Exiliada

Capítulo I

Podía sentir como perlas de sudor recorrían mi frente y espalda, humedeciendo las sábanas, y mientras más intentaba respirar con normalidad, solo hacía que mi pecho se contrajera y oprimieran mis pulmones.

Ni siquiera podía recordar la última vez que dormí sin tener pesadillas de las cuales no podía escapar, hasta que terminara. Siempre el mismo final. Una espada de cuarzo atravesando la piel delgada de mi garganta, con su punta dejando caer sobre mi espalda gotas carmesí.

Pero eran sus ojos llenos de satisfacción los que realmente perturbaban mi sueño.

Aquel sueño oscuro no cambiaba. Siempre el mismo inicio y desenlace. La misma persona persiguiéndome, y a pesar de vivirlo la mayoría de las noches, nunca lograba escapar de ella. Fue así como llegué a pensar que me había maldito. Un hechizo oscuro, donde solo podría verla de ese modo en mi cabeza, pero no en la realidad.

Con el tiempo, llegué a pensar que extrañar, era la maldición más terrible. Incluso más que el olvido.

­­— ¿Mi Lord?

La voz de Fannes me devolvió a la realidad. Articulé un “sí”, afirmando que podía continuar ahora con un nivel normal de pulsaciones. Como todos los días, entró con una bandeja de oro y el desayuno en platos de cristal sobre ella, situándola sobre el alfeizar de la ventana. Fannes había sido el mayordomo de mi familia por varias décadas, así como sus antepasados lo fueron. Un criado entre muchos que trabajaban para nosotros, la familia Lincaster.

—Llegaron nuevas cartas, Lord Lincaster— rompió el silencio mientras servía un poco de té, como un simple mortal. Tan solo verlo resultaba agotador.

Antes de que Fannes siquiera lograra girar para tomar la tetera entre sus arrugadas manos, cubiertas con guantes de seda de alas de hada, dirigí mi atención hacia los cubos de azúcar de unicornio, que comenzaban a seguir por los aires el suave movimiento de mi mano, cayendo así cuatro terrones de azúcar dentro de la taza de té. Fannes observó mi acción mas no abrió la boca, sabía que a mi paladar no había nada más desagradable que un té amargo, y para mí nunca era suficientemente dulce.

—Lord Lincaster— repetí casi inaudible sintiendo cada una de las letras de aquel título en mis labios. Mi mandíbula se tensó—. Ya te he dicho que no es necesario llamarme de esa forma. Y esta vez es una orden, Fannes.

—Mi error, joven Tristan, no volverá a pasar.

—Descuida—sonreí formando un hoyuelo en mi mejilla izquierda-. Las cartas, ¿son importantes? Porque si es otra invitación de la joven Silia, deberás quemar esta también.

Fannes rió, pero supe por su expresión que no se trataba de algo tan simple como eso. Me levanté de la cama y con un movimiento de mi mano, atraje la taza de té caliente y dulce. No pude evitar maldecir internamente cuando al surcar la bebida por mis labios, deseé que fuera chocolate caliente.

—Faness.

—Son cartas de respuesta, Tristan—dijo dudando un poco de sus palabras, sobre todo al pronunciar mi nombre-. Enviadas por Los Alfa de la Comisión.

La Comisión de los Alfas, o como solía llamarles, Los Ancianos, líderes que me rebasaban por una buena cantidad en edad y en el tiempo que llevaban formando parte de aquella estructura de poder, sin embargo, no me superaban en ambición.

Siglos atrás, el mundo que conocíamos desapareció, aquel en el que eras libre y los niños no necesitaban separarse de sus madres para aprender a pelear. El mundo en el que la sangre no corría sin razón, la sociedad era dirigida con justicia, y no nos dividíamos entre los más fuertes y los sumisos, había quedado atrás. Todo debido a la avaricia y codicia de los mortales, quienes comenzaron una guerra para determinar la tierra que gobernaría a todas las demás.

Los humanos sencillos jamás llegarían a entender por sí mismos que no lograrían nada con aquel caos. Nunca obtendrían un vencedor. Fue así como los magos, brujas y criaturas mágicas salieron a la luz, sabios y poderosos que se escondían entre todos los demás para no ser descubiertos y usados como experimentos de los mortales. Gracias a ellos nació un nuevo mundo, una nueva jerarquía. Pero los humanos siempre serían envidiosos, más de una vez intentaron arrebatarles el poder a nuestros brujos, recibiendo fácilmente la muerte por tal pecado. Irónico ¿no?

Con el tiempo, se reestableció una sociedad dividida entre los Alfas: líderes nacidos de magos, siendo los más fuertes, poderosos e inteligentes. Los Betas: conformaban todas las criaturas mágicas: hadas, elfos, angelis magos y brujas. Y por último, los Omegas. Divididos entre los humanos, y todos aquellos de sangre mágica exiliados por sus crímenes. Los humanos no se volvieron a acercar a los seres fantásticos, y los Alfa se encargaban de mantener sus necesidades básicas y dirigirlos con justicia a pesar de la oscuridad que podía crecer en ellos.

Pero como dije, no eras libre. No del todo, a menos que fueras un Alfa, y desde que me convertí en uno quise cambiar eso. Sus reglas podían cambiar en un solo chasquido de sus dedos si así lo deseaban, y no estaba dispuesto a cerrar mis ojos y cantar esa canción.



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En el texto hay: magia

Editado: 21.02.2018

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