—¿Tú, qué haces aquí?
—¿Por fin terminaste de vomitar?—la voz de Luca irrumpió en sus pensamientos como un cuchillo cortando mantequilla.
Clara se giró, encontrándolo apoyado despreocupadamente en el marco de la puerta, con esa eterna sonrisa de suficiencia que siempre llevaba consigo. Típico de Luca, siempre tan engreído y, a pesar de todo, irritantemente atractivo.
—No estaba vomitando—espetó, arrancando una toalla de papel del dispensador. —Solo... me estaba refrescando.
—Claro, claro—respondió él, levantando una ceja con incredulidad. —Después de tu espectáculo, no es para menos.
—Déjame en paz.
—Bueno, más te vale apurarte porque el jefe quiere vernos a los dos. Y sinceramente, Clara, luces terrible.
—Gracias por el empujón moral, Luca. De verdad, lo aprecio—gruñó, mientras alisaba su cabello y trataba de sacudirse los nervios.
—De nada—respondió él con un guiño, dándose la vuelta para marcharse. —No hagas esperar al nuevo jefe.
Mientras caminaban por el pasillo, Clara no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Inhaló profundamente, intentando calmarse. La oficina seguía su curso habitual: teléfonos sonando, el tecleo incesante de los compañeros y el inconfundible aroma a café recién hecho flotando en el aire, como si nada hubiera cambiado... excepto para ella.
—Aquí vamos—dijo Luca, abriendo la puerta de la oficina de Martín con un gesto despreocupado.
—Después de ti—murmuró Clara, entrando al despacho con cierta reticencia.
Martín estaba sentado detrás de su imponente escritorio de caoba, irradiando la seguridad de un ejecutivo hecho y derecho con su impecable traje a medida.
Al ver a Clara, sus ojos mostraron un leve destello de algo indescifrable, pero lo disimuló rápidamente con su fachada profesional.
—Clara, Luca, gracias por venir—comenzó Martín, haciendo un gesto para que tomaran asiento—. Tengo conocimiento de ustedes son los mejores empleados. Tengo un proyecto importante que necesita la experiencia de ambos. Hemos conseguido una campaña publicitaria para una de las mejores marcas de lencería. Es un gran contrato para la empresa, y quiero a los mejores en ello.
—¿Juntos?—preguntó Luca, mirando a Clara con evidente escepticismo.
—Sí, juntos—confirmó Martín, su tono no admitía réplica. —Ustedes dos son mis mejores empleados, y quiero las mejores ideas. Así que el trabajo en equipo no es negociable.
—Genial—murmuró Clara por lo bajo, sintiendo el peso de las miradas de ambos hombres sobre ella.
—¿Alguna objeción?—preguntó Martín, claramente desafiando a cualquiera a decir algo.
—Ninguna por mi parte—respondió Clara con rapidez, queriendo evitar cualquier conflicto.
—Está bien—suspiró Luca, cruzando los brazos con resignación—. Pero, para que conste, creo que seríamos más eficientes por separado.
—Quiero su mejor esfuerzo en esto. Es un contrato millonario y no podemos perderlo, por eso quiero a los mejores en esto, no ideas separadas.
Clara y Luca se pusieron de pie para salir de la oficina de Martin.
—Clara, ¿puedes quedarte un momento? Necesito hablar contigo de algo.
—Claro—dijo Clara, sintiendo que su ritmo cardíaco volvía a acelerarse.
—Buena suerte—susurró Luca sarcásticamente mientras salía de la sala, lanzándole una mirada burlona.
—Gracias—murmuró Clara, rodando los ojos mientras él se iba.
Cuando la puerta se cerró tras Luca, el ambiente en la habitación pareció cambiar. Clara tragó saliva, enfrentando la intensa mirada de Martín.
—Clara, hay algo de lo que necesitamos hablar…
Martín la observó en silencio por unos segundos, su mirada firme, pero Clara pudo percibir una ligera incomodidad en su rostro. Finalmente, rompió el silencio con una voz contenida y controlada.
—No me imaginaba que tú estuvieras trabajando en esta empresa—dijo Martín, sus ojos examinando cada reacción en el rostro de Clara.
Clara lo miró con incredulidad, sin poder evitar sentir el frío golpe de esas palabras. —Yo tampoco pensé que tú te convertirías en mi jefe. —respondió, tratando de mantener su tono neutral, aunque la sorpresa y la ironía resonaban en cada sílaba.
Martín asintió levemente, como si ya hubiera anticipado esa respuesta. Dio un pequeño suspiro antes de continuar. —Nadie en esta empresa conoce nuestro pasado, Clara —susurró, casi como si estuviera confesando un secreto que le pesaba más de lo que quería admitir—. Especialmente, nadie sabe que fuiste mi esposa. Y por el bien de ambos, te pido discreción. Debemos comportarnos como profesionales, simples conocidos. Solo jefe y subalterna. —su tono, aunque tranquilo, tenía un aire de orden y prepotencia que dejó clara su intención de cerrar cualquier vínculo que los uniera más allá de lo estrictamente laboral.
—¿Jefe y subalterna? Claro que si.
Las palabras de Martín cayeron sobre Clara como un balde de agua fría. Por un momento, el silencio se alargó en la habitación, y ella lo observó detenidamente, intentando reconocer al hombre que una vez había amado.
Mientras lo decía, notó la falta de humildad en sus ojos. Este no era el hombre que había conocido, el hombre que había amado. Ahora parecía egocéntrico, orgulloso. Su mente corría con pensamientos de venganza, prometiéndose a sí misma que encontraría la manera de devolverle el dolor que él le había causado.
Una oleada de furia comenzó a crecer dentro de Clara, quemándole las entrañas. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía hablarle de esa forma después de todo lo que habían vivido?
—Perfecto —dijo Martín, asintiendo con una sonrisa profesional que no alcanzaba sus ojos—. Confío en que serás discreta.
—Por supuesto —respondió Clara, con una voz más dulce de lo que sentía. Pero en su interior, ya había tomado una decisión. Jugaría su juego, solo para demostrarle que ahora ella era quien tenía el control y que estaba mucho mejor sin él.
Se giró y salió de la oficina de Martín.