Inicialmente, Roberta no habría dejado a su nieta asistir al baile, pero en la puerta de su casa estaban Evie y Cristine casi casi rogando, y no había mucho que pudiera negar ante esas peticiones, que le parecían demasiado cargadas de inocencia.
Pero Roberta fue fácil de convencer en relación a Katy, que pensaba que aquel baile era una burla hacia su persona, y que asistir no sería más que un acto de alienación.
—Eres demasiado frígida ¿Lo sabes, verdad?—Crisitine tenía la habilidad de hacer enojar a todo mundo.
—¿Por defender lo que creo?—Katy puso sus brazos a los lados de su cuerpo, en forma amenazante.
Cristine, que le llevaba una cabeza de estatura, no se inmutó.
—Por no dar espacio a divertirte, nadie te pide que dejes de estar fuera de la rebelión, después de todo, no tienes opción.—Cristiene bufó.
—Opción no vas a tener tú, cuando acabe contigo.—Katy se encuadró, dispuesta a enseñarle a Cristine de que estaba echa, a golpe limpio.
—A veces parece que quieren asesinarse mutuamente.—Evie las veía acomodarse, dispuestas a darse de golpes.
—El día de hoy Katy está muy temperamental, ya sabes, asuntos de la edad, como envejece cada día, hasta el cabello lo tiene cano.—Cristine había bajado las manos, pero su tono grosero perduraba.
Y era cierto, su cabello estaba encanecido en muchas partes.
—Estuve probando unos hechizos, pero no han salido del todo bien.—Katy frunció el ceño.
—Será un baile de máscaras, al puro estilo victoriano, y pienso que se te daría bien.—Evie intervino con entusiasmo.
—Siempre soñé con un baile de máscaras al estilo victoriano, con mis amigas vistiendo ostentosos vestidos.—Katy rodó los ojos.
—De echo, yo sí lo soñé.
—Y como los sueños de Evie son muy válidos, debemos ir.
La recepción en el castillo del baile era de cuento, en la sala principal, había sillones y sofás de madera tallada en ondas, con cojines arreglados hasta los dientes, en tonos pasteles, dorados, y beige, abundaba la seda y el satén, los encajes y las formas curvas en los muebles, que iban desde mesas hasta preciosos banquitos.
Había espejos de bordes dorados, y del techo colgaba un candelabro que iluminaba tenuemente la sala, en las paredes habían cuadros de brujas famosas de la época, y olía a flores, que estaban a su vez, dispersas por todo el lugar, la habitación estaba pintada de blanco, pero en las paredes se observaba el relieve de la decoración, los vetustos muebles despedían olor a madera recién cortada, la alfombra era beige, con motes en café, terriblemente fea, y parte de la decoración era una serie de pesados y viejos libros.
—Parece la casa de tu abuela, Katy, pero huele mejor.—Cristine le picó, pero no hubo respuesta.
—¿Por qué las personas leen aquí? Que pretencioso.— Katy observaba el lugar, y se percató de que más de un varón estaba leyendo.
—Lo curioso es, que más de una va a voltear a verlos, oye, mira, Cristine ¿No es ese tú chico?—Evie soltó una risita.
En el fondo del salón, estaba él con sus piernas cruzadas, leyendo uno de los viejos libros, como un chico más de los pretenciosos, Evie y Katy se burlaron, pero Cristine las miró furiosa, luego recuperó la compostura y molesta se alejó en dirección al bar, que estaba en el segundo piso, dejándolas solas.
—Cuando nos dan los mapas, lo primero que Cristine busca es el bar.
—No la culpo, tienen muy buena selección de vinos, eso me ha dicho mi abuela, que no deje de beber buenos vinos, es más, deberíamos ir por unos.
—A mi, no me gusta el vino, Katy.
—Ya lo sé, a mi tampoco, pero creo que deberíamos estar cerca de Cristine, me preocupa un poco que esté sóla, por alguna razón siento que debemos estar juntas.
—Dudo que quiera tenernos allá, pero me parece justo ir, una chica me dijo en el comedor que Cristine cuando se embriaga es muy graciosa.
—Mi abuela me dijo que tuvierámos cuidado.
—Espero que sea porque es una mujer preocupada, de verdad lo espero.
Cristine bebía con ganas, era la más extrovertida de las tres, la media hora que habían estado ahí, ella había estado perreando con un chico, en su vestido de princesa y con música de mozart, era gracioso, ciertamente, pero parecía liberador.
Luego de un rato, Cristine volvió con ellas, traía tragos dobles para todas, y se pusieron a bailar. Fueron a la pista de pelotas, corriendo a las jóvenes brujas, más por la incomodidad que directamente.
—¿Queréis ver que puedo hacer?— Cristine alzó las manos, luego se cayó de espaldas.
Unos minutos después, estaba haciendo levitar todos los juegos para niñas, lo que terminó de correr a todas las presentes en la sala, que creían que Cristine se había vuelto loca para ese momento.
Katy por su parte, nunca fue muy fan del alcohol, y era la más sobria de las tres, por lo que servía de juez en un torneo de magia entre Cristine y Evie.
Mientras servía de juez en el duelo de magia, Katy se percató de que nadie llevaba trajes de Canbry, porque no tenían ninguno relacionado para la ocasión, y que su magia estaba fluyendo con libertad, básicamente, su única protección, era su propia magia. Evie le provocó un resbalón a Cristine, con agua en el piso, ella en respuesta, le quemó un mechón de pelo. Cristine la hizo levitar, Evie le congeló los pies.
Y en unos minutos, los asistentes al baile estaban viendo el duelo, englomerados en la estancia, esquivando las esquirlas y las llamas.
Con el alcohol en su sistema, Evie se encontró en valor, y luego de un rato le aventaba a Cristine las cosas con facilidad, incluyendo las casitas de plástico, y los columpios, ella a su vez, se encargaba de destrozarlos conforme llegaban, o en su defecto, de mandarlos de regreso.
Tras unos cortes en el rostro, y vestidos rotos y quemados, el caos comenzó a aparecer, con brujas enfrentándose por todas partes, lanzando hechizos, y elevándose en el aire, todo un espectáculo.
Editado: 07.08.2021