En el siglo XXX La Tierra sufrió los estragos de los abusos de los humanos, ya no faltaba mucho para que todos los seres que quedaban con vida murieran, el oxígeno bajaría tanto, que los condenarían a morir asfixiados. Los dirigentes del mundo estuvieron calmado al pueblo indicando que estaban realizando las medidas necesarias que revertirán todo los daños hechos a la naturaleza.
Pero en realidad estaban ganado tiempo, trabajaban para terminar una nave que los llevaría a uno de los satélites de Júpiter, querían llevarse solo a los grandes científicos de todas las ramas del conocimiento para poder desarrollar tecnologías, y desarrollar androides que puedan hacer las labores pesadas por ellos.
En casa de dos especialistas en autómatas, llegaron varios hombres de negro.
— ¿Señores Roberts? — uno de los agentes habló sin emoción en su voz.
— Sí, dígame en que podemos ayudarle.
Otro rápidamente le mostró una insignia que los acreditaba como miembros del gobierno. Pasaron sin esperar que les dieran permiso. En pocas palabras los pusieron en conocimiento de todo.
— ¿Y qué quieren de nosotros? Que nos unamos a los cobardes que huyen del planeta.
— Es la única forma de mantener nuestra raza con vida. Ya tenemos dos lugares reservados para ustedes.
— Espere ¿Dos lugares? Somos tres.
—Solo ustedes están en la lista, deben subir a la camioneta ahora.
— No dejaremos a nuestro hijo.
— No está en el registro de vuelo, además no creo que sé de cuenta si lo dejan o no — el tono era muy autoritario, aunque no gritó.
— No iremos, váyanse de nuestra casa.
— Les daremos media hora para que puedan conseguir quien cuide a su hijo, para que sus conciencias queden tranquilas, pero luego tienen que venir con nosotros, les recuerdo que hay muchos más que esperan esta oportunidad — antes que los otros dijeran algo más — tenemos orden de quien sepa y no vaya no debe quedar con vida.
Los agentes del estado salieron.
— ¿Qué haremos? No podemos dejar a Claudio — dijo angustiado el hombre.
— Si no vamos nos matarán a todos.
— ¿Qué sugieres Jane? ¿Qué lo dejemos? — la miró horrorizado.
— Nunca, pero debemos aprovechar cada momento, jamás dejaremos a nuestro hijo, sígueme.
Luego de 35 minutos los hombres de negro golpearon la puerta, como no obtuvieron respuesta tuvieron que derrumbarla, encontraron el lugar abandonado, la familia habían tomado lo más imprescindible y se fueron por la ventana del baño.
— ¿Qué haremos señor?
— No irán muy lejos, con esa cosa por hijo que tienen deben estar cerca.
A varios kilómetros de distancia, el matrimonio se escondió en una cueva del bosque que nadie podría encontrar si no sabía que buscaba, allí a veces acampaban, pasaron un día completo escondidos, esperando que pronto se olvidarán de ellos.
— John ¿Por qué nos quieren? Hay muchos más especialistas en nuestra área.
— Pero no con nuestra habilidad — dijo el hombre triste, sin orgullo — pero no podemos dejar a nuestro niño. Si lo incluyeran a él, iríamos — la madre asintió — pero en estas condiciones nunca.
Ambos miraron al pequeño de 8 años, que estaba ajeno a lo que ocurría a su alrededor, como siempre se la pasaba meciéndose de adelante para atrás, su mirada perdida, era autista profundo.
— No podemos abandonarlo, si es verdad que no podemos salvarnos, prefiero que muramos todos juntos.
A los dos días salieron, según les habían dicho el plazo para embarcar era de una semana, debían esconderse cinco días más.
— ¿Dónde iremos? — preguntó Jane mirando a todos lados, asustada.
— A la casa de veraneo de mi hermano, allá nadie nos encontrará, le avisaré para que nos lleve víveres.
Luego de llamar a Pablo y contarle todo, éste se trasladó rápidamente a buscarlos, y les prestó su Jeep para evitar que los rastreaban por el GPS del que les pertenecía, que todavía seguía estacionado fuera de su casa.
Estuvieron tranquilos por dos días en el refugio de las montañas, trataron de pasar el mayor tiempo posible juntos, hasta que de madrugada la mujer despertó inquieta, tuvo una pesadilla donde veía que los atrapaban, mataban a su hijo frente a sus ojos, y luego a ellos. Allí estaba el hermano de su esposo, que era quien los había entregado, riendo contento porque a él lo incluyeron como pasajero en el viaje por su ayuda, ya que también era un especialista en autómatas.
— Amor — despertó a su esposo angustiada.
— ¿Qué pasa?
— Vayámonos, apúrate.
— ¿Qué pasa? — insistió nervioso al verla así.
— Tuve un sueño — se lo contó, pero omitió lo de su cuñado, porque sabía lo que lo quería John.
— Fue solo producto de las preocupaciones.
— No — dijo firme — había algo muy especial en él, por favor — suplicó con la vista
— ¿Y dónde iremos?
— De vuelta a la cueva solo quedan tres días para que nos dejen de buscar.
— Está bien, le avisaré a Pablo.
— NO.
— ¿Qué te ocurre?
— Por favor, no lo hagas...
— Bueno, vamos — echaron en el auto de su hermano todos los víveres y se fueron.
Cuando iban cerca de una colina cercana a la cabaña vieron que varios vehículos se acercaban, el matrimonio con su hijo se escondieron, vieron descender de los autos los hombres del gobierno que los habían ido a ver la primera vez, y a Pablo. Merodearon la casa y entraron, al rato salieron molestos, intercambiaron palabras con el dueño de la cabaña, y cuando se iban el último de los uniformados, se devolvió y le disparó en la cabeza.
— Sabías que él era quien nos entregaría ¿Verdad? — habló conteniendo las lágrimas.
— Eso vi en mi visión, porque sueño ya estoy segura que no fue.
— Vamos — dijo triste — lo mejor será movernos.
Apenas pudieron cambiaron de vehículo, siempre miraban sus espaldas, un día después cerca de unas montañas, tres vehículos negros se les acercaron, tuvieron que meterse en el bosque, dejaron el automóvil y corrieron llevando a su hijo con ellos.