─Lena… ─Roxana rompió en llanto y me tomó del rostro─. Lena… Eres tú, Lena.
─Tuya y sólo tuya ─Me abrazó y le correspondí.
—Lena... mi Lena —Sollozó al ver mi rostro por enésima vez en un momento.
Sus piernas fallaron y se sentó en el suelo, yo me hinqué frente a ella, sin quitar la vista de sus preciosos zafiros, en ese momento inundados por la lluvia de sus lágrimas. Yo quería mantenerme temple y sólo sonreír, pero me fue imposible: lloré porque la extrañaba, porque sabía que ambas teníamos miedo, porqué me sentía aliviada de saber que estaba bien... y por muchas otras cosas que en ese momento no podía descifrar.
—Ya estoy aquí, Rox —Le susurré. Se fue a mis labios, salados por nuestras lágrimas; un beso con sabor a felicidad, a añoro, a pertenencia... Sabía a nosotras.
El no verla tanto tiempo me torturaba y ahora que la tengo aquí en mis brazos, puedo decir que verdaderamente estoy enamorada de ella y que, como lo estuve suponiendo desde que nos separaron, sé que la necesito tanto como ella me necesita a mí para no perderme en la locura. En ese momento su calor era reconfortante, era muy conocido, era como estar en casa. Ese abrazo fue un aire nuevo que me hizo volver a respirar.
No nos soltamos en un largo rato, incluso quedamos a obscuras por la llegada de la noche. Momento en el que nuestros sollozos -más los de ella- comenzaron a apaciguarse.
—Te creía muerta —dijo, sin dejar de acariciar mis mejillas. Yo hacía lo mismo.
—Yo también lo creí —jugué con su cabello, suave, un poco enredado y bastante largo a comparación de las dos pequeñas trencitas que se hacía allá en Wolfgang.
—¿Dónde has estado?, ¿Qué te pasó?, ¿Cómo escapaste?, ¿De dónde sacaste tantas joyas? ─Revisaba mis artilugios con curiosidad.
—Espera, espera, son muchas preguntas —le di un beso rápido—. Hay mucho que hablar, amor mío.
—No te imaginas cuanto —Se levantó y me ayudó a que yo lo hiciera. Me llevó a la enorme cama que se encontraba detrás de nosotras, sin ninguna otra intención más que estar cómodas.
Estábamos acostadas frente a frente, con la mirada incrustada en la otra, de vez en cuando acariciándonos el rostro o cualquier otra parte del cuerpo que estuviese a nuestro alcance.
─Lo lamento tanto, Lena, por mi culpa… ─Apretó los labios.
─No vamos a buscar culpables ahora ─La besé─ Ya estoy aquí y no me pienso apartar de tu lado. Que me corten un ala si no.
─No digas eso ─Me abrazó─ No soportaría que te vuelvan a hacer daño, no de nuevo.
─Entonces haremos esto juntas ─Levanté mi meñique.
─Juntas ─Repitió luego de rodear su pequeño dedo con el mío. Volví a besarla. La abracé y traté de reconfortarla un rato más, al parecer aún quería llorar y yo también. Besé su cabellera muchas veces, luego sus hombros y de nuevo a sus labios. Aquél masaje fue un peligroso somnífero que se iba a sus ojos y le obligaban a cerrarlos
─¿Estás cansada? ─Pregunté.
─Sí, pero no quiero dormir ─Confesó.
─¿Por qué?
─¿Y si despierto y me entero de que todo fue un sueño?
─Pues vuelve a dormir.
─¿Y si todo es real?
─Entonces, estamos en el mismo sueño.
***
Abrí lentamente los ojos, no sé cuánto había dormido pero el sol probablemente ya estaba anunciando el medio día. Sonreí al ver a Roxana frente a mí, dormida, con su cabello revuelto en la almohada y sobre su cara, se lo quité y perfilé sus millones de puntos un largo rato hasta que ella también abrió los ojos, al principio se vio asustada, pero luego sonrió y me abrazó.
─Buenos días, Lena.
─Buenos días, mi princesa ─besé su cabello.
─Oye.
─¿Sí?
─Te amo ¿Lo sabes? ─Sonreí.
─Yo también te amo, Rox.
Levanté un poco la sábana y me subí a ella, me miró con ojos brillantes, los cuales podían opacar al mismísimo sol. Nos sonreímos y bajé para besarla. Me acaricio la espalda y una de sus piernas quedó en medio de las mías, fue en ese momento cuando supe que estaba llevando demasiada ropa; se la quité, facilitándome besar y lamer a mi antojo cada parte de su pecho. Luego de unos momentos, sentí el roce de sus piernas debajo de mi falda y como lo hice con ella, me quitó la ropa. Aun estando abajo era muy intrépida; no les costó meter su mano debajo de mí. Recargué mi frente en su hombro y comencé a suspirar. Su piel era muy suave y me calentaba todo el cuerpo, mis piernas temblaban cada vez que ella movía sus dedos. Desesperada, y no sé por qué, mordí su hombro, ella se estremeció. Aproveché para bajar mis besos a sus pechos, luego a su estómago y sus caderas; ericé su piel cuando mi lengua vagó debajo de ella, arqueó la espalda y me tomó del cabello.
─Lena... ─la oí susurrar.