Evolet

Capítulo 10. Eso no es estar enamorada ¿Verdad?

¿POR QUÉ DEMONIOS HICE ESO? NO QUERÍA BESARLA.

Pero fue inevitable, sentía una explosión en el estómago y a la vez una presión en el mismo. Un cosquilleo en la espalda y a la vez dolor en el pecho. Demasiadas cosas para procesar, demasiadas cosas que pasaron… no pude dormir.

Cuando vi que el sol daba por iniciada la primavera, me levanté de mi cama y me miré al espejo. Esta había sido la mejor ecdisis que he tenido hasta ahora, y no por Roxana; me dejó la piel muy suave, el cabello más largo y mi brazo estaba curado en su totalidad… Aunque… ¿Cuántas ecdisis voy a necesitar para que me crezcan los pechos?

Dejé la introspección de mi cuerpo para después, pulí mis nuevos cuernos y bajé al comedor, Plata lavaba unas ollas, seguro las que usó para el desayuno.

—Buenos días, Plata.

—Lena querida, buenos días —Dejó lo que estaba haciendo y me tomó de la quijada. Como ella era muy alta, tenía que levantar la cabeza para verme con más detenimiento— Oh, te ves divina. Ahora tienes un nuevo espiral en tus cuernos, felicidades.

—Gracias, Plata —Sentí un hormigueo en las mejillas. Me fijé en la charola con comida que estaba en la mesa de cocina— Oye, Plata ¿Puedo…?

—Todo tuyo.

Devoré el desayuno mientras la mujer terminaba la limpieza. Canturreaba y levitaba de aquí para allá mientras hacía su labor, arreglaba las ollas, acomodaba la comida, metía las sobras en un balde y luego de un rato, se dio cuenta de que la estaba mirando. Sonrió.

—¿Algo va mal?

—No, no. Yo… —Me crucé de brazos— Creo que estoy enferma.

—¿Enferma? —Se acercó a mí y tentó mi frente con su gélida mano—. Te noto bien ¿Qué sientes?

—Mi estómago, se siente raro. Y la piel de mí nuca se eriza. También me cuesta trabajo conciliar el sueño y mis mejillas hormiguean y mis pupilas se me dilatan muy seguido.

Plata me miraba seria (creo), analizando cada síntoma y tratando de recordar la enfermedad que tengo. Se rascó la barbilla y volvió la vista a mí.

—¿Cuándo te ocurre eso? —preguntó.

—Pues… ayer me ocurrió cuando estaba con Roxana, y días antes, cuando fuiste por nosotras al manantial… ¡ah! y también cuando fui a recolectar bayas para la corona.

Esperaba de todo menos que Plata sonriera de la manera en que lo hizo.

—Oh, querida, estás más que bien, perfectamente bien.

—¿Ah, sí?

—Tu enfermedad es una de las más maravillosas que puedan existir, más que las estrellas, más que el amanecer.

—¿Qué me ocurre, Plata? Por favor, dime —dije preocupada, no entiendo qué clase de enfermedad pueda tener como para alegrarse tanto.

—Te has enamorado —dijo con emoción contenida.

—¿QUÉ?

—Oh y no de cualquiera, sino de mí querida Roxana.

—¿QUÉ?

—Se nota que la primavera ya inició, esto es maravilloso.

—Woah, detente ahí, Plata —La tomé de los hombros, empezaba a levitar y la regresé al suelo— Con todo respeto ¿Qué estupidez estás diciendo?

—Lena querida. Esos son los síntomas del amor.

—Plata… Roxana es sólo es una amiga. Además, ella es una humana. Yo un dragón.

—¿Y? —dijo inocente.

—Eso no es natural ¡Además ella no me gust…!

—¡Plata! —Roxana entró corriendo a la cocina, con algo envuelto en las manos. Por instinto, me alejé de ella. Por un momento se me heló la sangre.

—¿Qué pasa? —Plata se acercó a su hijastra y revisó lo que tenía en las manos.

—Isa se puso a jugar con la parvada y lastimó a esta golondrina —dijo sumamente triste. Dentro del pañuelo había una avecilla azul con el pecho blanco y naranja y un ala destrozada.

—Si solo estaba jugando, no le habría causado tanto daño —comenté.

—Bueno, él dijo eso —Tenía los ojos llorosos y la nariz roja. Si no había llorado, estaba a punto de hacerlo.




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