Exohumano

Capítulo 13. Anomalía

Solamena estaba cubierto de una fina capa liquida que nos reflejaba ligeramente, como si su atmosfera fuera artificial. Cuando nos introducimos, el tiempo de la pantalla de mi manga se volvió frenético subiendo y bajando descontrolado. También se encontraban de ese modo el resto de valores como el de la composición atmosférica. Esa inestabilidad me hizo dudar de lo que marcaba el mapa, lo volví a mirar, pero él también estaba agitado.

Descendimos cubiertos de fuego. Los trajes se volvieron rojos, pero no sentía ni una brisa ardiente. A su vez las partes metálicas de Yung estaban candentes. Al alcanzar el suelo tanto Yung como nuestros trajes bajaron de temperatura volviendo a su color original. Sin duda gracias a los trajes éramos tan resistentes como un casladia. Los medidores y el mapa recuperaron su estabilidad.

Bajé de Yung dejando mis huellas por primera vez en la arena rojiza rica en óxido de hierro. El océano parecía de miel liquida y la luz incidía sobre él con un fuerte tono amarillento. Desactivé el casco después de Kaguya. Podía oler el aroma a medio camino entre algo vegetal y algo podrido, y saborear la sal en el ambiente. Se me secaron los labios. Kaguya y yo discutimos por el néctar que Impolur nos había dado. Enseguida nos lo terminamos y aun así sentía los labios agrietados. Me caían chorros de sudor por toda la cara y tendía a secarme con la manga.

Hacia el interior de la playa un polvo fino y denso cabrioleaba por encima de las ondulaciones que se extendían más allá del horizonte. Y todavía más hacia el interior, del suelo agrietado emergían estratos rozando el cielo despejado. Formaban pasillos de bordes suaves con formas fluidas por las que la luz solo accedía cuando la estrella se encontraba en su punto más alto. Por aquellos pasadizos avanzamos montados sobre Yung buscando agua, ya que solo nos quedaban barritas.

Por el camino Kaguya tenía muchas dudas sobre quien era el asesino que nos buscaba, pero yo no quería hablar, quería beber algo más cuanto antes.

—¿Quién era ese que nos perseguía? —insistió Kaguya por decimoquinta vez porque no la respondía.

—Es quién nos mantenía encerrados —respondí sediento, humedecí mis labios con la lengua para poder continuar hablando—: Él es…No sé lo que es. Es más, como una sombra que nos persigue allá donde vamos.

—¿Hay más de uno?

—Sí, aunque no sé si también nos buscarán como el profesor. No te conté nada antes porque quería protegerte.

—¿De qué? ¿Cómo me protegía no saber que un asesino nos buscaba?

—Eras inocente, no quería que sufrieras como yo. Te salvé de ese loco antes de que te usará de experimento, a mí me mantuvo encerrado durante meses, pero logré escapar con ayuda de Yung. Si supiera algo más de los motivos del profesor te los diría, es más desearía conocer cada detalle por el que nos hemos visto envueltos en esta persecución. Así no viviría con la incertidumbre de lo que pasará cada día de mi vida.

Tragué saliva para hidratar mi garganta reseca. Yung tenía la lengua fuera.

—Imagínate yo —habló Kaguya—. Ni siquiera conozco a esa Sombra y ya me quiere hacer daño. Quiero que seas claro conmigo, no quiero confiar en ti y que luego tengas una intención oculta como Slug.

—Yo no te traicionaré como él —dije negando con la cabeza para remarcar mi postura—. No dejaré que el profesor te alcance. Si volvemos a verlo huye, yo le distraeré.

—No te abandonaría así. Eres mi hermano mayor, somos tú y yo contra todo.

Escuchamos lo que parecía una explosión como un eco. Nos detuvimos. No sabía por dónde provenía y temía que fuera el profesor. No podía creer que nos hubiera encontrado tan pronto. Yung intentó lanzar un portal, pero su rugido fue apenas un susurro que se desvaneció con el viento. Volvimos a escuchar otra vez el eco.

Tratamos de alejarnos ocultándonos más profundo. Fue cuando encontramos un claro entre los muros rocosos. Había un individuo disparando pequeñas esferas negras con un aura blanca hacia unas dianas que se desintegraba al contacto con un ruido explosivo. El individuo recargó el arma metiendo una esfera negra en la recamara del brazalete.

Por una parte, me tranquilizó descubrir que no se trataba del profesor, por otra me alertó que tuviera su mismo brazalete a pesar de no ser de su misma especie: su piel era rosa, casi fucsia, su cabello negro y liso estaba recogido por una coleta que le llegaba hasta los pies y sus grandes ojos también negros apuntaban con suma precisión. Junto con su mirada lo que más resaltaba eran sus labios carnosos bajo una pequeña nariz.

Kaguya estaba fija en él, como fascinada por su belleza. Se bajó de Yung, yo después de ella, y dio un paso hacia delante. Se apoyó en una de la pared con la mano y unos trozos de roca precipitaron contra el suelo rompiéndose en arena. De repente el individuo se asustó y nos apuntó con su arma. Tuvimos que subir las manos en alto.

—Nos hemos perdido —aclaré apresurado.

—¿Queréis que me lo crea? —preguntó apuntando a nuestras cabezas—. Decidme la verdad, sois de los Vasallos, ¿cierto?

—No conocemos a esos Vasallos que dices.

El individuo se acercó sin bajar ni un instante el arma, nos dejamos cachear, no era muy inteligente resistirse, y al no encontrar nada sospechoso bajó el arma. Se colocó frente a nosotros mirándonos por encima de nuestras cabezas.




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