Antes de que me volviesen a encerrar por mi debilidad, me levanté y continué hacía delante investigando el laboratorio.
Mayormente se trataba de una sala de paredes lisas construidas con un material metálico-blanquecino y un suelo en el que me veía reflejado en cada baldosa. No había maquinaria ostentosa, no había probetas, no había equipos, no había herramientas, nada en absoluto. Por no haber, no había ni olores a productos químicos ni siquiera a un perfume agradable que embriagará el ambiente inodoro que allí se respiraba.
Toqué la pared buscando alguna puerta secreta como la que había en mi cuarto, pero en su lugar encontré, cuando mi huella lo activo, un ordenador. Se trataba de un pequeño microchip cuántico que emergió de la pared y que proyectaba una pantalla táctil delante de mi cara.
En ese instante sentí como si me hubieran empujado de un noveno sin paracaídas, realmente no esperaba aquel fogonazo.
Toqué la pantalla y mis pensamientos se escribieron sobre ella buscando resultados sobre «¿cómo se usa esto?». Entonces apareció un pesado archivo sobre cómo usar un ordenador cuántico y hasta un resumen del mismo. Estuve largas horas leyendo el manual, lo comprendí todo a la primera, y menos mal que fue así pues no iba a leérmelo una segunda vez, ya que me escocían los ojos.
Debía tener cuidado con qué mis búsquedas no estuviesen vigiladas. Comprobé que no fuera de ese modo tal y como venía en el artículo 3456 del manual. El ordenador indicó mediante un recuadro que el ordenador pertenecía al sujeto 237 quien era el único autorizado para entrar en él y no era posible un seguimiento externo del contenido del mismo. Supuse, al ser yo quien podía manejarlo, que precisamente era el sujeto 237. Parecía que habían instalado un ordenador personal para mí. Entonces supuse que habría más ordenadores en el laboratorio, pero al no tener acceso a ellos no se activaban y, por tanto, nunca se mostraban permaneciendo ocultos en las paredes.
Continué buscando algún tipo de maquinaría con la que pudiera crear el silbato que necesitaba para atraer a un casladia. Toqué cada rincón hasta activar una baldosa con el pie.
Del suelo emergió una plancha alargada y dos brazos mecánicos a sus laterales. No tenía controles. Por lo que busqué en el ordenador de que función tenía y como se interactuaba con ella.
El resultado que obtuve fue «impresora de objetos». Y me guió dentro de una carpeta donde se encontraba un programa que tenía el mando de aquella impresora. Podía crear todo lo que deseará y sin ni siquiera tener ni idea de cómo fabricarlo, ya que la impresora lo haría por mí.
Sin embargo, seguía habiendo un problema: había cámaras en el techo, eran pequeños puntos negros sobre mi cabeza que sentía persiguiéndome con sus miradas. Mientras estuviesen no podría hacer el silbato sin que me preguntarán para qué lo quería.
Pensé en algo para deshacerme de las cámaras, quizá un bucle. Con esa idea me grabé el primer día en el laboratorio mientras investigaba sobre la Tierra de la cual solo encontré un artículo escondido en lo más recóndito de la red, perteneciente a lo que parecía un periódico poco conocido de un planeta lejano:
«En la actualidad solo conocemos un 56 % de nuestro universo e incluso existen capas de realidad que lo conforman que no han sido descubiertas. Esta falta de conocimientos hace aflorar ideas llamativas como la de que existe una conspiración en contra de un planeta azul al que llaman Taerrae o Tierra. Se dice que en él viven miles de especies todavía no descubiertas y esto es debido a que la “especie predominante” está ocultando su paradero para protegerse de enemigos extraterrestres o incluso esconder tecnologías tan avanzadas que no desean que les sean robadas. Por supuesto, esto sigue siendo una conspiración sin fundamento que todavía siguen intentando demostrar los Tierranoicos. Por suerte cada vez hay menos seguidores de esta ficción pues están siendo perseguidos para reeducarlos y que puedan incorporase de nuevo a la sociedad. Un individuo consumido por la fantasía es un individuo improductivo.»
Sin duda trataban a los conspiranoicos como enfermos mentales. Esto me hizo reflexionar sobre lo que había más allá de este laboratorio. No sabía que peligros podría encontrarme ni que trato podía esperar. Debía prepararme para lo que fuera. Empezando por mi traje, aunque pudiera escapar desconocía que condiciones físico-químicas me tocaría vivir y tenía que adaptarme a cualquiera de ellas. Decidí que primero mejoraría mi traje y luego haría el silbato.
Los días siguientes intenté manipular las cámaras desde mi ordenador. Lo cual me llevó bastantes intentos infructuosos. Y cuando lo conseguí usé el bucle para desviar la atención de lo que realmente estaba haciendo.
Con el programa del ordenador ordené a la impresora que fabricase dos trajes diseñados por mí, uno para que me sirviera de repuesto por si acaso, capaces de soportar todas las condiciones adversas de presión, temperatura o pH y con algunas funciones básicas como las que ya tenía mi traje anterior: pulsímetro o linterna.
Los brazos robóticos comenzaron su movimiento espasmódico creando sobre la mesa unos finos hilos que se entrelazaban creando los trajes.
Cuando quedaba únicamente la manga del traje de repuesto con la pantalla táctil por confeccionar, escuché unos pasos acercarse como un eco. Miré las cámaras y estaban apagadas. Yo no las había tocado. Era muy probable que viniera el profesor a revisarlas por el bucle.
Supliqué a la impresora que acelerase, pese a que no me pudiera escuchar ni entender. Terminó los trajes a tiempo, sin embargo, no tenía donde esconderlos. Busqué tocando todas las paredes algún compartimento que pudiera servirme para ocultarlos.
Las pisadas estaban ya cerca del otro lado de la pared y se detuvieron. Presentía que estaba ya listo para abrir. No sé dónde toqué que apareció un cajón sobresaliendo de la pared. Metí dentro los trajes y por las prisas lo cerré sin darme cuenta de que una de las mangas sobresalía. El cajón no se podía cerrar por ello, pero no tenía tiempo.