Ex y algo más

CAPÍTULO 02

Clara cruzó las puertas giratorias del edificio de oficinas, y el aire fresco de la tarde fue un alivio bienvenido tras un día que parecía no tener fin.

A su lado, Paula caminaba a paso ligero, sus tacones resonando en la acera con un ritmo constante y decidido.

El bullicio de la ciudad envolvía a ambas, pero Clara apenas lo notaba. Su mente estaba aún enredada en la maraña del trabajo, en las presentaciones y, sobre todo, en el incómodo reencuentro con Martín, su exmarido.

—¡Por fin, libertad! —exclamó Paula, estirando los brazos hacia el cielo con exagerado entusiasmo, su voz tan cargada de alivio que Clara no pudo evitar reír.

—Cuéntamelo —respondió Clara con una ligera sonrisa, sacudiendo la cabeza. Sabía que Paula disfrutaba dramatizando las cosas—. Hoy sentí que nunca iba a terminar.

Mientras doblaban la esquina hacia la calle principal, una figura familiar apareció apoyada en una de las paredes del edificio vecino.

Luca, con su inconfundible sonrisa arrogante, las esperaba como quien sabe que tiene todo bajo control. Su cabello oscuro estaba perfectamente despeinado, un estilo cuidadosamente calculado, y su traje gris, impecable, reflejaba esa misma atención al detalle que siempre lo hacía lucir como recién salido de una revista de moda.

Clara ya podía sentir el aire de suficiencia que emanaba de él incluso antes de que abriera la boca.

—Bueno, bueno, si no es el dúo dinámico —dijo Luca con su habitual tono de falsa dulzura, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si estuviera por contar un chisme jugoso—. ¿Alguna idea brillante hoy, Clara? ¿O de nuevo te limitaste a dejar que Paula hiciera todo el trabajo?

La mandíbula de Clara se tensó involuntariamente, pero forzó una sonrisa para no darle el gusto de ver su irritación.

—Encantada de verte también, Luca —dijo, con una cortesía que solo acentuaba el sarcasmo que intentaba ocultar—. Y para tu información, tuvimos un día muy productivo. Gracias por preguntar.

Luca soltó una risa suave, claramente disfrutando del pequeño juego verbal.

—¿En serio? Porque escuché que tu presentación no dejó precisamente boquiabiertos a los superiores —replicó, con los ojos chispeantes de diversión malintencionada.

Clara apretó los dientes. Sabía que Luca siempre estaba buscando la forma de rebajarla, de restar mérito a su trabajo. Pero ella no se dejaría intimidar tan fácilmente.

—Curioso, porque escuché lo mismo de la tuya —disparó, sin dudar.

Luca levantó una ceja, visiblemente impresionado por la rapidez de la respuesta, pero no perdió su sonrisa engreída.

—Touché —admitió, empujándose de la pared con una elegancia casual—. Pero no te preocupes, siempre habrá una próxima vez. Tal vez tengas suerte.

Clara lo fulminó con la mirada, resistiendo el impulso de darle una respuesta mordaz. En su lugar, optó por mantenerse firme. No podía creer que en algún momento ella pensó que Luca era un hombre guapo y hasta llegó a gustarle, pero su mal caracter opacaba sus rasgos físicos.

—La suerte no tiene nada que ver con esto. Se llama trabajo duro. Deberías intentarlo alguna vez —dijo, con la voz firme y segura, sin apartar la mirada de Luca.

—Luchadora como siempre —comentó Luca con una sonrisa torcida antes de alejarse con pasos medidos—. Buena suerte con eso.

Paula, que había permanecido en silencio, soltó un suspiro tan pronto como Luca desapareció de su vista.

—Ugh, es insoportable —murmuró Clara, frotándose las sienes con los dedos como si eso pudiera eliminar la molestia que Luca le provocaba.

—No dejes que te afecte —respondió Paula, dándole una palmada amistosa en el hombro—. Él simplemente está celoso porque eres mejor que él, y lo sabe.

—Gracias, Paula —dijo Clara, sintiendo cómo una pequeña sonrisa se asomaba en su rostro. Sabía que Paula tenía razón, pero a veces era difícil no dejarse afectar por los comentarios venenosos de Luca.

Ambas amigas se dirigieron a la parada de autobús, abriéndose paso entre la multitud de personas que se apresuraban hacia sus casas, ansiosas por poner fin a la jornada laboral.

El autobús llegó con un chirrido de frenos, y subieron a él, encontrando asientos cerca de la parte trasera. Clara se dejó caer pesadamente en su lugar, sintiendo cómo la tensión de sus hombros comenzaba a disiparse.

El familiar zumbido del motor y el suave balanceo del autobús solían tranquilizarla, haciéndola sentir que, al menos por unos minutos, el mundo podía detenerse. Sin embargo, esa noche, su mente seguía llena de pensamientos inquietos, recuerdos que no quería revivir.

¿Por qué Martín tenía que ser su nuevo jefe? La vida nunca se había sentido tan cruel.

Intentó distraerse pensando en el día siguiente, repasando mentalmente sus tareas y las reuniones que tendría. Pero cada plan que formaba era invadido por la idea de tener que sentarse cara a cara con él, discutir estrategias, fingir profesionalismo cuando lo que realmente quería era gritarle todas las cosas que no pudo decirle cuando su matrimonio se desmoronó.

—Oye, ¿estás bien? —la voz de Paula la sacó bruscamente de sus pensamientos. Su amiga la miraba con preocupación, inclinándose hacia ella para evitar que los otros pasajeros escucharan.

—Sí, estoy bien. Solo me duele un poco la cabeza —mintió Clara, intentando esbozar una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Estaré bien cuando lleguemos a casa.

—Está bien, pero si necesitas hablar... —dejó la frase en el aire, con una mezcla de cuidado y duda en su voz.

Clara asintió en silencio, agradecida por la preocupación de Paula, pero incapaz de hablar del torbellino que se arremolinaba dentro de ella.

Llegaron al apartamento que compartían, un edificio antiguo cuyas escaleras crujían bajo sus pies con cada paso que daban.

Clara, agotada, dejó caer su bolso junto a la puerta y se quitó los zapatos con un suspiro aliviado. Cada paso que daba hacia su habitación le parecía más pesado que el anterior.




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