El barro dificultaba nuestros pasos, a este ritmo nos alcanzará en cualquier momento, si pudiésemos encontrar al resto de la cuadrilla, tendríamos más oportunidades, bajo este clima, deberían estar atascados en algún lugar cercano.
— Tío mira, una fogata. Lucas señaló cuesta abajo una llama que se mantenía a pesar de la lluvia. Cuando nos dirigimos hacia el lugar, me di cuenta de marcas pesadas sobre el terreno y al final encontramos una camioneta volcada. Todos los técnicos habían muerto incinerados.
El comienzo del día había sido tedioso y aburrido. Llegar a una población tan recóndita en los Montes de María no era fácil, el camino era una trocha sin pavimento y durante la temporada de lluvias el camino resbaloso es más largo de lo normal, además es muy fácil perderse si no conoces la ruta exacta. El municipio de Tukurí no sería visitado nunca por una cuadrilla de investigadores de la fiscalía para el levantamiento de un cadáver, pero las influencias políticas tienen más peso que el plomo.
Al llegar al sitio encontramos al hijo de un político de apellido Valdivia con un balazo en el cuello, su trayectoria había reventado hasta la base del cráneo, sin duda, la causa de muerte; pero al voltearlo encontramos una enorme marca de garra de algún animal salvaje en el pecho. Pude ver que mientras los sirvientes de la casa se asustaron por el hallazgo, el inspector de Policía hizo una vaga expresión de asombro. Él sabía algo y tenia que hacerlo hablar rápidamente.
—Inspector ¿qué animal pudo hacer esto?
— A pesar de lo que crea, no somos unos salvajes, dijo un poco ofuscado, no hay ese tipo de bestias en nuestra zona.
— Es obvio que esto no lo hizo un perro — lo presioné
— No... sabría que decirle...
Me acerqué y dije en voz baja
— Pero ha pasado antes ¿Verdad?
— ¿Cómo lo supo?
Había dado en el clavo, ahora solo faltaba que lo soltara
— Más bien, hábleme de los otros casos.
El inspector dudó un momento, así que me apartó y habló en secreto
— No se si me crea, pero esto es una maldición indígena.
Entrecerré mis ojos, como diciéndole “no estoy para bromas”, a lo que replicó inmediatamente
— ¡Es en serio! Le contaré, pero cuidado con esto.
Hace tres días, dos campesinos que se dedicaban a saquear guacas aparecieron borrachos, decían que encontraron oro para comprar el pueblo; esa noche tomaron hasta el amanecer, pero al siguiente día me llamaron y me encontré que los habían matado con unas garras, uno al cuello y otro en el abdomen, nunca había visto tanta sangre. Pero eso sí, no vi ni una sola pieza de oro.
—¿ Y los cadáveres?
— Ya han sido entregados sus familiares
Antes de llegar al lugar supuse que se trataba de algún tipo de rencilla política, pero el caso había tomado un rumbo inesperado. Tendría que investigar esas otra muertes o mi trabajo estaría incompleto.
Después de tomar todas las medidas, fotografías y análisis del caso, hice que el resto del equipo se adelantara, sería un desperdicio mantenerlos tanto tiempo en este lugar; a pesar de mis órdenes, se dedicaron a recorrer el pueblo por al rededor de una hora. Cuando por fin se despidieron me quedé con tres personas: Diego, mi fiel sirviente y subordinado; Alejandro, un técnico obeso que no cabía con los demás, y Lucas, mi sobrino, estudiante de medicina de último año a quién le interesaba la medicina forense. Todos podríamos haber marchado en ese momento, podría simplemente decir que fue un suicidio, pero no podría dormir tranquilo sin resolver este caso, así que propuse quedarnos un día más.
Lo que era una mañana calurosa, se había convertido en una gris llovizna, a las 3 de la tarde los relámpagos se escuchaban a solo unos metros de distancia y la lluvia era torrencial. En solo una hora las estrechas calles del pueblito eran riachuelos que se anexan a un poderoso río central. Diego y Alejandro se habían llevado la camioneta para revisar los cadáveres de los guaqueros y no habían podido regresar; mientras pasaba el aguacero, estábamos encerrados en un cuarto de la casa Valdivia viendo como transcurría al tiempo. En el momento en que el fulgor de un rayo nos encegueció, apareció la silueta robusta de Alejandro sosteniéndose del marco de la.ventana, su respiración era pesada y estaba totalmente empapado. Una marca de garra le recorría desde el hombro hasta el brazo, al acercarme pude ver que estaba caliente y no había sangre en ella, como si la hubiesen marcado con fuego.
—¿Qué te pasó Alejo?, Dije preocupado
— No hay tiempo para explicar ¡vámonos!
— Pero...
—¡VAMOS, NOS VAN A MATAR!!
Enfundé mi revolver sin pensarlo y salimos en medio de la lluvia hacia ningún lugar. Por más que pedí explicaciones, Alejandro solo podía respirar, su dieta y estilos de vida le estaban pasando factura, y a nosotros de paso. Lo único que pude entender era que un viejo indio nos mataría.
Llegamos hasta la entrada principal del pueblo, pero Alejandro no dudó en meternos al monte, era obvio que si seguíamos ese camino nos encontrarían muy fácilmente. El suelo era resbaladizo por naturaleza, moverse era todo un desafío, y la lluvia hacia difícil ver hacia adónde nos dirigíamos, aún así, caminamos lo más rápido que nos daban las piernas. Lo que era un paisaje montañoso digno de revistas ahora era la razón de nuestro calvario, fue imposible salvarse de resbalar y caer.