Lena.
No sé cuánto tiempo vaya a pasar antes de que leas esto, pero necesitas saberlo cuanto antes: Roxana cree que estás muerta.
No estoy segura de quién se lo dijo (probablemente uno de los reyes), y lamento decirte que no seré yo la que le diga lo contrario. No lo hago con mala intención ¡Lo juro! Y espero que no le haya puesto precio a mi cuello por ello. Pero plantéate que ella necesita de esta separación para bien.
Como dije, probablemente la información que recibas aquí ya será obsoleta para cuando llegues con mis hermanos, por lo que has de saber que el Príncipe Karîm va a visitar Palacio dentro de poco y Roxana tratará de hablar con él del asunto que ya conoces. Tiene un plan.
Nuevamente, lo lamento, y espero que entiendas y tengas piedad de mi cuello cuando nos volvamos a ver.
Atte:
Eithne.
Encolerizada, arrugué el papel y lo lancé a una pared.
─¡Esa maldita de Eithne! ─Bramé.
Había llegado a Scaird junto con Itza, y apenas los hermanos me recibieron, me mostraron la carta que Eithne había enviado. Al parecer la recibieron dos días antes que nosotras llegáramos y estaban tan confundidos como yo. No lo podía creer, confiaba en ella ¡Y me sale con esto! ¿Qué pretende? Es una traidora, ¡UNA MALDITA TRAIDORA!
Edom recogió el papel mientras yo salía maldiciendo y soltando fuego por la boca.
─¡Lena! ─Erul me llamó. Lo ignoré─. Lena, por tu Dios, espera ─Me tomó del brazo, pero me soltó al instante debido a que mi piel estaba hirviendo.
─¡Tu hermana le ha mentido a Roxana! ¿Cómo quieres que esté? ─grité.
─Nunca he entendido a Eithne ─Confesó─, pero sé que ella nunca obra para mal. Si lo hizo, es por una razón ─Trató de calmarme, a lo que yo respondí soltando una llamarada a una de las rocosas paredes.
─Sé que hay una forma de burlar la frontera de Hengelbrock ─hice notar─. Ustedes saben cómo llegar.
─¿Y qué harás después? ─Preguntó Itza, acercándose junto con el resto de los hermanos.
─¡Decirle a Roxana la verdad!
─¿Y planeas aparecerte así, de la nada? ─Cuestionó─. Ya te he dicho que dejes de comportarte como una cría y pienses bien las cosas. Claro, si es que no quieres acabar como alfiletero de nuevo.
─¿Qué quieres que haga? ─gruñí.
─Que respires.
Arrugué la nariz, inhale y exhale humo, provocando que los hermanos tosieran.
─Ahora, no vas a matar a nadie ¿Entendido?
─Eso depende…
─No-vas-a-hacerlo ─condicionó, frunciendo los dientes y mirándome a los ojos.
─No lo haré ─Prometí. Desvié la mirada.
─Ahora, irás a Hengelbrock y tu único objetivo será el de sacar a la niña de las estrellas de Palacio.
─¿Por qué lo haría? ─Intervino Evan.
─Ya te contaré ─dijo Itza sin dejar de mirarme y entregándome un papel enrollado y un pedazo de tela que guardaba una escama, una más pequeña que la última que me había dado la vez anterior.
─¿De dónde has sacado ese mapa? ─Preguntó Erick, claramente sorprendido.
─De un cajón que decía “Mapas”, menso. Ahora corre, porque tiempo es algo que no disponemos ahora.
─Lena, por favor ─Pidió Erul─ No le hagas nada.
─Ya dije que no lo haré ─guardé mis obsequios─ Pero no la voy a abrazar cuando la vea ─Advertí para luego salir corriendo.
Empecé mi viaje sobre tierra, no tenía planeado usar la escama, no aún, ni mucho menos mi cuerpo Dragonico, al contrario, escondí todo rasgo escamoso que pudiera tener y que me delatara durante mi visita a las fronteras próximas a Hengelbrock, mismas que me guiaron hasta una de las entradas marcadas en el mapa.
Hice acopio de todo mi valor para adentrarme a aquel laberinto y recé para no perderme en el intento. El mapa tenía marcado varios túneles, muchos de los cuales llevaban a los calabozos, otros tantos a los almacenes y algunos al jardín del palacio; aunque, incluso con mapa, debía tener cuidado de qué ruta seguir, pues algunas veces me encontraba con bifurcaciones que el papel amarillento no marcaba.
Horas después, cuando creí que lo mejor era escarbar hacia arriba para saber en dónde me encontraba, hallé frente a mí una pared hecha de piedras de río, donde justo en medio se veía incrustado un pedazo de azabache. Sin pensarlo dos veces, quité la piedra negra y miré a través del agujero. Del otro lado había una cámara totalmente obscura, habitada por una puerta de madera y el final de una escalera de caracol que daba centenares de vueltas hacia arriba. Di por hecho, entonces, que había llegado al Palacio, pero no iba a poder pasar por agujero tan pequeño, por lo que me quedé en ese estrecho lugar un rato, meditando en lo que haría.
─Haré que Eithne coma tierra ─Me quejé.