto hubo cerrado la mano.



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En el texto hay: misterio, accion, magia

Editado: 23.06.2023

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