Las gradas nos señalaban y se burlaban de nosotros. Kaguya no entendía nada, me pellizcó el brazo para que despertará de mi ensimismamiento. Sacudí la cabeza para aclarar mis ideas, había sido mi decisión, y mandé a Yung con ayuda del silbato hacia el aro plateado que nos correspondía. Estaba cansado de escuchar todo el ruido y las voces contra nosotros, solo quería ir hacia delante para dejar de escuchar al estadio.
Al otro lado del aro nos encontramos una superficie de agua muy extensa por la que todas las bestias galopaban sin hundirse, tan cristalina como el vidrio más pulido que pudiera existir.
El cielo brillaba con la intensidad de dos estrellas blanquecinas. No había ni un grano de arena a la vista que indicará que hubiese países o continentes. Peces de colores variopintos y formas únicas nadaban alejándose de las pisadas de los participantes. Kaguya intentaba estirar la mano para tocar nuestro reflejo, pero yo la pedí que mantuviera en todo momento los brazos en mi cintura para que no sufriera ningún daño o se cayera.
El equipo que iba delante pisó una sombra en el agua y esta emergió como una boca desdentada que los engulló. El pez se elevó mostrando un cuerpo alargado y de escamas plateadas para luego hundirse de nuevo provocando una ola con su peso. No nos dio tiempo de apartarnos, el agua nos tragó.
Saqué la cabeza del océano y busqué a Kaguya con la mano, la saqué tirando del cuello de su traje. Yung salió a flote moviendo las patas y nos subió, agarrándonos con la boca como si nos tratásemos de unos cachorros, sobre su lomo. Sentí en mi tobillo que algo me mordía y estaba tratando de desgarrar mi traje. No llegué a verlo, pero le pateé para que me soltará. Yung se situó sobre la superficie del agua y siguió corriendo. Nos perseguía un banco de peces de dientes afilados que no se rendía con facilidad.
Llegamos a ver el aro sobre una rama de coral que sobresalía sobre la superficie. Yung saltó, el banco de peces saltó detrás describiendo un arco sobre el agua. Usé el silbato y mandé a Yung a que lanzará un rugido. Abrió un portal certero contenido en el aro. Y al entrar por él todos se volvieron figuras planas, incluso los peces que se escaparon de su dimensión y que murieron en el acto. Habíamos viajado a un plano 2D donde se podía ver el infinito blanco y una serie de rayas de colores, casi literalmente estábamos pintados allí.
El aro apenas se distinguía como una raya plateada en el horizonte. Muchos participantes se desviaron buscando el aro, por suerte, nosotros sí pudimos verlo y pasar a través de él hacia un mundo invertido, dónde las luces aparecían en tonos oscuros y las sombras en tonos claros. Allí habían situado docenas de aros para confundir y lo consiguieron, pues dos dúos lanzaron el rugido a los que no tocaba y al querer penetrar se desintegraron.
Todos mis músculos se tensaron. No podía cometer errores, me volvían a sudar las manos y además me temblaba el pulso. Había perdido la cuenta, pero debíamos quedar 5 parejas apenas; muchos debían haberse perdido y otros desintegrado. De solo pensarlo me mareaba.
Nos detuvimos para observar a nuestro alrededor. Intentaba averiguar si había algo que distinguiese al aro verdadero del resto. No teníamos tiempo de probarlos uno por uno y además era arriesgado por lo que sucedió con los otros equipos. Se me ocurrió que la mejor manera de solucionarlo era por la tonalidad de la luz. Los aros de la carrera eran plateados por lo que su tonalidad sería oscura en ese plano, descarté de golpe todos los de tonalidades claras y ya solo quedaban tres de tonos oscuros.
El siguiente paso fue probar los tres abriéndolos, solo uno dirigía a otro plano, el resto hacia el vacío. Fue de ese modo que pasamos por el que conducía a un plano donde el espacio estaba poblado de estrellas diminutas y planetas aún más diminutos. Al chocar con ellos se desplazaban empujándose unos contra otros como piezas de domino y generando explosiones insonoras.
Una de las parejas tuvo la mala suerte de que les estallará una supernova que les voló en miles de cachitos que flotaban por el espacio. Quise vomitar en esos momentos, pero me traté de tranquilizar respirando hondo para no manchar el casco. Me daba igual quedar el ultimo, debíamos salir con vida. Antes de pedirle cautela a Yung, él se adelantó a mi idea, ya que se movía de puntillas para no tropezarse con nada.
El aro se encontraba entre dos agujeros de gusano con forma de esferas que reflejaban todo a su alrededor. Una de las parejas pasó al borde del agujero de gusano y sin querer, uno de ellos rozó el agujero con la mano. Se le quedó atrapada por la atracción que ejercía y aceleró el envejecimiento de sus células hasta el punto de quedarse en los huesos. Sus gritos no se podían escuchar porque el espacio no los propagaba, solo podía ver su mueca de agonía mientras se quedaba sin mano. No quería chocar con un agujero de esos.
Miré a Kaguya para ver su reacción: se sujetaba la mano contra el pecho con una mueca de asco. Parecía que era ella quien vivía el dolor del otro.
Soplé el silbato y acto seguido pedí a Yung que abriera dos portales que arrastrasen a los agujeros de gusano a otro plano y gracias a que me entendió trasportó los agujeros y conseguimos pasar hacia el aro. La mayoría no lo había pensado porque solo querían ir rápido para ganar, en cambio, yo buscaba sobrevivir.
Y lo peor estaba en el último plano: un nido de cristales a una temperatura, según mi traje, superior a 1000 grados. Llovían del techo cristales fundidos que se solidificaban, formando ramificaciones poliédricas regulares, al contacto con grandes vigas de cristal que crecían desde el suelo y por las paredes bajas, que eran zonas más frías.