Ex Mortis

CAPITULO 3.

Praga, un lugar antiguo y mágico; lleno de secretos ocultos en cada esquina de cada edificio viejo con ese estilo barroco y gótico que le da ese aire de ser un lugar encantado y tal vez así lo sea si se sabe dónde buscar. En un edificio grande y abandonado, en el último piso una mujer medita sentada en el suelo de madera viendo hacia el cielo azul que poco a poco empieza a oscurecerse mientras brinda el espectáculo más hermoso que puede ofrecer en el día; matices morados y anaranjados se funden en las nubes marcando el inicio de la noche y pese a que es algo que está mujer ha visto miles de veces, sigue valorándolo y maravillándose como la primera vez.

—No podría decir cuantas veces he visto este espectáculo, pero siempre me deja fascinada— Comparte su pensar con su joven amigo, joven para ella aunque ambos lleven décadas existiendo —dime Baruch, ¿Estás arrepentido por lo que hiciste? Tenía entendido que esa mujer fue tu compañera.

               Se levanta del suelo y sacude sus pantalones buscando la mirada color miel del hombre quien parece nervioso, pero sobre todo dolido, los recuerdos pesan sobre sus hombros como plomo; se sabe culpable y no solo eso, está consciente que fue un traidor, que le dio la espalda a su gente, a su pueblo y a la mujer que amaba solo por poder, solo por su beneficio propio y eso empieza a pesarle.

—Entendería que fuera así, no fue nada fácil tomar esa decisión— la mujer camina hacia él clavando sus enormes ojos azules, intentando descifrarlo.

—No me arrepiento, por qué sé que es por un fin mayor; lo único que lamento es que Altair haya sido tan ciega e ignorante para no seguirnos.

—No todos piensan igual, muchos prefieren seguir las reglas a costa de su libertad por tener paz, pero para eso estamos nosotros, para recordarle al cielo y al infierno que no somos mulas, no somos una aberración; ya es tiempo de que vayan enterándose que somos dioses y tendrán que hincarse ante nosotros.

              En el punto más alto de su arrogancia la puerta de madera se abre abruptamente dejando entrar a una criatura hermosa, de caireles rubios y piel de porcelana, apenas y parece una niña de 16 años, pero su mirada es de una mujer más grande. La apuración con la que entra sobre salta a Baruch y a su compañera quienes terminan por dejar su conversación.

¡Ágata! Es el viejo Pitt, está muy mal.

              De manera apresurada, tanto Ágata como Baruch salen corriendo, siguiendo los pasos de la joven rubia que empieza a correr con desesperación, atraviesa la puerta y baja las escaleras viejas y carcomidas que amenazan con desplomarse en cualquier momento, su rechinido avisa que la ayuda va en camino. Cuando se abre la siguiente puerta de madera maltrecha, la tercia de híbridos ven en el suelo al hombre más viejo de ellos, convulsiona en el piso su enorme cuerpo de casi dos metros, pareciera como si alguien lo hubiera alargado su condición muscular es deplorable, antes de su colapso siempre fue un hombre de apariencia enfermiza y débil, el poco cabello que aún crecía en su cráneo se ha vuelto delgado y escueto. El resto de su comunidad está así alrededor tratando de agarrar tanto piernas y brazos para controlar la convulsión y no solo eso, pareciera que a cada momento su piel se pega más a sus huesos, como si algo lo consumiera.

—¿Qué está pasando?— pregunta Ágata con premura, se posiciona de rodillas ante la cabeza del viejo y coloca sus manos en sus sienes para evitar que golpeé contra el suelo.

—No sabemos, empezó a convulsionar de la nada— Responde uno de los presentes, el más corpulento y tosco, es tan voluminoso que incluso el duda de la capacidad de tocarse la espalda con las manos.

—Sujétenlo con fuerza— Ágata voltea hacia el nuevo, Baruch, como dándole la orden implícitamente a él.

               En cuanto ella se levanta, él toma su lugar con algo de nerviosismo; voltea continuamente buscando a Ágata, esperando que no lo deje solo con tal compromiso, como si la vida del viejo Pitt dependiera de él. Por su parte Ágata camina lentamente hacia un armario que abre con la llave que cuelga de su cuello; este está lleno de termos plateados, ella pasa sus dedos por cada uno, cierra sus ojos y detiene su mano sobre uno en especial, abre los ojos llenos de júbilo, como si hubiera escogido el correcto.

—¿Qué son esos?— pregunta Baruch contrariado, intentando aparentar tranquilidad.

—Estos son termos, simples y comunes termos. Lo importante es lo que contienen— Ágata camina hacia el viejo y lo ve con pesar. —Tienes que aprender algo Baruch y es que por mucho que quieras engañar a la naturaleza, ella siempre encuentra la forma de contenerte o hasta eliminarte.

               Se hinca a lado de Pitt y abre sutilmente el termo, un vapor blanquecino sale de la boca del recipiente y Ágata lo inhala, el humo entra por su boca y su nariz, sus ojos se iluminan como los de un gato al ver la luz de la luna, su respiración se vuelve agitada, pareciera entrar en un éxtasis, los demás excepto Baruch la ven con hambre, con ansias de probar el mismo vapor que expulsó ese termo. Ágata se inclina hacia Pitt y sopla el vapor que contuvo en su boca, el viejo intenta inhalarlo, pero parece que las fuerzas están por abandonarlo. Ella ve algo en los ojos del moribundo y se detiene, como si se rehusara a seguir gastando aquel elixir gaseoso. Se levanta y ve al hombre con tristeza, en el fondo sabe que no solo fue uno más de los que la acompañan, recordó cada momento vivido a su lado y pese a ser la menos sentimental del grupo no puede ocultar la tristeza de su corazón, quien la estuviera viendo en ese preciso momento que solo duró un par de segundos se daría que no es el monstruo sin sentimientos que todo el que ha convivido con ella cree que es.




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