Exohumano

Capítulo 16. La ciudad gris.

Nos arrimamos al portón del muro que separaba la ciudad del exterior. Los vigilantes detuvieron nuestro paso; querían ver nuestras identificaciones. Claro que ninguno de los dos teníamos.

Sylkie quería ver al gobernador de inmediato. Los vigilantes se miraron entre sí y un tercero llegó con una carpeta que enseñó a los otros dos. Todos se quedaron asombrados mirando la carpeta y luego a Sylkie.

Enseguida acudieron a avisar al gobernador. Nos hicieron esperar, hasta que el propio gobernante se presentó ante nosotros. No me hacía falta conocerlo para intuir que era él: tenía joyas hasta en las pestañas, como quien quiere demostrar que es un gobernador sin la menor sutileza.

Sylkie, disimulando con un toque preciso convirtió el arma de su brazo en un simple brazalete de complemento. Desconocía hasta ese momento de que tuviera un modo incognito. El gobernador no se percató, extendió los brazos y bajó a Sylkie de Yung estrechándola entre ellos.

—¡Hija mía! Tantos años, pensé que no te volvería a ver.

Yo me quedé mudo. No esperaba que fuera la hija del mismísimo gobernador que tanto odiaban los Insurgentes. Ella fue la que pidió a su padre que liberarán a Kaguya. En menos de una hora tuve a mi hermana de vuelta. Estaba sucia de pies a cabeza, como si la hubieran cubierto de barro y el cabello hecho una maraña despeinada. Fui a abrazarla y se apartó.

—Pensé que te habías olvidado de mí —dijo frotándose el cuello como si lo tuviera agarrotado.

—Eso nunca —afirmé con contundencia.

—Nos enterraron hasta el cuello. Para ti han pasado unas horas, pero para mí eso es una eternidad. ¡Ya me imaginaba muerta!

—Ya te hemos rescatado, tranquilízate.

Kaguya miró de arriba abajo a Sylkie.

—¿Qué hace aquí ella? —preguntó con recelo.

—Es la hija del gobernador. Ella es la que te ha sacado del apuro.

Sylkie saludo a Kaguya con la cabeza. Sin embargo, mi hermana no le devolvió ni un mínimo gesto, me miró a mí y me indicó con la mano que me reuniera con ella lejos del gobernador y Sylkie para que no nos oyesen. Cuando la hice caso, Yung me siguió y colocó las orejas hacia delante para escucharnos.

—No confíes en ella. Elis me dijo que no era de fiar. Por cierto, ¿qué ha pasado con él y los Insurgentes?

—Elis sí que no es de fiar. Ella te ha salvado, pero tampoco puede liberar a todos. Y en cuanto al resto de los Insurgentes, eso, bueno… Los demás han huido a las montañas de Kaudra.

Kaguya suspiró. Se quedó pensativa un instante. Yung estornudó rompiendo el silencio.

—Siempre acabamos siendo engañados —comentó Kaguya finalmente—: Yariat, Slug, puede que Elis o la tal Sylkie. Nunca aprendemos que no debemos confiar en nadie.

—Debemos ser precavidos, pero nunca desconfiados, porque queramos o no siempre hay algo que depende de otros y aislarnos de los demás para protegernos sería contraproducente. Por eso, vamos a acercarnos al gobernador, a su familia, para obtener su favor y que nos dejé usar el portal para salir de este mundo.

—Tienes razón y lo que importa es salir de aquí juntos.

El gobernador nos interrumpió. Los tres nos sobresaltamos.

—Mi hija ya me ha contado que deseáis salir de Solamena, pero los Anárquicos han destrozado el portal. Mientras se repara os ofrezco un hogar aquí en Velad, capital de Solamena. ¿Qué os parece?

—¿Cuándo tardaría? —pregunté temiendo la respuesta.

—Días, semanas, meses. No sé, no soy obrero.

No tuve más remedio que aceptar el hogar que nos ofrecía y rezar porque no tardaran mucho las reparaciones. A Kaguya no le importaba dónde dormir siempre que estuviera resguardada de las tormentas de polvo. El gobernador pidió a un guardia que nos guiase. Sylkie por su parte se fue con su padre, quien la cubrió la espalda con su brazo. Ella apenas miró atrás para despedirse de mí.

Una vez dentro de las murallas, se llevaron a Yung a un establo para cuidarlo por nosotros. Al principio se resistió, clavando las garras al suelo y levantando algunos adoquines, pero entre varios guardias lograron arrastrarlo hacia el establo.

Allí se reunió con otra especie cuadrúpeda, recubierta de pelaje de patas a cabeza, con un hocico achatado y un cuerpo de puro músculo. Yung se alejaba de ellos, incómodo.

Kaguya tenía la intención de llevarse a Yung con ella, pero la detuve porque no sabíamos cómo funcionaba Velad. Quizá no estaba permitido tener animales fuera, como en Lisandra, la ciudad de neón y basura.

Velad era todo lo contrario a esta última: no había ni una sola cosa tirada en el empedrado, salvo el polvo que se arrastraba del desierto hacia el interior por el aire caliente y que producía un ambiente rojizo. No había edificio pequeño; todos eran grandes estructuras de hormigón descolorido, como si el gris fuera el único color permitido.

Nos guiaron por las anchas calles hacia uno de esos bloques. Allí vivía una familia por puerta, y eran por lo menos cientos de puertas.

Se escuchaban los gritos de los niños y de los padres desde el pasillo: discusiones interminables, golpes a las paredes. Uno salió a recoger el periódico y pude ver el interior de la casa. Su familia estaba comiendo en la mesa un plato medio vacío, en silencio, y no se miraban a los ojos en ningún momento. El que salió cerró la puerta despacio, observando mis pasos.




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