«Tyra»
Estoy acostada sobre un costado mientras trato de pensar en la gente que amo, en mi familia, en mi hijo Leo, en Lucifer, en mi amada Fiore, en mi hermano Ragnar y en Oriel que en estos momentos está siendo protegido por él. Puedo decir que mi condición es difícil, muchos mortales al saber lo que soy me han llenado de preguntas y de sombro, pero principalmente de comentarios como “¡que genial debe de ser!” “todas las épocas en las que has vivido” “quisiera ser inmortal como tú”, creen que morir mil veces no es tan malo y principalmente creen que ver morir a la gente que amas tampoco lo es, no ven las letras rojas y diminutas del contrato que firme y jamás me dejaron leer; encariñarte con las personas y ver como sus cuerpos se hacen viejos, como lentamente mueren diario un poco y al final se van, para algunos es un terror ver hacia el final de la vida, por el incómodo detalle de que nunca se sabe cómo vamos a morir, pero lo que no se dan cuenta es que vivir eternamente es una maldición, yo temía enamorarme de un mortal y tener hijos con él, ver como mis hijos crecían y yo seguía viéndome igual, como ellos envejecían y tener que enterrarlos yo, ver a mis nietos y pasar por lo mismo, ver morir a la gente que quiero de forma natural y no solo eso, envidiarlos porque ellos si podían tener una vida normal, esa vida que yo anhelaba, a diferencia de mis demás congéneres en la aldea, yo no quería pelear, yo quería ser mamá, quería cuidar hijos y cuidar de mi casa, de los animales, esperar a mi esposo en la noche y escuchar sus historias de la guerra mientras le servía la comida; para mí la vida de guerra no era la que yo quería, jamás la quise y es la que he tenido en cada día de mi vida después de la muerte. Supongo que fue la forma en la que el destino me demostró que a veces uno no obtiene lo que quiere si no lo que puede.
Las luces se encienden en mi habitación dejándome por un momento lampareada, me levanto lentamente ya que los enfermeros han permitido que duerma sin estar esposada a la cama. Me siento y veo como la puerta se abre, entra una mujer que no había visto antes, tiene unos risos rojos bastante lindos y unos ojos granate que ponen en evidencia su verdadera naturaleza de demonio detrás de esa bata de doctor.
—¡Buenos días Tyra! ¿Cómo amaneciste hoy? — Se planta frente a la cama y se apoya en ella para verme fijamente a los ojos.
—Buenos días, no eres la misma doctora atolondrada, ¿Abel ya trabaja con demonios? — Parece no estar sorprendida de haber sido descubierta, al contrario, no le presta interés a eso.
—Jajajaja no… no trabaja con demonios, es demasiado puritano para eso, pero admito que me alegra que este aquí ¿sabes por qué? — levanto los hombros respondiendo a su pregunta —bien, te diré por qué: obligará a Lucifer a que hagas las cosas bien, las cosas de forma correcta, de seguro te trajo aquí para alejarte de él, lo cual no se me hace malo, ¿cómo es posible que alguien tan poderoso como Lucifer se haya juntado con una mujer como tú? No sé qué tenía en la cabeza, pero cuando tu desaparezcas simplemente tendrá que buscar a su nueva reina.
—Déjame adivinar, esa nueva reina ¿serás tú? — No puedo evitar sonreír de forma burlona ante sus palabras.
—Exacto.
—¿Cómo sabes que Abel quiere desaparecerme?
—Por algo te trajo aquí, no sé cuándo, pero lo hará, no creo que te hayas ganado su benevolencia y como soy algo desesperada vine a ayudarlo— me guiña un ojo y en ese momento entran los enfermeros con esposas listos para mi siguiente tortura que creo que estará en manos de esta demonio. —Me presento, soy Abrahel, tu nueva reina— me guiña un ojo mientras que los enfermeros me sujetan con fuerza y me da un golpe tan fuerte en el rostro que me termina desmayando.
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Simone Carter se mantiene frente a la casa que alguna vez le perteneció al doctor Aiden Meyer, donde tanto tiempo convivio con él, ahora ese lugar está consumido, vuelto cenizas por el fuerte incendio que se generó, totalmente destruida y sin nada útil que rescatar de ella se mantiene como un lugar maldito, la ve con tristeza y a la vez nostalgia; el clima en estos momentos es muy diferente, la nieve ha desaparecido y el sol parece apoderarse de cada rincón, sin embargo puede recordar esos tonos pálidos con los que conoció el hogar del doctor.
—Am… ¿Todo bien?— Akos no puede evitar ver en la misma dirección que ella sin entender completamente lo que en real pasa por su cabeza. —Oye… ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿A quién buscábamos en ese psiquiátrico? ¿De dónde sacaste ese guante que le diste a Karime para que lo lleve con los del laboratorio?
—Haces muchas preguntas.
—Y tú no contestas ninguna.
—Creo que metieron a una familiar ahí y del guante… no sé cómo explicártelo— responde Simone sospechando quien fue el que le dio la muestra que necesitaba.
—¿Una familiar? ¿Crees que Burak lo haya hecho?
—No…él no fue— responde Simone abrazándose a sí misma, como si una corriente de aire fría la hiciera buscar que su calor no huya de su cuerpo.
El silencio se vuelve incómodo, por lo menos para Akos que esperaba que su antigua compañera del departamento de narcóticos fuera un poco más abierta con respecto a ese tema, en su cabeza se formulan miles de preguntas ¿Quién es esa familiar? ¿Cómo que llama? ¿Cuál es el parentesco? Akos conoció a Simone como una huérfana, sin padres, sin tíos ni abuelos, solo sabía que su padre había sido policía, pero jamás supo nada de su madre o de alguien más. Mientras agarra valor para empezar a preguntar escuchan el ruido de un auto acercándose por la carretera, ambos voltean a ver con curiosidad el auto algo destartalado que se acerca echando humo negro por el escape, tal vez con ciertas renovaciones podría ser un clásico de lujo, pero su descuidada dueña ha preferido hacer lo mínimo por él y dejar que el tiempo se encargue de llenar de óxido la carrocería y descomponer el motor.
Editado: 04.10.2020