La nave había sobrevivido… apenas.
Su estructura se encontraba enterrada bajo capas de ceniza volcánica y roca fundida, con parte del casco sobresaliendo como una costra negra en medio de un valle ardiente.
Los sistemas vitales estaban colapsando. El oxígeno se envenenaba lentamente. La mayoría de las cápsulas de criosueño habían fallado. Solo una veintena de los últimos Y’kranos había despertado con vida.
Aelion, con el brazo vendado y una costilla rota, caminaba por los pasillos oscuros de la nave arrastrando los pies. Cada paso era una derrota, cada chispa eléctrica un lamento de una civilización muerta.
—¿Estado de los sistemas? —preguntó con voz seca.
—Gravedad artificial inestable. Comunicaciones fuera. No hay forma de contactar con otros núcleos de escape —respondió Naïra mientras analizaba una consola medio destruida—. Somos… los únicos.
Un silencio denso cayó sobre ellos. Aelion asintió. Lo había temido desde el principio.
—Entonces este planeta será nuestra tumba… —murmuró.
—…O nuestro legado —corrigió ella.
Horas después, los sobrevivientes se reunieron en lo que quedaba de la sala de consejo. Entre ellos, varios científicos, dos guerreros de élite, un anciano vidente y un grupo de jóvenes inexpertos, apenas iniciados en la conciencia estelar.
—Este planeta no está listo para nosotros —dijo uno de los soldados—. Los niveles de radiación son peligrosos. La vida dominante es hostil. No duraremos mucho.
—Lo sabemos —respondió Naïra—. Pero no hemos venido a sobrevivir. Hemos venido a trascender.
Con un gesto, proyectó un mapa del planeta: océanos inmensos, climas extremos, pero con zonas fértiles. Luego, activó un modelo 3D de una célula: una mezcla de ADN Y’krano y ADN primitivo terrestre.
—Si no podemos vivir aquí como somos… viviremos aquí a través de ellos.
La propuesta era simple. Y monstruosa. Mezclar su código con el de la vida local. Modificar la evolución. Insertar fragmentos de su conciencia. Crear una nueva especie con la capacidad de heredar lo mejor de su gente… y adaptarse a este planeta hostil.
Serían olvidados.
Pero su huella… jamás.
—¿Y si algún día despiertan lo que somos? —preguntó el anciano vidente.
Aelion lo miró con tristeza.
—Entonces el ciclo se repetirá. Pero esta vez… quizás no lo arruinemos.
En silencio, los sobrevivientes comenzaron el proyecto que cambiaría para siempre la historia del planeta. Sin saberlo, en lo profundo de la selva, una criatura recién nacida observaba la luna con una expresión que ningún animal jamás había tenido:
curiosidad.