Nathan apenas pudo procesar lo que acababa de descubrir: el Proyecto Fénix no solo había sido un experimento fallido, sino una arma en gestación. Los seres que los perseguían ya no eran solo víctimas de una fusión de tecnología y biología. Eran el primer paso de una legión.
Con las criaturas acercándose y el suelo temblando bajo sus pies, Nathan y James no tenían mucho tiempo. El sistema de control aún estaba inoperativo, y las criaturas avanzaban con rapidez y precisión.
—¡Nathan, necesitamos salir ahora! —gritó James, su rostro empalidecido por el miedo. Sin embargo, Nathan sabía que huir era una opción que no podían permitirse.
—No, James, tenemos que destruirlo todo —respondió, con una determinación fría. Miró alrededor, buscando cualquier tipo de botón, palanca o acceso que pudiera activar el protocolo de autodestrucción. Necesitaban desactivar el Proyecto Fénix, de alguna manera.
El suelo continuaba vibrando y el eco de los pasos de las criaturas resonaba por toda la caverna. Nathan podía ver las sombras de los seres, moviéndose rápidamente hacia ellos, como si ya los estuvieran rodeando. No había mucho tiempo para idear un plan. Sabía que si no hacían algo radical, el mundo nunca sería el mismo.
De repente, una pequeña pantalla al fondo de la caverna comenzó a parpadear. En ella, un mensaje apareció, esta vez más grande y claro que antes:
"Fase 3: Despertar definitivo. Activación en 3 minutos."
El pánico golpeó a Nathan. La fase 3 no solo implicaba la completa replicación de las criaturas, sino su evolución a algo mucho más avanzado y peligroso. Si no desactivaban el proceso ahora, sería demasiado tarde.
—¡James, la pantalla! —gritó Nathan, corriendo hacia el panel. Su corazón latía con fuerza, pero la adrenalina lo mantenía concentrado. Si el sistema de autodestrucción no estaba activado, debían hacerlo ellos mismos.
James lo siguió de cerca mientras Nathan comenzó a examinar los cables que conectaban el panel al sistema central. Cada uno de esos cables representaba una línea que, de ser cortada, podría desactivar el proceso. Pero no había garantía de que funcionara. Podrían estar comprometiendo el sistema y desatando aún más caos.
—¿Qué hacemos, Nathan? —preguntó James, mirando nervioso las criaturas que ya estaban demasiado cerca.
—Vamos a cortar las líneas de energía —dijo Nathan, mirando fijamente los cables—. Si conseguimos interrumpir el flujo de poder, el Proyecto Fénix se detendrá.
Pero justo cuando Nathan comenzó a cortar los cables, el sonido de algo pesado moviéndose detrás de ellos lo hizo girar rápidamente. Las criaturas ya no eran solo sombras. Estaban ahí, frente a ellos, más grandes, más fuertes. Parecía que cada uno de esos seres era una amalgama de metal y carne, fusionados por la tecnología de la muerte.
—¡Nathan! —gritó James, apuntando con su arma, pero las criaturas eran demasiado rápidas. En un abrir y cerrar de ojos, las criaturas se lanzaron hacia ellos, atacando con furia.
En ese momento, una explosión resonó por todo el complejo. La caverna comenzó a colapsar a su alrededor, y las luces se apagaron por completo. El estruendo de las explosiones y los colapsos estructurales los rodeaban. El control de la sala central se había sobrecargado, y el proceso que las criaturas seguían estaba fallando.
—¡Ahora! —gritó Nathan, empujando a James hacia una salida en el fondo de la sala.
Corrieron a través de los pasillos, el temblor de la explosión todavía resonando en sus cuerpos. A cada paso, las criaturas intentaban alcanzarlos, pero ahora sus movimientos eran erráticos, como si la desconexión del sistema los hubiera desorientado.
Finalmente, llegaron a una gran puerta blindada. Nathan intentó abrirla, pero la energía estaba completamente fallida. No había forma de salir por ahí.
—¡Nathan, tenemos que correr más rápido! —dijo James, mirando alrededor en busca de una salida alternativa.
Pero Nathan sabía que el reloj se estaba acabando. Miró hacia atrás, a las criaturas que se acercaban, y luego hacia adelante, a la pared de concreto que los rodeaba. El único camino era atravesar el centro del complejo y encontrar una salida en el nivel inferior, pero el camino estaba bloqueado por escombros.
Justo cuando estaban a punto de rendirse, un sonido lejano y profundo resonó en la caverna, y una gigantesca hendidura comenzó a abrirse en el techo.
—¡¿Qué es eso?! —gritó James, mirando aterrorizado el enorme agujero que se abría arriba.
Del agujero, emergió una figura encapuchada, desciendiendo con gracia. La figura, rodeada por una energía azulada, tenía una presencia inexplicable. En su mano, sostenía una esfera metálica que emitía un resplandor cegador.
—¿Quién... quién eres? —preguntó Nathan, apuntando con su arma hacia la figura, aunque no sabía si esta sería una ayuda o más peligro.
La figura dejó caer la capucha, revelando un rostro que no era humano. Su piel parecía estar hecha de una mezcla de metal y carne, similar a las criaturas, pero mucho más pulida, refinada.
—Yo soy el último guardián del Proyecto Fénix —dijo la figura, con voz resonante. —Y ustedes están a punto de desatar la catástrofe final. Pero aún hay tiempo… si siguen mi camino.
Nathan intercambió una mirada rápida con James. Sabía que las opciones eran pocas, y las criaturas los acechaban cada vez más cerca. No tenían más opción que seguir a la figura misteriosa.
—¿Qué hacemos? —preguntó James, su voz tensa.
—Hagamos lo que sea necesario —respondió Nathan, tomando una decisión rápida.