Exohumano

Capítulo 10. Más allá del muro de basura.

Cuando llegué al estadio encontré a Kaguya conversando en la entrada con el desconocido que nos habló tras la primera carrera. No esperé para interrumpirlos, me quité los tapones y me encaminé hacia ellos. Kaguya se escondió detrás del desconocido en cuanto me vio.

—¡Te dije que nada de carreras! —exclamé y sin querer me tropecé por una bolsa de plástico.

Kaguya salió de su escondite y me agarró para que no me cayera. Me sonrió con incomodidad, tenía las mejillas sonrojadas.

—Me has pillado, quiero participar. El entrenador me está enseñando a guiar mejor a Yung y a cuidarlo. Cosa que tú no haces.

—Oye, que yo te enseño lo que sé —dije y me di cuenta en ese instante de que Kaguya podía hablar y entender el idioma del desconocido—. Un momento, ¿cómo entiendes al entrenador ese?

—Se llama Slung y me ha dado una cosa llamada traductor, como lo que tienes tú. Ahora no eres el único que entiende todo.

—Si hubiera sabido que vendían por aquí traductores te hubiera conseguido uno.

—¿Cómo? ¿Robándolo? Cuesta dinero y no tenemos ni un pellizco. Te empeñas en trabajar en esa tienda sin futuro antes que tomar uno con tus propias manos.

—Pronto tendrá futuro y además es mucho más seguro que una carrera mortal.

El tal Slung ese intervino de pronto. Le miré de reojo por entrometerse.

—No peléis —pidió con un suave tono de voz—. Puedo entrenaros a los dos.

—Tú calla —ordené con rudeza, no tenía ánimo para hablar con quién estaba manipulando a Kaguya—. Le has lavado el cerebro a mi hermana.

—No, ella me buscó. Quería un entrenador. Puedes venir con ella también si eso te tranquiliza. Tengo unos terrenos a las afueras de la ciudad donde entreno a mis jinetes. Ven y te mostraré que las carreras no tienen por qué ser peligrosas si te preparas bien.

Me vino a la mente del dúo que murió por la supernova, todavía recordaba sus cuerpos desmenuzados flotando por el espacio.

—Pues tus jinetes murieron en la carrera.

—Un error lo tiene cualquiera. Yo les enseñé todo y ganaron varias carreras antes, no tengo la culpa de que fallaran. Igualmente quiero que vengas conmigo. Si no te gusta lo que ves puedes volverte a la tienda, ¿no? Me dijo tu hermana que te encanta ese lugar.

Miré a Kaguya con resentimiento por haber estado hablando de mí a mis espaldas. Quería saber a qué lugar había estado yendo Kaguya todo el tiempo que yo me quedaba en la tienda por lo que acepté la propuesta de Slung.

Lejos del intenso ruido, más allá del muro de basura de la ciudad y del ambiente seco, había un vasto campo florecido. Las flores eran coronas de numerosos pétalos blancos delgados. Desactive el casco para disfrutar del meloso aroma. Al tocar una se deshizo en el suelo, intenté no tocar más. Eran los terrenos de Slug.

Lo que llamaba hogar era un ovalo de seda sostenido por dos estructuras en forma de X. Dentro se encontraban una docena de casladias a los cuales Slug saludó con un ruido gutural breve. El lugar tenía un circuito montado para practicar una carrera con ellos.

Una de sus bestias, de gran melena y piernas metálicas, se acercó a nosotros. Tenía un agujero en el cráneo donde debería estar uno de sus ojos, eso me echó unos pasos hacia atrás. Slug acarició su melena y la bestia, que nos superaba en tamaño, se tumbó en el suelo; le rechinaron las patas al hacerlo. Esta giró la cabeza hacia mí, olfateaba el aire a mi alrededor y me miró como si viera algo que yo no veía. Me reflejaba en su única pupila en forma de luna.

—Quiere que lo acaricies —comentó Slug.

Yo negué con la cabeza, no conocía a ese casladia tanto como para tocarlo. Kaguya me dio un ligero empujoncito para que me animará. La presión entre los dos consiguió que cediera. Al acercar mi mano a su melena, el guante y parte de mi manga retrocedió para dejarme la mano al descubierto. Pude notar que su pelaje se deslizaba entre mis dedos y me hacía cosquillas.

Mi corazón empezó a latir muy despacio. Cerré los ojos y escuché el silencio por una vez en mucho tiempo. Al abrirlos descubrí a Kaguya montada sobre Yung, se había alejado para practicar el salto por los aros. Imaginé a mi hermana en el lugar de otros jinetes explotando en pedazos, perdiéndose para la eternidad o desintegrándose. Mi corazón volvía a latir con fuerza, mi traje emitía pitidos que ahuyentaron a todas las bestias, hasta el propio Yung se asustó y tiró a Kaguya al suelo. El entrenador la ayudó a levantarse. Ella se frotaba la espalda mientras me fruncía el ceño, estaba enfadada.

—Estás muy estresado, Hikaru —dijo Slug con firmeza—. Es mejor que te quedes aquí unos días.

Negué con la cabeza.

—¡No! ¡No quiero nada relacionado a las carreras! Tengo que volver al trabajo.

Activé de nuevo el casco. No miré atrás, me alejé de Kaguya, de la fragancia de las flores. Regresé tras los muros putrefactos con el bullicio carcomiendo hasta mis huesos. Me encerré en la tienda y en varios días no volví a salir. No vi a Kaguya en esos días. Supuse que prefería quedarse con un desconocido antes que volver con su propio hermano, me decepcionó.

Impolur logró dar publicidad con el eslogan que le propuse. Ya venían los primeros clientes interesados por leer algo nuevo. Las primeras ganancias, era muy gratificante, aun así, me faltaba algo. Apenas me mantenía con néctar dulce y no dormía por trabajar en la tienda minuto tras minuto.




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