Martín salió del edificio de oficinas, aflojándose la corbata mientras buscaba con la mirada a Benjamín.
El elegante coche negro estaba estacionado a unos pocos pasos, y desde allí podía ver a su amigo contra el vehículo, deslizando distraídamente su dedo por la pantalla de su teléfono.
—¿Otra vez buscando una cita? —preguntó Martín.
—Solo verificaba mis solicitudes. —se excusó—. ¿Listo para irnos, jefe? —preguntó Benjamín, abriéndole la puerta con una reverencia exagerada, casi teatral.
—Déjate de tonterías —respondió Martín con una sonrisa, mientras se deslizaba en el asiento trasero.
Apenas se acomodó, algo llamó su atención: Clara, de pie en la parada de autobús junto a su amiga Paula. Los gestos animados de Clara, la forma en que apartaba un mechón suelto detrás de la oreja, le arrancaron una sonrisa involuntaria.
—Sigue ese autobús —ordenó Martín, señalando el vehículo que acababa de detenerse frente a la acera. Clara y Paula subieron, aún inmersas en su conversación.
—¿En serio? —Las cejas de Benjamín se arquearon con asombro, pero obedeció, maniobrando el coche hacia el tráfico. —¿Ahora estamos en una especie de misión secreta?
—Solo conduce, Ben —replicó Martín, con un tono que no admitía discusión. Se recostó en su asiento, con los ojos fijos en el autobús que se alejaba frente a ellos.
—Está bien, está bien —murmuró Benjamín, lanzando miradas curiosas a Martín a través del espejo retrovisor. —Pero sabes que no voy a parar de preguntar hasta que me cuentes lo que está pasando.
—Silencio, por favor —pidió Martín, aunque su voz carecía de la autoridad habitual. No podía permitirse distracciones en ese momento; necesitaba saber a dónde iba Clara, con quién estaba. Era irracional, tal vez incluso un poco obsesivo, pero no podía evitarlo.
Siguieron al autobús por lo que a Martín le pareció una eternidad, aunque probablemente solo pasaron unos diez minutos. Finalmente, el autobús se detuvo frente a un edificio de apartamentos, y Clara y Paula se bajaron, riendo por algo que habían compartido.
—A ver, ¿cuál es el asunto? —exigió Benjamín, apagando el motor. —¿Por qué estamos jugando a los detectives, quiénes son ellas?
—Esa mujer... —Martín titubeó, observando cómo Clara entraba en el edificio. Soltó un suspiro pesado. —Es mi exesposa.
—¿Clara? ¿La misma Clara de la que me has hablado?— Los ojos de Benjamín se abrieron con sorpresa. —Entonces, ¿por eso tomaste este trabajo? Viniste aquí por ella.
—Eso no es... bueno, no es del todo cierto —se defendió Martín, aunque sabía que Benjamín había dado en el clavo. —Quiero decir, es una gran empresa, tiene mucho potencial.
—Sí, claro —replicó Benjamín, rodando los ojos con escepticismo—. Por eso insististe en tomar este trabajo a pesar de que era el puesto con el menor salario de todas las propuestas.
—No, ya te lo dije. Era la mejor opción.
—Y los cerdos vuelan. ¿Se volvió a casar o algo? —preguntó Benjamin.
—No —dijo Martín, sacudiendo la cabeza. —Revisé su expediente. Sigue soltera.
—Vaya —Benjamín se recostó en el asiento, soltando un largo silbido. —Estás realmente metido hasta el cuello, ¿verdad?
—Cállate, Ben —murmuró Martín, aunque una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios. Tal vez, pensó, realmente estaba metido hasta el fondo.
—¿Qué quieres que haga ahora?
—Nada, vayamos a nuestro apartamento.
—A sus órdenes, jefe.
Benjamín arrancó el auto y condujo hasta el apartamento lujoso de Martin.
Martín forcejeaba con las llaves en la puerta, mientras Benjamín, a su lado, golpeaba el suelo con impaciencia, haciendo sonar su pie contra el suelo en un ritmo constante y molesto. Al fin, cuando la puerta se abrió de par en par, ambos quedaron petrificados ante lo que vieron.
—¡Sorpresa! —la voz alegre de Nuria resonó desde el sofá, donde estaba sentada con las piernas cruzadas, sosteniendo en una mano una copa de vino tinto que parecía peligrosamente cerca de derramarse.
—Eh... ¿Nuria? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Martín, completamente desconcertado, mientras daba un paso dentro del apartamento, todavía procesando la escena.
—Bueno —comenzó ella, dejando con delicadeza la copa de vino sobre la mesa de centro y poniéndose de pie con una sonrisa radiante—, ¡tengo noticias emocionantes! … hola Benjamín —dijo con desagrado, ya que no sentía simpatía por el amigo de Martin.
—Pero, ¿qué haces aquí?
—¡Compré acciones de tu nueva empresa! —gritó con emoción
—Vaya, eso es... inesperado —logró balbucear Martín, todavía intentando comprender la presencia de su amiga cómodamente instalada en su sala de estar, como si fuera lo más natural del mundo.
—Espera, hay más —continuó Nuria, con los ojos brillando de emoción—. También compré un apartamento en este edificio. ¡Así que seremos vecinos! ¿No es fantástico? Estaremos juntos por mucho tiempo.
Benjamín no pudo contenerse y estalló en carcajadas, su risa rebotando por todo el pequeño espacio del apartamento. —¡Qué coincidencia! —dijo con tono sarcástico, dándole una palmada a Martín en el hombro—. Una verdadera coincidencia, ¿eh?
—Sí, es como el destino —respondió Martín, intentando disimular su sorpresa con una sonrisa forzada.
—En fin, solo quería compartir las buenas noticias —dijo Nuria, lanzándoles una sonrisa brillante antes de dirigirse hacia la puerta—. ¡Nos vemos, vecino!
—Adiós, Nuria —la despidió Martín, aún aturdido, como si todo lo que acababa de pasar fuera un sueño extraño.
—¡Cuídate! —añadió Benjamín, casi a punto de explotar de la risa nuevamente.
En cuanto la puerta se cerró tras Nuria, Benjamín se giró hacia Martín con una sonrisa de oreja a oreja. —Parece que no eres el único loco aquí, amigo. Nuria ha entrado en modo acosadora total, comprando acciones y un apartamento solo para estar cerca de ti. Eso sí que es dedicación. Al menos tú solo te convertiste en el jefe de tu exesposa.