La cabeza me daba vueltas a causa de un zumbido que taladraba mis oídos. A la nariz me llegaba un olor a azufre repugnante, tosí varias veces para evitar vomitar. Abrir los ojos resultaba un esfuerzo titánico pero lo logré; el techo era de piedra marrón del que se filtraba agua que caía a un cazo en el suelo. Todo estaba húmedo y frío y el único atisbo de luz era el de unas antorchas en el pasillo, que estaba del otro lado de unos barrotes.
Traté de incorporarme, pero el estómago me dio una punzada y me quedé en la tabla que estaba debajo de mí.
─Ya despertaste, engendro ─Giré la cabeza hacia los barrotes, un caballero de armadura negra se encontraba en el pasillo. Me levanté de golpe, ignorando cualquier dolor que se sentía como un martillazo en el cuerpo, pero no pude ir más allá debido a que llevaba cadenas en las piernas, brazos y el cuello, todos me estaban estrangulando─ Ni siquiera te molestes ─Se burló.
Traté de hablar, pero mi voz no salía, apenas era un hilo de aire. El guardia rio y golpeó los barrotes con un mazo que se sintió como si me hubiese golpeado a mí. Sin poder cubrirme los oídos, me arrodillé en el suelo.
─Así me gusta, sentada como un buen cachorrito.
Bufé como un gato al ver un perro, él rio.
─Estás en grandes aprietos, cachorrita. Te han acusado de secuestro y traición a la corona, entre otros tantos cargos, así que no esperes salir viva de esto.
Todo lo ocurrido me llegó a la cabeza como un rayo. Si me habían atacado con Espíritus de Hartshorn ¿Por qué seguía viva? Aunque me sentía a morir, demasiado débil como para moverme del suelo. Volví la vista al guardia, que se alejó poco a poco por el obscuro pasillo.
«Al menos estoy viva», pensé. Miré a mí alrededor; estaba en una celda bastante pequeña y a juzgar por las paredes llenas de manchas negras, supuse que no era la primera vez que metían a un dragón aquí dentro, así que creí que yo también podía transformarme, pero apenas logré aparecer unas cuantas escamas en mis manos, los grilletes cambiaron a un color morado y me quemaron la piel, ni siquiera pude gritar, sólo alcancé a soltar unos inaudibles sollozos.
Me quedé de rodillas, escuchando de cuando en cuando los susurros de la maldición.
«Duerme, niña, duerme. Ven con nosotros, duerme. Entra al fuego eterno y fusiónate con tus antepasados, duerme» La cabeza me daba vueltas, el cuerpo no me respondía y no veía más allá de mis lágrimas; si no estaba muerta, seguramente lo estaría en un rato. Esos murmullos eran muy convincentes.
«Sólo espero que estés bien, Rox» Pedí entes de desfallecer en el suelo.
Pasé horas ahí, tal vez días; estaba entre estar consciente y no, las imágenes frente a mí iban y venían, sin saber si eran reales o no, oyendo el cántico que la maldición me profesaba.
«Duerme, niña, duerme. Ven con nosotros, duerme. Entra al fuego eterno y fusiónate con tus antepasados, duerme»
Entonces escuché el chirrido de los barrotes abrirse. Levanté la mirada, tres guardias de armaduras negras se acercaron a mí e hicieron que me levantara del suelo. Libraron los grilletes de las paredes y me sacaron a empujones.
Con dos guardias sujetándome de las cadenas y uno frente a mí, comenzamos a caminar. Caí a la mitad del pasillo.
─Levántate ─Exigió uno con voz autoritaria. No me quedó de otra.
Arrastrando los pies y a tumbones, caminé con la mente ausente, viendo varias celdas que albergaban caras demacradas, cuerpos delgados y, para mi horror, esqueletos llenos de moscas.
«Duerme, niña, duerme. Ven con nosotros, duerme. Entra al fuego eterno y fusiónate con tus antepasados, duerme»
A mitad de camino, nos encontramos con otro guardia, el cual nos detuvo.
─¿A dónde se lo llevan? ─Cuestionó─ Eso será ejecutado mañana por la mañana.
─Órdenes de arriba, será ejecutada ahora ─dijo uno de los guardias que estaba detrás de mí. El guardia ajeno a mis cadenas, se levantó el yelmo y vi una sonrisa bastante aterradora, ausente de unos cuantos dientes.
─Ya veo ─Se acercó a mí y me propinó un puñetazo en el estómago, abriendo de nuevo mis heridas y provocando que escupiera veneno rojo, tanto por la boca como por el orificio que estaba en mi garganta─ Esto solo es un poco de lo que sentirás allá abajo ─Murmuró antes de dejarnos seguir.
─Vamos ─Me empujaron y seguí caminando, aun tosiendo por lo ocurrido.
El camino se me hizo muy largo, demasiado. Las escaleras angostas y los pasillos terrosos no ayudaron a hacer ameno el viaje, mucho menos la maldita voz que me presionaba la cabeza.
«Duerme. Entra al fuego eterno y duerme»
Entonces nos topamos con una enorme puerta de acero, que era custodiada por otros dos de esos diablos negros. Abrieron la puerta y nos dejaron entrar a una sala obscura, llena de millares de armas y unas cuantas mesas de las que aún goteaba un líquido que de seguro no era agua. Aquí hacía aún más frío que en la celda y eso se debía a la escasa, casi nula, luz de unas cuantas velas.