El viaje estaba siendo tan plácido que nunca hubieran podido decir que se encontraban en un transbordador espacial.
Gabir se encontraba sentado con la cabeza echada hacia atrás, mirando el resplandeciente techo blanco de la nave.
Le estaba siendo casi imposible no moverse. Estaba tan nervioso que sentía que le tiraban los músculos por levantarse de su asiento y comenzar a dar vueltas, pero sabía de sobras que no podía hacer eso.
En realidad, se encontraba excitado. Jamás había subido a una nave espacial, de hecho, ignoraba que los híbridos tuvieran una, nunca las había visto pero, por lo visto, se equivocaba.
—Ya casi llegamos —les avisó Mael.
Noah pareció dar un pequeño salto en su sillón, desde luego, era el que más inquieto parecía estar.
Su mirada violeta se cruzó con el ceño fruncido de Aiden. No había abierto la boca en todo el viaje.
¿Tal vez se encontraba molesto con ellos por insistirle en venir? Probablemente.
Se había negado rotundamente a acompañarlos después del ataque que habían sufrido anoche en HybernalCity.
En otras condiciones no le hubiera insistido, pero Mael le había dicho explícitamente que Aiden debía ir con ellos, que lo que iba a enseñarles le abriría los ojos. Así que, casi a regañadientes, había conseguido que Aiden les acompañara.
¿Que era extraño que el refugio tuviera una nave escondida? Sí, sí lo era.
Entendía la desconfianza y el rechazo de su amigo, pero Mael les había dicho que la nave era segura, que era única, pero les protegía de los humanos, que ya se habían ocupado de mecanizarla para que no fuera visible a los ojos.
Cerró sus orbes morados y pasó sus manos bronceadas por su cabello oscuro alborotado, dejando escapar un suspiro de cansancio.
Hacía unos pocos minutos que la nave había desacelerado hasta que el marcador de coordenadas había pitado.
Un fulgor rojizo traspasó la nave, cegándolos. Automáticamente, el cielo azul que les rodeaba hasta el momento desapareció para dar paso a un túnel suspendido en el aire. La nave avanzó hasta adentrarse en lo más profundo de aquél extraño lugar mientras que las compuertas del corredor se cerraban, impidiéndoles ver el exterior en el que minutos antes sobrevolaban.
Poco después el vehículo se había estacionado en una plataforma circular de color metálico.
—¿Dónde estamos? —preguntó Gabir pisando por fin tierra firme. La apariencia del lugar le recordaba a una estación espacial.
—Dentro de un túnel —rió Mael bajándose de la nave junto a los pilotos.
—Sí, ya, eso ya lo he visto —respondió con sarna. Sus ojos violetas siguieron a Mael sin pestañear, viendo cómo éste se dirigía a la parte trasera de la aeronave para comenzar a sacar múltiples cajas.
Los murmullos de sus compañeros resonaban una y otra vez a causa del vacío que rodeaba esa especie de pista de aterrizaje.
Cuando Mael le dijo que aquél día comenzarían su iniciación dentro de las Fuerzas Híbridas, desde luego no esperaba introducirse en un hueco a través del cielo.
—Dejad de preguntar y coged una de éstas cada uno —ordenó Mael tirándole a los brazos una enorme caja de, como poco, diez kilos.
—¿Comida? —preguntó el híbrido extrañado. ¿Habían ido hasta allí por comida?
—Muy hábil, Gabir —se burló Eirian, uno de sus acompañantes— Y yo que pensaba que esas manzanas eran, en realidad, dispositivos anticonceptivos para féminas.
—Oh, entonces serán perfectos para ti, ¿no? —contraatacó.
—Vaya Eirian, no sabía que estabas en tus días—añadió entre risas Steven.
El túnel parecía interminable. ¿Cuánto debían llevar andando? Por lo menos el doble de lo que habían tardado en llegar con la nave.
Y lo que más le alarmaba: ¿A dónde se suponía que llevaban todas esas cajas repletas de comida? No era como si fueran sobrados de comida en el refugio, la verdad.
Mael no les había dado ningún tipo de información mientras caminaban, tan sólo una única indicación, que fueran lo más discretos posibles.
Llevaban tanto rato viendo sin cesar aquellas mismas insípidas paredes metálicas que Gabir había llegado a aborrecerlas.
Lo único que se oía por aquel largo y solitario corredor eran los pasos de sus compañeros y el eco que éstos emitían y que no hacían más que crispar si carácter impulsivo cada vez más.