Evolet

Capítulo 25. Otra perspectiva.

─Entonces, en el Sultanato de Hariq gobierna El Sultán Mâlik y La Sultana Zaida, que son los padres de Zara, que es tu hermana menor, de diez años, luego estás tú, de veinte años y tú hermana mayor, Assia, de treinta.

─Correcto ─felicitó Karîm─ Assia se casó con La Reina Shannon del Desierto Blanco, por lo que perdió el derecho de ser la siguiente Sultana, así que me dejó el cargo a mí.

─Entendido ─bajé la mano para acariciar a Ryū─ Luego está el reino de Makeba donde gobierna el Rey Menelik y la Reina Sade y sus hijos, Tafari, de diecinueve y Kikey, de catorce.

─Correcto.

─La república de Kinzoku ─Retó Victoria.

─En las Islas Flotantes de la República de Kinzoku, gobiernan los ministros Young Hee, su esposo Radhav y su única hija Suigin de dieciséis.

─Era el más fácil ─le dijo Karîm a Victoria─ La república de Kinzoku tiene la fama de nombrar a los primogénitos como un metal preciso desde tiempos de emperadores.

─Por último, el Imperio de Sicarú ─Tomé aire─ Gobernado por el Emperador Dávila y la Emperatriz Verónica, padres de los trillizos, David, Anais y Cato, los tres, de quince años. La tía Lydia, tal parece, no es de sangre real, por lo que no tiene parentesco con ellos.

─Lo has hecho bien, Roxana ─Felicitó Karîm.

─Ha avanzado bastante, Su Alteza ─Agregó Victoria, sonriente─ Creo que ya puede tomarse un descanso, se lo tiene merecido.

─Al fin ─Suspiré luego de salir de la biblioteca, acompañada de Karîm y Ryū─. Oye, Karîm ¿Crees que le caiga bien a los demás?

─¿Por qué crees que no? ─Me miró confundido.

─Temo que uno de ellos me vea como Auguste me ve: como una niña de montaña.

─No creo que lo hagan, no te preocupes ─Calmó─ Anais y Suigin pueden ser un poco orgullosas, pero terminaran agradándote. Y estoy seguro de que Cato y tú se llevarán de maravilla. Kikey tiende a hacer amigos muy fácil y por los demás o te preocupes. Entre todos somos como hermanos.

─Espero que así sea ─Suspiré.

Estábamos caminando en el segundo piso, ya casi llegábamos a mi cuadro favorito, el del volcán nevado. Fue entonces cuando recordé que había encontrado un pasaje días antes.

─Oye, mira esto ─dije emocionada, deteniéndome frente al cuadro de marco plateado.

─¿El volcán de Sicarú? ─Karîm lo miró extrañado.

─No, no. Esto. ─Me coloqué a un lado del marco y lo empujé─ Una ayudita, por favor.

El muchacho no esperó otra petición y me ayudó a empujar el marco, detrás de él y como la última vez, se hallaba el agujero, bastante profundo y obscuro.

─¿Qué es eso? ─dijo él, impresionado.

Ryū pasó debajo de nuestros pies y entró, lo seguí y segundos después, Karîm entró rápidamente, soltando el marco que hizo un vaivén antes de cerrar la entrada.

─Está muy obscuro ─apuntó. Yo, casi experta en túneles secretos, tanteé la pared de piedra y encontré una antorcha que encendí con un pedernal incrustado en la pared.

Con un poco más de luz, vimos que frente a nosotros se hallaba una escalera de caracol que daba tantas vueltas que la antorcha no podía iluminar el fin, por lo que parecía ser un abismo obscuro. Karîm se arrodilló, tomó una piedra del suelo y la tiró al fondo.

─Uno… dos… tres… cuatro… cinco… seis… siete… ─Tragó saliva─… once… doce… trece…

¡Pac!

─Veinte metros ─dijo turbado.

─Vamos ─Comencé a bajar algunas escaleras. Ryū ladró.

─¿No cree que es peligroso, mi señora?

─Lo veremos cuando bajemos.

Ryū bajaba frente a nosotros, le seguía yo con la antorcha y Karîm detrás de mí. Era una escalera muy estrecha, con peldaños tan pequeños que podíamos bajar de dos en dos sin problemas aunque eso provocaba que nos mareáramos en repetidas ocasiones.

─Seguro ya estamos debajo del Palacio ─Hice notar.

─Roxana, no me gusta esto ─dijo Karîm, nervioso. Ryū se detuvo y comenzó a gruñir. Habíamos llegado al final de las escaleras.

─¿Qué pasa, muchacho? ─El can se adelantó y lo vi rascar con una pata lo que parecía ser una pared.

Acerqué el objeto lumínico a las paredes, en una de ellas había una puerta totalmente hecha de metal.

─¿Será conveniente abrirla? ─preguntó.

─Probablemente no ─contesté─, aunque de todos modos no tenemos cómo abrirla.

─Justo hoy tuvieron que llamar a Eithne a entrenar ─se quejó.

─Estás molesto porque no está con nosotros, haya o no una puerta cerrada ─Le sonreí.

─No empieces ─Imitó mi gesto.

Ryū ladró.

Mi señora, aquí arriba ─Brincaba y movía sus patas delanteras, como si quisiera tomar algo. Al levantar la antorcha, noté un manojo de llaves colgadas en un gancho incrustado en la pared.

─Bien hecho, Ryū, haré que te den un par de bistecs extra por esto ─Le acaricié la cabeza. El perro parecía feliz por su premio.




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