Prólogo

Sus pulsaciones estaban disparadas, su corazón latía tan rápido y con tanta fuerza que sentía el temor de que, en cualquier momento, se detuviera de forma abrupta.

Angustia, eso era lo que percibían todos y cada uno de sus sentidos.

Corría velozmente, intentando no tropezarse. Sabía que si lo encontraban estaría de nuevo frente a frente con la muerte y eso era algo a lo que, por desgracia, ya estaba acostumbrado.

Era por ello que sus piernas se movían con agilidad a pesar de estar entumecidas.

Sus ojos luchaban por acostumbrarse a la oscuridad de la noche mientras recorrían cada centímetro de ése gigantesco y denso bosque, buscando una salida.

Sus papilas gustativas estaban exaltadas debido al sabor de la sangre, probablemente se hubiera mordido a sí mismo en algún momento.

Ojalá pudiera decir que olía el aire fresco que desprendía el bosque de Caelum, su olfato era casi nulo a causa de la velocidad, el aire le impactaba en el rostro y hacía que no pudiera respirar.

Ahí estaba de nuevo ésa sensación tan desagradable y, sin embargo, tan insólitamente familiar, lo percibía en sus poros.

Su piel blanquecina estaba impregnada por una fina capa de sudor y, a pesar de estar a más de treinta grados, su cuerpo se convulsionaba levemente debido a un aparente frío, ése frío que se da cuando el pavor de ser acechado toma tu cuerpo.

Los latidos de su corazón resonaban de tal manera en su cabeza que apenas le permitían ordenar sus pensamientos.

Se lamentó al ver lo que parecía ser un callejón sin salida frente a él. Se trataba de un enorme muro de piedra de más de veinte metros de altura.

Sopesó la posibilidad de escalarlo sin reparos, aunque eso provocaría que lo tuvieran en el punto de mira.

«Concéntrate», pensó el joven.

Sus ojos, ávidos de inteligencia, se movían sin cesar, intentado hallar opciones. Éstos centellaron al ver un árbol suficientemente alto como para abrirle paso más allá del muro.

Aumentó la rapidez de sus pasos para coger impulso y, entonces, saltó hasta alcanzar una de sus enormes ramas.

Sin apenas esfuerzo, llegó a la cima del árbol y sobrepasó el muro de un sólo salto.

En ese instante, agradeció la agilidad y resistencia que le brindaba su especie, sin embargo, detestaba que fuera ésa misma condición la que hiciera que tuviera que huir.

—Mierda —se quejó al darse cuenta de que había perdido su ración diaria de comida.

Sus ojos miraron atrás una vez más, no sabía si volver o seguir su camino.

Un inaudible gruñido de fastidio salió de sus gruesos labios.

—¡¿Dónde está?! —escuchó gritar a una voz masculina en el lado opuesto al que él se encontraba.

—Comandante Bradley —respondió otro hombre —. Creemos que el híbrido ha saltado el muro.

—¿Y a qué se supone que estáis esperando? —preguntó retóricamente el Comandante —. ¡Contactad con el agente Matthew, que traiga la nave! ¡Iremos a por ellos ahora! —exclamó con enfado—. Y si no es mucho pedir, llamad al ejército aéreo de La Cúpula. Que dejen de desentenderse y muevan su majestuoso culo hasta aquí —la frustración estaba impresa en su tono de voz.

El joven híbrido no dudó dos veces y corrió tanto como pudo.

Esa era su naturaleza; Era un híbrido, una mezcla entre un ser humano y un "Ancestro" y, por ende, eso lo convertía en un depredador humano, una abominación de la naturaleza, un ser que no debía existir.

Ser un híbrido te sentenciaba desde el momento en que pisabas HybernalCity, la ciudad de los humanos, el lugar donde asesinar sin piedad y derramar la sangre de un infante era siempre justificable si se trataba de un híbrido.

Solían llamarlo "la catarsis de la humanidad". Dicho así no sonaba tan mal, pero en realidad no era más que la persecución, el acecho, la tortura y el asesinato sin contemplación de los híbridos. Una purga disfrazada de catarsis.

Y él, Aiden, formaba parte de la especie que debía ser exterminada.
 

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