Karasi había escuchado historias de lo que podía ser el exterior, pero ninguna era 100% creíble ya que los que se marchaban jamás regresaban.
Lo que si sabía seguro es que habían ruinas cerca, porque su madre salió solo hasta la entrada subterranea cuando era adolescente, el calor era sofocante, pero ella anhelaba ver que había más ayá, al asomar su cuerpo y que el sol tocara su piel tuvo que entrar corriendo y muy adolorida, gracias a eso tenía grandes quemaduras que la niña recordaba muy claramente.
Al salir a la superficie y ver como era todo realmente, sintió un dolor muy fuerte en el pecho. Mamá le había enseñado a leer y la anciana a veces le dejaba junto a su comida un libro para que supiera como había sido el planeta antes de la devastación.
Recordaba la descripción de bellas zonas verdes llenas de árboles, aves, cielo azul, nubes blancas. Pero esto ¡esto no parecía haber tenido vida jamás!
Veía a su alrededor y solo era arena, el casco del traje limitaba su visión, pero lo que más le impedía ver eran sus lágrimas.
Soñaba poder observar personalmente aunque sea una mísera hebra de césped, pero ese sueño se esfumó al salir de su pueblo.
El calor casi insoportable le hizo recordar que debía avanzar si quería llegar a las ruinas para refugiarse antes de quedar congelada.
Apretó con todas sus fuerzas a su fiel amigo contra su pecho y comenzó a caminar rápido, por suerte el calor no era tanto como para no poder aguantarlo con el traje pero aún así era mucho. Las temperaturas debían haber descendido desde los último años.
No sabía que iba a hacer luego de estar ahí, no sabía si había algo después de ese lugar, ni siquiera estaba segura de poder llegar a algún refugio. Ella sólo siguió caminando con la esperanza de un futuro mejor.
Al cabo de hora y media, al principio con calor abrazador y luego ya con frío, vio el edificio más cercano y comenzó a correr.
Al entrar sintió algo de tranquilidad, pero el frío ya comenzaba a calar sus pequeños huesos.
Recorrió el lugar esquivando y saltando escombros, se arrastró por algunas zonas para lograr avanzar, le dolía el cuerpo y se sentía exhausta.
Al llegar al centro de aquel gigantesco montón de basura se tropezó con un enorme trozo de cartel que tenía escrito ''Centro Comercial'' no pudo saber el nombre del lugar porque la otra parte del cartel no estaba a la vista.
Extendió su juguete al frente, posicionandolo de manera que quedaran cara a cara y comentó –Hemos llegado hasta aquí Amigo y aunque ya casi no aguanto tanto dolor por el frío, no me voy a rendir, ya verás te daré toda la comida y el agua que desees sin que tengas que racionarla, te lo prometo– y sus ojitos se llenaron de lágrimas una vez más.
Estaba entumecida por el frío y casi sin fuerzas por el hambre.
Colocó el brazo hacia atrás para poner a su muñeco en la bolsa de harapos que llevaba en su espalda y sin querer el juguete resbaló de sus manos, cayendo sobre el cartel que yacía inclinado y deslizándose por él hasta caer en un hueco entre los escombros.
Karasi intentó alcanzarlo pero no lo logró, o el hueco era muy profundo, o su brazo muy corto.
No pensaba moverse de ahí hasta no tener nuevamente consigo a su fiel amigo.
Intentó mover los escombros pero pesaban demasiado, tomó una varilla gruesa que encontró e intentó hacer palanca para mover las vigas, al ver que nada surtía efecto comenzó a caminar dándole la vuelta a la zona donde cayó su peluche. Vio unos trozos de escombros más pequeños que el resto y sacando fuerzas de donde ya no habían, comenzó a despejar el lugar dejando a la vista un hueco por el que ella pasaba sin problemas, lo malo era que no veía nada, por lo tanto no sabia que había del otro lado.
Volvió a recorrer el lugar, estaba segura de haber visto tubos que al pisarlos, brillaron; los encontró, tomó todos los que pudo y volvió corriendo al rescate de su muñeco.
Se quitó la bolsa que llevaba colgada, quebró una vara luminicente y pasó por el agujero. Del otro lado habían escaleras que descendían y no muy lejos divisó a Amigo.
Tomó la bolsa que había quedado del otro lado y pudo notar que ya comenzaban a congelarse las zonas que no alcanzaba a cubrir lo que quedaba del techo.
–Amigo, ya no podemos volver a salír por hoy, se que los dos tenemos miedo, pero prometo protegerte siempre sin importar nada más, busquemos donde refugiarnos por ahora– Karasi tomó su peluche y bajó por las escaleras.
El lugar era muy oscuro, pero no tan frío como arriba. Encontró un local que parecía ser de venta de comida y productos para el hogar.
Todo incluyendo las estanterías estaba en el piso, había comida amohosada y dura pero entre tantas cosas también habían latas sanas con sus productos aun en buen estado, más al fondo encontró botellas de vidrio sanas y con agua.
–Amigo ¡esto es el paraíso!– exclamó la pequeña con tanta alegría que no recordaba haberse sentido así jamás.
Hizo una pila de papeles en una zona que limpió y encendió el fuego con unos fósforos que encontró, ya con la luz de la fogata, desarmó algunas estanterías de madera que estaban desclavadas por el impacto al caer al suelo, arrojó la leña al fuego y luego de comer y beber a gusto como nunca antes y con su pancita llena, se durmió calentita y sin llorar por primera vez en mucho tiempo.
Soñó con ese lugar verde y hermoso que desearía poder conocer.
Al despertar desayunó, y aunque estaba realmente feliz sabía que no podía quedarse ahí.
En algún momento la comida y el agua se acabarían y los únicos locales a los que podía acceder eran de deportes, juguetes, ropa y calzado, el resto estaba totalmente inaccesibles a causa de los derrumbes, otro riesgo que corría al mantenerse ahí.
Investigó el resto de los locales, recogió ropa de abrigo gruesa (mucha), unas botas para nieve, una mochila de campista la cual llenó de agua y comida entre otras cosas que creyó útiles.