Exohumano

Capítulo 9. Ofertón: mapa interdimensional. Precio: tu alma.

Suspiré. Estaba cansado de pensar, necesitaba tener la mente en blanco, cuando era imposible por todas esas notas danzarinas presionando mis tímpanos y los anuncios segando mis neuronas.

Después de buscar durante horas un mapa en vano, nos detuvimos para descansar apoyados en las vigas que sostenían un nido de seda, que resultaba ser una tienda de ropa también de seda. Tenía un escaparate por el que Kaguya se entretuvo mirando con la cara pegada al cristal. Y de repente un grito agudo que provenía del interior de la tienda me sobresaltó. Vi a un individuo asomarse por el escaparate de la tienda con el hocico abierto como una o. Salió corriendo y se colocó delante de mí con los brazos estirados para esconderme.

—Me estáis espantando a la clientela, pelados. ¿Qué clase de ropa lleváis?

—Es un traje —respondí con lentitud, no entendía porque me preguntaba eso.

—¡Qué horror! El blanco no se lleva.

Dicho eso de su boca escupió un hilo de seda y tejió entre sus dedos, con movimientos casi instantáneos, un trozo de tela. Sacó de un bolsillo de su chaqueta un vial con tinte marrón y lo tiñó. Pellizco mi traje y lo comparó con su tela, luego se chupó los dedos que me habían tocado como si saboreará la ropa.

—Le falta algo —murmuró, tiró el trozo que había tejido al suelo y de cero creó otro, tejiendo y tejiendo hasta completar un chaleco, un pantalón y unas botas para mí y de seguido, sin pausa y casi sin que me diera cuenta, ya estaba terminando un vestido corto de volantes para Kaguya y unas zapatillas planas—. Poneos esto encima, son tan resistentes como vuestros trajes actuales, ocultará esos trajes bochornosos y pálidos.

—Pero…

—Shhh…No me habléis hasta que vistáis bien, me ponéis enfermo.

Kaguya se puso la ropa enseguida sin objetar, yo me resistí un poco hasta que comprendí que no me quedaba otra opción si quería pasar desapercibido. En cuanto nos vestimos el dependiente cambió completamente de expresión, se le notaba más relajado, hasta respiró aliviado.

—Muchas gracias —dijo Kaguya dando vueltas para hacer volar su falda.

—¿Qué le sucede a su lengua? —preguntó el vendedor.

Para ser claros lo que él había escuchado era どうもありがとう, aunque yo la entendiese de forma cristalina en todas sus interacciones, por eso lo preguntó y aproveché para explicar que éramos de la Tierra.

—Y tan lejano que ni sé que es —comentó el vendedor.

—Estamos buscando la manera de volver —expliqué—. ¿Sabrías de algún mapa que nos pudiese ayudar a orientarnos?

—Solo hay uno, la pirámide holográfica. Hay dos opciones para conseguirla en esta ciudad: participar en una carrera o comprarlo. Esa última opción queda muy lejos de vuestro alcance. Tendríais que trabajar por años y puede, solo puede, que podáis comprar una de sus vértices.

Me cortó la respiración un instante, abrí la boca para tomar aire y exhalé despacio.

—No es alentador, pero es menos peligroso que la carrera.

—Estás delirando.

—Buscaré un trabajo y demostraré que estoy muy cuerdo.

—Bueno, si quieres matarte a trabajar yo sé de alguien que os puede dar oficio.

—¿Tú? —pregunté adelantándome.

—Ni en broma —dijo negando con la cabeza—. Me refiero a un amigo. Necesita ayudantes, no obstante, está tan desfasada y apagada que nadie quiere aceptar una oferta allí.

—Nosotros sí. Dime donde está.

—A unos metros de aquí, es normal que no la hayáis visto, es como un agujero negro entre todas las estrellas.

—Gracias.

Nosotros nos marchamos con la nueva ropa, ya parecía que nadie se fijaba en que fuéramos diferentes a ellos. Muchos nos saludaban con amabilidad y ya no rehuían de nuestro contacto, chocaban con nosotros como lo harían con cualquier otro de su especie. Esos detalles me hacían sentir integrado entre la multitud; era una sensación de cosquilleo en el estómago muy agradable.

Siguiendo las indicaciones llegamos hasta la tienda. Era una cúpula tejida al suelo y cuya entrada conducía a una oscuridad insondable, por un momento temí ser absorbido por ella. Kaguya entró delante de mí y yo la seguí. Dejamos en la entrada a Yung, que se tumbó con la lengua fuera.

El que parecía ser el dueño, de mirada seca y pelo tan lleno de polvo como una reliquia, dejó de colocar los libros de una de las estanterías para recibirnos. Al vernos más de cerca emitió un chillido agudo y se escondió detrás de la estantería soltando un pequeño hilo de seda de la boca por la impresión.

—¡Casi me da un infarto! —exclamó cortando el hilo de su boca con la mano y tirándolo a un lado—. ¿Qué sois?

—Somos seres humanos, ella es Kaguya y yo Hikaru, nos hemos perdido por el espacio y buscamos nuestro planeta, la Tierra. Dígame que al menos le suena de algo.

Suspiró aliviado como si le hubiéramos comprado su confianza con la explicación y se puso delante nuestra.

—¿Tierra? ¿Cómo lo que pisamos cada día?

—Sí, es su nombre, aunque hay más agua que tierra.

—Qué raro. Le sentaría mejor Agua. Fuera de eso, me suena ligeramente de una leyenda: un planeta apartado de todo, que nunca encontraba vida más allá de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.