Evolet

Microcapítulo 4. Decisiones.

Eithne

Duerme mi niña,

No despiertes, mi pequeñita.

Mi niña, mi niñita.

No despiertes, mi pequeñita,

No despiertes del dulce sueño

Mi niña, mi niña, mi pequeña

Que no despiertes del dulce sueño

Mi niña, mi niñita

 

─Que bonita canción, chica.

─Gracias. Plata me la cantaba muy seguido. No sé por qué la recordé ahora.

─Aunque creo que lo mejor sería que solo la tararees, cariño, me voy a quedar dormida si continúas cantando ─dijo Lena aletargada.

─Ya es tarde de todos modos y llevamos caminando bastante ─Continuó la pecosa.

─Bueno, no sé si es mi idea, pero yo veo luces por allá ─Mis compañeras afinaron la vista. Efectivamente, había un pequeño grupo a la distancia─ Vamos ─Di unos pasos para correr. Lena me detuvo.

─Eithne, mis ojos siguen delatándome y tuvimos que tirar la piel de carnero. No tengo con qué cubrirme, mejor acampemos fuera.

Y como si fuera un chiste de mal gusto, oímos el aullido de lobos a la distancia. Ya estaba atardeciendo por lo que era obvio que aparecerían.

—Podemos quedarnos aquí unos días, el lugar parece pacífico —Animé.

—Al menos no tenemos que esconder tus alas o los cuernos ─Roxana me ayudó.

—Vamos, pues ─No estaba convencida.

Recorrimos el sendero que nos adentraba al campamento. Recorrimos un buen tramo hasta llegar a la primera posada, donde una mujer bastante anciana, nos dio una amarga bienvenida.

—Buen día, curiosas viajeras, ¿Qué las trae a Oukha el día de hoy?

—Nada en especial —Respondí—. Solo queremos una habitación para pasar la noche.

—¿Un cuarto para tres? Eso les costará un Coli.

—No tenemos tanto —dijo Roxana. La señora arrugó más las cejas.

—Eso no es algo que yo tenga que solucionar, jovencita.

—Bien, lo intentamos. —Lena salió de la cabaña, Roxana y yo la seguimos—. Me toca hacer guardia —Agregó una vez afuera.

Oímos bullicio justo después. El callado y tranquilo lugar se había llenado de gente gritando y cosas rompiéndose; de entre las casas divisamos a un par de ladrones correr con botín en mano. Odiaba a esa clase de personas, los que buscan las cosas fáciles, las cosas que no son suyas, ni por derecho ni por trabajo.

─Amigas mías, voy a hacer una locura ─Tomé la ballesta y salí corriendo.

─¡Eithne!

Con arma en mano perseguí a uno de los ladrones, eran rápidos y escurridizos, no tanto como un dragón por lo que fue fácil insertarle una flecha a uno en el pie. Lo oí gritar.

─Que exagerado eres, ni siquiera se enterró en tu pie, la flecha está en las hebillas.

─Tu, maldita mocosa ─Apunté a la entrepierna.

─Muévete y vamos a ver si podemos enterrarle una flecha a otra flecha ─Revisé sus bolsillos. Nada.

—El botín lo trae el otro —Lena llegó junto con Roxana, jadeando.

─¿Por dónde se fue?

─Obviamente salió del campamento

─Fue una distracción ─dijo Roxana.

─Que listas ─El ladrón se burló. Disparé. Él gritó y se desmayó.

─Miedoso, solo le rompí la ropa.

─¿Vamos a seguir hablando? ─Lena empezó a correr─ Si vamos a ser parte de esta locura, vamos a hacerlo bien.

─Y se quejaba de que la descubrieran por sus ojos. Ahora llamaremos más la atención ─Se quejó Roxana.

─Por eso dije que sería una locura. Vamos.

 

Salimos corriendo detrás de Lena que ya se había adelantado bastante. Roxana y yo éramos un poco más lentas, más pudimos seguirle el paso. Tuvimos que esquivar gente, carretas y los puestos derribados.

—El maldito sabe correr —dijo Lena luego entrar a la elevación de césped donde apenas y nos veíamos entre nosotras.

—Es un gusano —Miré arriba— por eso debemos ser halcones.

Entendiendo la metáfora, Lena atravesó por aire las copas de los árboles. Roxana y yo nos adentramos al pastizal.




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