El miedo se había desvanecido hace mucho tiempo por el instinto puro de estallar cuando la mirada del Opositor volvió a posarse en ella.
Alguien racional probablemente habría visto que realmente no había malicia en la mirada del Elemental. Ambos, no la miraban como si fuera un premio capturado. Sin embargo, Evory no podía ver esas cosas.
A través de sus ojos, no había nada más que dos elementales sosteniendo a su cautivo que se interponía entre ella y su salida. Se tragó el pánico que sabía sospechosamente como la sangre seca que se elevaba en la parte posterior de su garganta, y miró a través de vidrios polarizados a los de los dos hombres que la observaban de regreso.
Y pareció una eternidad.
Simplemente se quedaron allí y la miraron mientras ella apretaba y aflojaba sus garras, tratando de mantener sus pensamientos ocupados. Sin embargo, cuanto más se alargaba el silencio, más necesitaba desesperadamente llenarlo con gritos.
Estaba en una habitación. En un centro médico. Prisionera
El Opositor, quién parecía cansarse de su escrutinio y avanzó un poco, observando cuidadosamente mientras el cuerpo se tensaba aún más con cada paso que daba. Levantó una sola mano en cuidadosa rendición, aunque todo lo que Evory hizo fue invisiblemente estrechar sus ojos detrás de su visor.
—He oído hablar mucho de usted, señorita Evory —murmuró con humildad, como si estuviera tratando de mantener ese tono dominante de su neutralidad y sin amenazas.
Por eso ella le soltó una risa fría y sin tono — ¿Señorita? Cielos, debe necesitar que le revisen esos preciosos ojos, oh su alteza, señor Opositor.
Lorcan enarcó una ceja.
Lester reprimió una sonrisa.
—Ahora, el problema grande que tenemos aquí es que...Si me vuelves a llamar señorita, tus queridos perros Gryder, te encontrarán colgando de la puerta de tu oficina sin cabeza. Yo. No. Soy. Una señorita. No vuelvas a llamarme así otra vez.
No era más que una rata que había corrido demasiado lejos de su destino, y eso era todo lo que alguna vez sería. No había lugar para un título junto a su nombre.
Ella no quería uno de todos modos.
Lorcan no dijo nada en respuesta a sus amenazas de decapitar al gobernante de Lycaen. Sorprendentemente, tampoco lo hizo su amigo médico. Solo la miraron por un momento mientras tiraba inútilmente de los lazos e imanes que la sostenían.
—Perdóname— Lorcan finalmente dijo mientras mantenía cuidadosamente ambas manos donde podía verlas y daba otro paso adelante.
—Suéltame y hablaremos sobre eso —respondió bruscamente.
El médico se rio entre dientes mientras él también avanzaba lentamente. — De alguna manera, creo que harías cualquier cosa menos hablar si dejamos que te vayas.
Una sonrisa salvaje subió por sus labios —Ven aquí y averígualo.
—Me gusta mi cabeza donde está, mujer. — Lester le devolvió una sonrisa nerviosa.
—Lo haré rápido —prometió Evory casi dulcemente.
—Apuesto a que podrías. — El opositor había cerrado la distancia entre él y la mesa, pero dejó un buen metro y medio entre ellos. Primero, para tratar de mantener a la pequeña mujer algo calmada, y segundo, porque ella ya estaba tan tensa que estaba seguro de que iba a romper la tranquilidad si se acercaba más a ella. Así que se detuvo allí, asegurándose de que mantuviera su mirada a nivel con su visor. Era preocupante que su propio reflejo no estuviese ahí.
Esta mujer realmente era otra cosa.
Si Lorcan había dudado de su idea antes, no lo era ahora. El único problema sería si ella lo sabía o no. Sin embargo, ese cuestionamiento debería esperar por el momento. Primero, Lester necesitaba revisarla. . . de nuevo. La primera vez no fue tan difícil. Ella había estado inconsciente.
Algo le dijo a Lorcan que esta vez no iba a ser tan fácil. Si ponían un solo dedo sobre ella, no había forma de saber qué haría tratando de salir de esa camilla. Había sido valiente o lo suficientemente estúpida como para darle un golpe a Said.
Lester llegó al lado de Lorcan, viendo cómo la mujer siseaba silenciosamente cuando alcanzaba el IV en el costado de la litera.
—Solo estoy tratando de ayudarte— le dijo el médico suavemente.
—Entonces puedes empezar con liberarme de esta cosa ¡Eso me ayudaría! —Gruñó cada sílaba que se retorcía y tiraba de la sujeción magnética que la mantenía atrapada.
—Si no creyera que matarías a la mitad de mi ciudad en cuanto te dejen libre, lo haría, Evory. — Lorcan le dijo honestamente. —Pero estoy bastante seguro de que eso sería un error.
—Cuenta con eso. Tarde o temprano saldré de esta maldita cosa y cuando lo haga ... —Miró a través del vidrio oscuro sobre sus ojos y dejó que la amenaza flotara en el aire mientras luchaba.
Fue entonces cuando Lester tuvo suficiente. Respetaba la voluntad de sobrevivir, pero nadie amenazaba a su hogar ni a su familia. No por una mujer lo suficientemente estúpida que se había vuelto a herir y por si misma.
—Eso es suficiente de tu boca, pequeña Psionic.
Y esas palabras, sorprendentemente, la cortaron en silencio. Bueno, una palabra, en realidad. Uno que la hizo estremecer. Esa denominación de facción.