Nathan no podía dejar de pensar en lo que había visto. El sujeto en la mesa, con sus ojos vacíos y su piel grisácea, parecía un monstruo salido de una pesadilla. Pero lo que más le perturbaba era lo que había dicho Laura: los experimentos en el Área 51 no eran un accidente, eran parte de algo mucho más grande. Algo que estaba fuera de su control.
Esa noche, mientras regresaba a su habitación en el centro de investigación, el teléfono de su departamento sonó. Al principio pensó que era una llamada rutinaria del FBI, pero algo en el tono de la voz del operador le heló la sangre.
—Agente Cole, tenemos un problema. Necesitamos que venga a la sala de seguridad, ahora.
La voz estaba tensa, urgente. Sin pensarlo, Nathan colgó y se dirigió rápidamente hacia el pasillo oscuro que conducía a la sala de seguridad, una de las áreas más protegidas del complejo. Al llegar, el jefe de seguridad, James Miller, lo esperaba junto a un grupo de técnicos.
—¿Qué sucede? —preguntó Nathan, mirando las pantallas de monitores llenas de imágenes difusas y líneas de código.
James lo miró con expresión grave.
—Alguien ha hackeado nuestra red. —Dijo, señalando la pantalla principal—. Hemos detectado una intrusión en uno de nuestros sistemas más secretos. Están descargando archivos clasificados de alto nivel.
Nathan observó la pantalla. El archivo descargado se llamaba "Proyecto Fénix".
—¿Qué es esto? —preguntó, su voz cargada de incredulidad.
—No lo sabemos. —James frunció el ceño—. Pero la intrusión proviene de un punto desconocido. Nadie en la base tiene acceso a ese sistema. Lo peor es que el archivo descargado contiene información sobre las abducciones, los experimentos y... algo que está ocurriendo en el área. Algo que no hemos autorizado.
Antes de que Nathan pudiera responder, un sonido sordo resonó en el pasillo, como un golpe fuerte en una de las puertas de seguridad.
—¿Qué fue eso? —preguntó Nathan, poniéndose alerta.
James y los técnicos se miraron, confundidos. Nadie había autorizado el acceso a esa área.
De repente, una alarma de emergencia comenzó a sonar, acompañada por luces rojas que parpadeaban en todo el complejo.
—¡Tenemos un brecha en la seguridad! —gritó uno de los técnicos—. ¡Algo ha entrado!
Sin pensarlo, Nathan corrió hacia la salida, pero antes de llegar al pasillo principal, vio algo que lo detuvo en seco. En la pantalla de seguridad, las cámaras mostraban figuras sombrías moviéndose por los pasillos oscuros del complejo. Las sombras se deslizaban con una velocidad antinatural, como si estuvieran invadiendo el lugar sin ser detectadas.
—¿Qué demonios es eso? —murmuró Nathan.
James miró la pantalla con miedo. Las figuras no parecían humanas. Su movimiento era errático, como si estuvieran buscando algo. Pero lo peor era que parecía que no estaban solas.
De repente, uno de los monitores parpadeó y mostró un rostro distorsionado. La imagen era borrosa, pero Nathan pudo ver algo… alienígena. Los ojos de la figura brillaban con un resplandor verde que parecía emanar de sus entrañas. Su boca se abrió en una mueca cruel, y una voz distorsionada resonó en los altavoces:
—El Proyecto Fénix está en marcha. No pueden detenernos.
Nathan sintió un escalofrío recorrer su columna. Las palabras resonaron en su mente, como un eco siniestro. "No pueden detenernos".
En ese momento, entendió que la verdadera amenaza no era solo una conspiración del gobierno. El Proyecto Fénix no era solo un experimento. Era el comienzo de algo mucho más grande. Algo que ni el gobierno ni nadie podría detener.
—¡Tenemos que evacuar el complejo! —gritó James, pero antes de que pudiera dar más instrucciones, las luces se apagaron de golpe, sumiendo todo en la oscuridad.
Nathan sintió una presión en el pecho, el aire se volvía denso y pesado. En medio de la oscuridad, un grito desgarrador resonó por los pasillos.
Algo se acercaba. Algo que ya no era humano.