Exohumano

Capítulo 1. El hombre dentro de la caja.

Una voz seca y distante me pidió que despertara. Abrí los ojos, y nada de lo que allí había, encerrado dentro de aquellas cuatro paredes de espejos, me era conocido. Ni siquiera el reflejo que se movía como yo, frente a mí en la pared. Me senté sobre el colchón y observé mejor. Terminé comprendiendo, con cada movimiento que imitaba, que ese, en realidad, era yo mismo: ojos pequeños y finos, observando curiosos el cabello negro y la piel pálida, propia de quien nunca ha visto la luz del día. Me costaba creer que fuera yo, pero lo era, y es que no recordaba haberme visto antes en un espejo. Sentía los labios secos y la mirada ardiente, por los focos que mantenían la atención sobre mí.

Me toqué la cara con una mano buscando los rasgos que veía y con la otra toqué mi reflejo en el espejo; mi piel era cálida en contraposición al espejo que estaba helado.

Al tocar las sábanas que me cubrían noté que eran suaves y olían a jabón de vainilla; era relajante. Debajo estaba vestido con un traje blanquecino ceñido a mi piel, era fino como una segunda piel y parecía adaptarse a mi cuerpo y movimientos con sutileza. No recordaba haberme puesto nada, al igual que no recordaba nada antes de despertar en el cuarto de espejos.

Coloqué mis pies sobre el suelo frío y me levanté con afán de andar. Sin embargo, mis piernas se tambaleaban y no podía mantenerme en pie por más de dos pasos, tropezando en el suelo con todo mi peso. Las rodillas me dolían, y algo de lo que me había dado cuenta con esa caída, es que hacía ruido al impactar con el suelo, pero no escuchaba más ruidos aparte de ese que fue puntual y el de mi propia respiración. Se me retorcía el estómago de dolor y rugía como si me pidiera algo en un idioma que no comprendía. Me costaba respirar como si estar allí no fuera mi lugar. Necesitaba escapar de esa angustia.

Busqué alguna salida, debía haberla en algún lado, aunque a simple vista no hubiera puertas o ventanas. Pasé la mano por las paredes y el suelo e intenté alcanzar el techo. El cuarto me hacía sentir oprimido como una hormiga debajo de una suela.

De repente se abrió una trampilla en el suelo y ascendió una bandeja con comida y un vaso de agua. Me acerqué con cautela, a gatas, olisqueando con la nariz me parecía percibir un aroma de pimienta y verduras cocidas. Metí dos dedos en el líquido verdoso y lamí mis huellas. Era de un sabor agrio y lo escupí. La bandeja bajó de nuevo y ascendió otra en su lugar. Era de pescado. Mordí un trozo; la textura de las escamas era áspera, su sabor era algo insípido y me pinché con algo en la lengua descubriendo así que contenía espinas, pero me gustaba mucho más que el plato anterior y, ya que el estómago no paraba de quejarse, me lo comí retirando las espinas con cuidado y escupiendo las que se me pasaban por alto. Tenía la boca seca así que bebí de un trago el agua fresca, tan rápido que se me escurrió un hilo por la barbilla y bajando por el cuello hasta mi pecho mojando el traje. Enseguida se secó como si hubiera absorbido la humedad.

Mientras comía pensaba en cómo salir del cuarto. En cuanto acabé, mi estomago dejó de gruñir, y la trampilla se hundió en el suelo quedando sellada. Di algunos golpecitos en el suelo, pero estaba completamente duro y no había fisuras.

Me quedé a solas con mi reflejo, aun así, me sentía observado por ojos invisibles.

Apagaron las luces, me quedé horas despierto, encogido sobre la cama, con el corazón acelerado y sin parar de moverme de un lado a otro; hasta que las volvieron a encender. De nuevo me ofrecieron dos nuevos platos para comer: un postre de nata o un bistec en salsa. Preferí lo dulce, el azúcar me daba energía para salir de allí, como si fuera un éxtasis que aumentaba el ritmo de mis latidos.

Cuando acabé de comer, golpeé la pared una y otra vez con la bandeja del postre tratando de romper el espejo. El cuarto se bañó en una luz roja intermitente, pero yo no me detuve. Logré resquebrajar el espejo; la grieta se reparó sola al instante. Volví a dar golpes en los espejos hasta que apagaron las luces de nuevo. Esta vez terminé dormido en el suelo abrazado a la bandeja. Comprendí que necesitaba un plan mejor.

Las luces regresaron despertándome para un nuevo día, comer y dormir, dormir y comer y volver a repetir el proceso por lo que intuía días y noches enteras. El silencio y la inactividad hacían que me doliera la cabeza. Decidí dejar de comer para escuchar, aunque fuera mi propio cuerpo gruñir. Al menos no me sentiría tan solo. Tiré la comida contra los espejos y todo el cuarto empezó a oler a especias.

Me tumbé de nuevo en la cama y me entretuve palpando mi traje. Tocando la pantalla táctil de mi brazo activé algunos números ; que para el conocimiento que tenía en ese entonces eran símbolos raros que subían y bajaban sin entender lo que significaban. Busqué por qué variaban tan rápido. Sospechaba que debía de ser algo relacionado con mi cuerpo que cambiaba, por lo que me toqué el cuello, los brazos y finalmente en el pecho noté que me latía el corazón muy rápido. Cuando más lo notaba era cuando el número de la muñeca tenía 3 cifras y cuando menos, tenía 2 cifras. Para probar que era lo que hacía variar el ritmo de mi pecho me levanté de la cama para andar a gatas, pero el número apenas variaba. Tuve el instinto de intentar ponerme en pie apoyado sobre la pared. Los números cambiaron a 3 cifras; quería saber si aquello podía cambiar más. Por lo que di un paso adelante sin dejar de apoyarme en la pared; un paso tras otro logré llegar al otro lado del cuarto. El suelo estaba tan lejos que terminé golpeándome contra él al perder el equilibrio. Me quedé ahí tirado hasta que se me pasó el dolor y volví a intentar ponerme de pie.




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