«Tyra»
Me he mantenido quieta, deje de pelear, la mandíbula la siento adolorida, tenerla abierta por tanto tiempo me ha acalambrado, además de que la saliva a dejado la almohada y el colchón húmedos, pero me mantengo con la cabeza clara, serena, debo de pensar muy bien lo que haré, no debo de dejarme llevar por mi furia, posiblemente no tenga muchas posibilidades de salir de aquí, así que debo de ser contenida y más inteligente que ellos. Después de la larga noche las luces se vuelven a encender, cierro mis ojos y los abro gradualmente para que se acostumbren a la luz, la puerta se abre y veo a la doctora de ayer entrando mientras intenta poner orden a los papeles que carga, los deja en la mesa de noche a lado de la cama y acomoda sus lentes antes de regalarme su mejor sonrisa.
—Tyra ¿Cómo te sientes hoy? ¿Estás lista para tu primer sesión?— voltea hacia la puerta y hace una señal con la cabeza para que uno de los enfermeros se acerque a mí, me quita la mordedera con cuidado y muevo mi mandíbula intentando desentumirla.
—¿De que será la sesión, doc?— pregunto con calma y volteo hacia ella intentando mostrarme serena, logro sorprenderla por mi forma de hablar tan tranquila.
—Hoy recibirás baños terapéuticos— aja… ¿baños terapéuticos? Espero a que me diga lo que en verdad significa eso. —los enfermeros te llevarán al área de los baños donde tomarás un baño de agua fría, ayuda a la circulación haciendo que tú cerebro mejore su oxigenación.
—Perfecto, suena genial— sonrío de lado sin dejar de verla, de incomodarla.
Retrocede para que los enfermeros hagan su trabajo, me ponen de pie y cambian mi amarre de la cama por unas esposas de cuero y tela, me llevan sin dejar de vigilarme, veo a mi alrededor el lugar, pasamos por la zona común donde los enfermos menos peligrosos conviven drogados y carentes de consciencia. En el fondo veo un cuadro, “Doctor Daniel” puedo identificarlo a la perfección, es el hermano de Demon, el que era esclavo de Roziel, ¡claro! Era médico psiquiatra, por lo menos lo fue en vida hasta que… hasta que Florence lo mató junto con Lucifer, o por lo menos eso me explicó una vez Lucifer, lo que significa que si Daniel trabajó aquí, sigo en el país, Abel no me llevo muy lejos, un pequeño punto a mi favor, una oportunidad.
Entramos a un cuarto amplio, todo está cubierto con mosaicos de color blanco y hay una alberca algo grande y una más pequeña, apenas del tamaño de una tina. Los enfermeros me toman con fuerza como si esperarán que quisiera escapar y me meten a esa tina con agua helada y hielos, me sumergen hasta la cabeza; mi carne tiembla al contacto con el frío, pero no significa que en verdad sea algo que me moleste, donde crecí nos bañábamos con aguas más frías que estas. Me toman por el cabello y me sacan por momentos para que pueda respirar, observan con detenimiento mi rostro como si esperarán suplicas, pero simplemente me mantengo tranquila, con la mente en blanco, tratando de auto controlarme, que no vean que resiento el daño que me provocan.
Me sumergen una y otra vez hasta que pareciera que la tortura se volvió algo aburrido sin que yo grité y patalee, me sacan como si fuera un costal de papas y me dejan en el suelo; mis músculos de contraen por el frío y mis pulmones arden como el infierno por el agua que inhale. Me toman por los brazos y me sacan de ese lugar casi arrastrando, me llevan hacia el área común donde en una mesa me espera Abel, vestido de traje, con elegancia y tranquilidad me ve llegar casi arrastrando, los enfermeros me ponen en la silla frente a él y retroceden un par de pasos buscando darnos intimidad.
—¿Cómo estuvo tu baño?— me pregunta Abel con cortesía, como si en verdad estuviera esperando que lo disfrutara.
—Abrió mi mente, estímulo mis neuronas, bastante revitalizante— le respondo estando consciente de que estoy chorreando agua, la ropa se queda adherida a mi piel y cualquier corriente de aire me hace temblar.
—¿Lo disfrutaste?
—Me ayudó a pensar en cosas— le sonrío amigablemente mientras pongo mis manos esposadas sobre la mesa. —Como por ejemplo las mil y un formas en las que te puedo torturar— le guiño un ojo y parece que mi comentario le da bastante gracia.
—Tyra, no estás aquí para ser torturada, quiero que comprendas lo que ocurre y que te des cuenta que has tomado decisiones equivocadas casi toda tu vida— la lástima con la que me mira me incómoda y aunque siento el impulso de levantarme y buscar ahorcarlo me contengo, aún no es el momento.
—¿A qué te refieres?— finjo demencia, no es que sirva de mucho decirle lo imbécil que es.
—¿Unirte a Lucifer? ¿Darle dos hijos híbridos? ¿En qué estabas pensando?— usa un tono de regaño bastante meloso, como si quisiera hacerme comprender más que reprenderme.
—Amo a Lucifer… creí que amar al prójimo era algo que tú Dios profesaba.
—Nuestro Dios— me corrige, pero sé bien lo que dije.
—Mi Dios no aprobaría lo que haces, no le agradaría ver cómo me torturas solo por qué consideras que es lo mejor, ¿a caso me estás castigando por amar a Lucifer?
—No es castigo, solo busco que cures tu alma— entrelaza sus manos en la mesa y me sigue viendo con lastima.
—Claaaaro… ¿Qué es lo que en verdad quieres de mí Abel?
—Curarte… tu lugar no está con Lucifer y mucho menos con mi hermano Caín, tienes potencial para ser una buena persona, solo necesitas enfocarte en el camino correcto.
Editado: 04.10.2020