Ex Mortis

CAPITULO 1.

Después de atravesar ciudades enteras, subir y bajar de aviones, barcos, trenes y un sinfín de autos, sin contar todas las millas recorridas a pie, por fin llegamos a Marruecos donde las pistas de nuestro grupo nos han llevado. Después de todo lo sucedido con el Covenant y con Diana; Baruch y yo decidimos regresar con nuestra gente, situación que es demasiado difícil por no decir imposible.

               Nosotros pertenecemos a un selecto grupo migratorio de híbridos, somos ese punto intermedio entre ángeles y demonios, una combinación de cielo e infierno. No tenemos alas, tampoco cuernos, pero si tenemos algunas características de ambos mundos; podemos encontrar y usar las puertas que llevan hacia ambos “reinos” además de poder entrar en lo más profundo de la mente de los terrenales y manipular objetos sacros o malditos, así como las almas, esto último ha sido motivo de tabú entre nosotros pues algunos creemos que es algo que nadie debería de hacer, ni siquiera los ángeles o los demonios deberían; y es mal visto y hasta castigado, usar el alma de un individuo como moneda de cambio, una forma de pago hacia esa energía que nos rodea y mantiene el flujo y el sentido de todo; un alma lleva el dolor y la agonía de esa muerte por eso es una práctica prohibida entre nosotros. Lo que nos rodea no tiene un nombre específico, algunos le dicen éter, otros simplemente “naturaleza” y otros, de forma más poética le llaman “destino” y tratar de jugar con el es peligroso, pero algunos aún así lo llegamos a hacer a escondidas.

               A parte de todas nuestras características, nuestros cuerpos dejan de envejecer a cierta edad, sinceramente no sé cuál sea el factor que decide eso, yo dejé de hacerlo hace poco, el tiempo que me quede de vida voy a parecer de 20 años lo cual no me molestaría si no fuera por qué siento que no es una apariencia muy fuerte o amenazadora y sobre todo, madura; pareciera que dejé la adolescencia un par de pasos atrás y no es que sea muy vieja tampoco, mi edad real es de 30 años, soy de las más jóvenes del grupo, mi compañero Baruch es mucho más grande, él ha dejado de contar los años, pues es tanto el tiempo que ha pasado que no le encuentra sentido a llevar la cuenta, pero físicamente pareciera un hombre de veinti tantos cerca de los 30. Aunque nuestros cuerpos no envejecen, no significa que no podamos ser dañados, sangramos igual que un humano normal, así que debemos de ser cuidadosos, es por eso que somos un grupo oculto, alejado de la civilización, permanecemos muy poco tiempo en un lugar y volvemos a movernos, a menos que haya algún objeto sagrado que corra peligro; buscamos hacer el bien hasta donde nuestras limitaciones nos permiten y siempre tratando de no comprometer al resto del grupo, esa es nuestra prioridad, por eso es que nos dejaron, por seguridad del resto, pero aun así Al Mualim, el líder de nuestro grupo, fue dejando pequeñas pistas, migas de pan para poder llegar a ellos, poder encontrarlos y seguirlos hasta aquí.

—Hay que ir más allá del mercado, continuar hasta llegar casi al desierto, ahí debe de estar su campamento— La voz de Baruch me da esperanzas, no puedo evitar sentir la emoción de volver a ver a mi gente, de volver a estar con ellos y ver de nuevo a los ojos a Al Mualim, el hombre que me rescató y se volvió mi padre.

              Caminamos entre la gente, las lonas verdes y rojas nos cubren del sol, pero el calor es insoportable, es seco y asfixiante, cubro mi cabeza con un  pañuelo shemagh que oculta mi cabeza por completo, dejando solo mis ojos olivo al descubierto. La gente pasa entre nosotros sin prestarnos atención, para ellos somos unos extraños más, nada interesante, un par de turistas buscando alguna aventura. Le piso los talones a Baruch hasta que salimos de ese gentío y a lo lejos vemos el inicio del desierto, unas cuantas casas se adobe, niños descalzos jugando con un perro desnutrido y un anciano sentado, dormitando a la sombra de una de las paredes mal trechas de otra vivienda. Seguimos caminando con la mochila pegando en mi trasero a cada paso, mis pies están cansados, pero mi esperanza me da fuerzas.

               Caminamos aún más lejos, vemos unas camionetas negras rodeando tiendas armadas con lonas, tela y palos, son sencillas, pero uno llega a sentirse muy cómodo dentro de ellas. Baruch y yo nos vemos a los ojos y no puedo evitar sonreír de oreja a oreja al sentirme de nuevo en casa, le doy un golpe en el hombro y corro en dirección al campamento, siento que correr en arena es muy pesado, pero aún así sigo haciéndolo. La piel de mis brazos arde por el sol que no ha perdonado que los tenga descubiertos, a este paso mi piel será del mismo color que mis tatuajes perdiéndolos por completo.

              Me detengo en seco antes de aproximarme a la camioneta más cercana, un aroma en el viento me pone los pelos de punta, me quito el pañuelo que cubre mi rostro y me quedo estática esperando. La sombra de Burach me cubre por un momento del sol, está tan desconcertado como yo.

—Algo no está bien— Paso la mochila a delante de mí y empiezo a buscar dentro, saco una daga curvada de Damasco y se la paso a Baruch.

              Esquivo la camioneta y reviso que esté vacía, después me acerco a la primera tienda y solo veo rastros de sangre, pero ninguno de vida. Volteo hacia Baruch que parece hacer lo propio en la tienda de adelante, encontró lo mismo que yo, solo una marca de que algo no está bien aquí. Sigo mi camino hacia la tienda más grande y al levantar una de las cortinas un olor a podredumbre se apodera de mi nariz, desvío el rostro dejando salir a las moscas, el aroma viene acompañado de una oleada de calor que vuelve todo más incómodo. Cubro mi rostro de nuevo con el pañuelo y veo los cuerpos apilados y sin vida en el centro, la sangre gotea de ellos, parece fresca, no lleva más de 20 minutos que fueron colocados aquí.




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