Luego de regresar al castillo, me eché a la cama. Este día había sido horrible; después de alejarme de Lena y de que me hiciera sentir peor de lo que ya, oí a varias personas hablar de mí, de la “Princesa”, muchos piensan que estoy abandonando al reino ¿No entienden el peligro que corren? ¿No saben que pueden ocurrir desgracias si vuelvo? Obviamente no. Nadie sabe y nadie entiende.
Encontré una callejuela donde pude esconderme, no quería que nadie me viese llorar, ni mucho menos que los caballeros del Rey Auguste me encontrasen. Estuve ahí bastante tiempo, hasta que escuché a una multitud advirtiendo el avistamiento de un dragón. No era necesario ser un adivino para saber de quién se trataba.
Corrí tan rápido como pude, tal vez no podía ayudar a Lena con fuerza, pero tenía un poco de cenizas sagradas que usaba para invocar a Plata. Solo era cuestión de arrojarla y pronunciar su nombre, lo demás es historia.
Tres días después ya estaba volviendo a mi rutina diaria: encargarme de los borregos, hablar con Bergen, incluso le di un buen cepillado a Natch, y con el consentimiento de nadie, fui a por mí máscara y monté en él. Quería ir a asearme al manantial, porque aunque no lo crean, en esta inhóspita y helada montaña, hay un cálido manantial que siempre estaba oculto a ojos de viajeros, a pesar de que en las noches emanara un brillo propio, como si aún fuese de día; también hacia un viento cálido como si fuese verano y había tantas flores como en primavera. Era un lugar bastante extraño porque al parecer, le llevaba la contraria a la naturaleza de la montaña. El agua salía de un enorme bloque de hielo, pero lejos de ser fría, era cálida y refrescante además de cristalina, podía reflejarme en ella y a la vez ver el fondo y la escasa fauna que vivía ahí. Estaba rodeado con un césped verde y vivo, además de varias flores que le daban un aroma natural exquisito. En días de sol podía descansar debajo de un solitario sauce llorón que dejaba caer sus hojas en el agua, mismas que viajaban con la corriente y se perdían a la distancia.
Me quité la ropa, no podía esperar más. Entré al agua y mis problemas se las llevó la corriente. Dentro podía nadar y abrir los ojos sin problemas, aunque después sintiera ardor. Había un par de ninfas de agua que aunque nunca he podido ganarles, siempre me ha gustado jugar retas de velocidad con ellas. Mi collar parecía flotar frente a mí, recordándome que tenía que volver tarde o temprano, no le hice caso y seguí jugando. Sacando pocas veces la cabeza del agua, pues era muy buena reteniendo la respiración, me dejé llevar por las risas y juegos de las ninfas, que no eran más que figuras hechas por el agua.
Gracias a esas horas lavándome, me sentía renovada, estaba lista para salir. Al sacar mi cabeza del agua, noté que no estaba sola: sin prenda alguna, sentada en la orilla, con los pies metidos en el agua, estaba Lena; tenía la mirada perdida hasta que se dio cuenta de mi presencia. Sé que no nos vimos con ojos agradables... Entonces recordé que yo también estaba desnuda y sumergí mi cuerpo hasta los hombros.
—¿Qué haces aquí? —dije, tratando de no ver su cuerpo.
—Te estoy siguiendo porque quiero matarte ─Su sonrisa mostraba tanto una broma, como una verdad.
—¿Qué? —dije asustada.
—Sólo vine a asearme, Princesa, pero si su majestad lo ordena, me iré ─Hizo una reverencia ostentosa y aprovechó para meterse al agua, la vi cambiar de cuerpo bajo el agua.
—Haz los que quieras. Yo ya me iba —Salí del agua y tomé mis cosas. Me volví a poner mi blusón y me envolví en una capa de lana para no sentir frío.
Antes de irme recordé que, aunque casi la matan, Lena no dijo nada a Plata ni a Sigurd. Nos atraparon, claro, pero no fue por su culpa… y… a decir verdad, hacía tiempo que no iba al pueblo. Me divertí bastante con los títeres, nunca había visto una función…
—Oye —Lena me respondió con un gruñido, lo cual interpreté como un “¿Qué diablos quieres?”—. Gracias… por no decir nada…
Sus ojos se entornaron, buscando un atisbo de burla en mi rostro. Sin emitir sonido, giró la cabeza hacia otro lado y la dejó caer en el agua, salpicando. Llamé a Natch que estaba pastando cerca, monté y me fui.
Caminando por el bosque Natch comenzó a tirar de la brida un poco, él era uno de mis mejores amigos; a veces creo que entiende como me siento porque sabe cómo reconfortarme… lamiéndome la cara o sacudiendo el cuerpo para que yo reaccione y me sujete más fuerte. Luego de eso, sale corriendo.