No estaba muy contenta sobre el hecho de que Lena se haya ido sin despedirse, pero bueno ¿Qué más podía esperar de esa dragona que repudia a los humanos?
El día después de mi cumpleaños me la pasé en mi alcoba, nada raro, lo sé, a pesar de que usualmente salía a dar una vuelta a los ya mil veces recorridos pasillos o tocaba el laúd, pero hoy no tenía muchas ganas de hacer algo productivo. Recordé entonces, que había una pared en la torre de homenaje, justo debajo de los almacenes; era un buen lugar para hacer una nueva pintura. Seguramente estaba sucio y tendría que limpiarlo. Así pues, dediqué varios días en quitar telarañas, polvo y residuos de ratones para dejar limpio mi nuevo lienzo. A la mañana siguiente, caminé por los pasillos ocultos y llegué directo al lugar que me pedía a gritos una nueva remodelación. Tomé las tizas, me paré frente a la pared… y nada…
—¿En serio? Ni siquiera un árbol se me viene a la cabeza.
Cerré un ojo, puse una mano frente a mí, di vueltas en mi lugar e incluso miré la pared por casi medio día, mas nada se me ocurría. Vencida, me senté en el suelo y sin querer rompí unas tizas blancas que se habían escapado del estuche.
«Genial, ahora tendré que pedirle más a…» Lena… —Tomé el polvo blanco con mis dedos y luego miré la pared— ¡Ya sé!
Sí, tal vez es raro pensarlo, pero Lena tenía un rostro muy bonito, su tono de piel, sus pómulos, sus labios, cejas, colmillos e incluso el gris infinito de sus ojos ¿Gris infinito? ¿Eso existe? No tengo ni idea, lo que sí sé es que tenía mucha tiza gris.
Hice y borre trazos, use los colores más parecidos a los originales, me alejaba para ver cómo me estaba quedando y volvía a pintar. Manché mi vestido, mi rostro y ni hablar de mis manos, pero valió la pena. Al final del segundo día, tenía el rostro de Lena en la pared, con su blanco cabello suelto y su hermosa piel brillando como nunca. La pose era sencilla: tres cuartos mirando hacia la derecha, justo como la había visto el día que bailamos. Esa vez noté que me miraba y me hizo sentir un poco incómoda. El que haya sonreído me hizo enrojecer, seguramente se estaba burlando de mí. Pero no le quitaba el hecho que de que me haya rescatado, si es que podía decirlo así.
De hecho, desde que regresó, Lena no ha hecho otra cosa más que ser amable conmigo: fue buena cuando me enseñó los credos de los dragones, con la esperanza de que mis pesadilla se fueran, también el que ayude en los establos fue bastante bueno… y ahora que había ido a quien-sabe-donde por mi regalo. Creo de verdad podía llevarme bien con ella, podíamos ser amigas incluso. Sonreí.
—Será mejor que cambie mi ropa —dije para nadie en especial. Regresé a mi alcoba, donde me di cuenta que había olvidado mis tizas en la alacena. Volví pues, y cuando pasé cerca del mural lleno de aves, me quedé ahí un momento, sólo para verlo otra vez. Cuando me dispuse a irme, oí ruido del otro lado. Curiosa, quité un adoquín de la pared y miré a través del pequeño agujero.
Rápidamente me agaché y me recargué en la pared. Era un caballero. Otro tonto que cree que puede sacar tesoros de aquí, cuando no hay nada más que polvo y telarañas.
—¿Dónde estás? —Lo oí gritar. Eso era raro, usualmente todos querían pasar desapercibidos por miedo a que Sigurd los atrapara. Este chico, o tenía bastante coraje, o muy poca cordura —He dicho ¿Dónde estás?
Las paredes temblaron y del techó cayeron algunos guijarros, me cubrí la cabeza y a la vez oí el sonido del metal ser golpeado por pequeñas piedrecillas. Volví a asomarme en el agujero: Sigurd había aparecido.
El caballero blandió frente a él una espada negra, eso era nuevo, nunca había visto una de tal color. Sigurd, indiferente del color de su adversario, soltó un gruñido y mostró los dientes. El caballero no retrocedió; caminó hacia enfrente. El dragón bajó al piso y desenvainó ocho enormes garras, mucho más grandes que la espada; el caballero no retrocedió; interpuso su escudo frente a él.
Al parecer amenazarlo no funcionó, así que Sigurd optó por el castigo. Un fuerte aire salió de la nada mientras el dragón abría su enorme hocico y una bola azul se formaba en ella. El caballero, al parecer consciente de lo que estaba a punto de ocurrir, lanzó la espada hacia el dragón al mismo tiempo que el aliento de Sigurd se escapaba de su boca. Cerré los ojos debido al brillo que provocaron ambos ataques, cuando los abrí, confirmé lo que ya sabía: El caballero estaba congelado. Pero en esta ocasión fue diferente, hubo un temblor en la casa que acompañó un estruendo de sonidos guturales.