Expediente W

Capítulo 6-C

–Buenos días, señor Henn. Mi nombre es Albus W. y estoy a cargo del caso del asesino serial al que llaman «el cazador», mismo que ha estado atormentando a la ciudad en los últimos años. Aquí presente se encuentra la señorita Linda W., mi secretaría, y a su lado se halla mi asistente, la señorita Janeth J. Sé que venimos sin anunciarnos, pero el día de ayer descubrimos a un muchacho merodear por la calle Galla en el número 202, donde ocurrió el primer asesinato a cargo del «cazador» registrado por las autoridades del estado. El joven menciona que estaba ahí a petición suya. ¿Estamos en lo correcto? –Comienza Albus, confiado, algo que no inmuta a Henn.

–En efecto. Fui yo quien le pidió cuidar de la casa abandonada –asegura el hombre, cosa que llama la atención de las presentes y hace sonreír un poco a Albus.

–Entiendo. Señor Henn, sé que su labor como juez de barrio ha sido impecable en los últimos 19 años. Se ha pronunciado fuerte en contra de los vecinos injustos, ha estado enfrente de cualquier problemática que el estado debiera responder por su colonia y ha ayudado incontables veces a las instituciones al organizar a la gente de este lugar para bienes que sin dudas lo han de destacar como gran líder. Por ende, sé que usted sabe perfectamente que nuestras leyes son muy claras y estrictas en cuanto a la invasión de propiedad privada, así el dueño no se le halle visto por más de cien años. Comprendo su mortificación por el mal uso del sitio, pero lo más sensato, y lo sabe, es llamar a las autoridades para que se hagan cargo. Tomar cartas en el asunto, aunque es algo bueno en muchos casos, como usted sabe, causó faltas legales en esta ocasión. Podría enfrentar multas o, incluso, cárcel, si es necesario –explica un tanto amenazante el lobo, algo que te pone nerviosa, mas no inmuta ni un poco a Linda o Ernesto, este último siendo quien responde.

–Detective Albus, por su acento puedo deducir que no es de aquí –destaca el hombre, cosa que extraña a la asistente provoca una pequeña risilla en el lobo.

–Así es. Soy de Angraterra, señor Henn.

–¿De qué parte? Si se puede saber.

–Soy de Blitzanberg. Al sur de la capital, Londog.

–¿Y cómo se encargan de los vagabundos drogadictos en Blitzanberg?

–No hay, así que no tenemos medios para lidiar con ellos.

Exactly! You don’t know what we have to due every single day because of that. Don’t come and tell me that the police will solve my problems, because they won’t –explica el hombre en una perfecta lengua extranjera, impresionada tu al oírlo y un poco Linda por ello.

Oh! Don’t worry, mr. Henn. I know that. Just a friendly reminder of one little thing: «Anything you say can be use against you».

–¿A eso vino? ¿A amenazarme en mi propio hogar?

–No, en realidad vine a hacerle preguntas. Tales cómo: ¿A quiénes vio dentro de la casa? ¿Cuándo comenzaron a meterse en dicho lugar? ¿Por qué les pide a los jóvenes cuidar el sitio y no a adultos que sean más responsables? ¿Cuál es el propósito de defender el sitio si las casas alrededor de ésta se hallan prácticamente abandonadas? El chico nos mencionó que corrían a los vagabundos por la seguridad de los menores que viven cerca. Las tres parejas vecinas a esas casas no tienen hijos y son adultos de entre 23 y 37 años de edad. –Luego de eso, Ernesto, furioso, respira profundo y comienza a contestar.

–Vimos muchas veces a un sujeto de grandes cuernos meterse a hacer destrozos. Más veces de las que podemos recordar. Hacia tanto ruido que asustaba a los vecinos, por más adultos que sean. Comenzó apenas hace uso seis meses, y elijo a jóvenes problemáticos para que cuiden el sitio, muchachos que ya no estudian, ni trabajan y que causan problemas a sus padres. Es una especie de castigo. –Todo lo declarado convence al detective, y se nota por el movimiento de cola que tiene.

–Bien. Por favor, necesito los nombres de todos los que han estado cuidando esa zona, con detalle de cuándo iniciaron, cuando dejaron de hacerlo y en qué horarios. Si es tan amable. –Lo dicho provoca que el hombre suspirara molesto, aunque no tiene de otra y empieza a hacer lo que le pidieron, a la par que Albus regresa con ustedes.

–Hay que movernos a nuestro siguiente objetivo en la lista. ¿Quién vive más cerca? –pregunta Albus, para ser respondido por Linda casi de inmediato.

–Robbie Gaez, el chico murciélago vive a una cuadra de aquí.

–Ya veo, entonces iremos para allá. Supongo que apenas acaba de acostarse. Es posible que podamos despertarlo sin problemas –agrega el lobo, entregada la información que requirió a Ernesto–. Muchos gracias, señor Henn. Si necesitamos algo más, se lo haré saber.

–Adiós, detective –despide de muy mala gana el viejo al lobo, acompañado aquel de ustedes que no dijeron una palabra, aunque notas algo antes de irte, y es que uno de los cajones del hombre está repleto de algún tipo de papeles, tantos que desbordaba. Cosa que te pareció raro al ser la familia tan pulcra y ordenada.

Ya despedidos de la amable señora Henn, los oficiales caminan hasta la casa de Robbie, la cual tiene una apariencia un tanto descuidada y sombría, sin un jardín o unas paredes cuidadas, maltratada la poca pintura que le queda por el sol.

–Es increíble el contraste de algunas casas con otras –comentas al ver el hogar del murciélago, cosa que comenta también Albus.

–Por lo general es así, señorita JJ. Es por eso que hay preocupación en mí en el tema. –Luego de continuar tocando la puerta de manera insistente, una mujer murciélago abre, tallados sus ojos por sus manos y bostezando al momento.

–¿En qué puedo ayudarlos?

–Somos el detective Albus Wilson, mi secretaria y asistente. ¿Se encuentra Robbie en casa? –pregunta Albus al mostrar su placa, cosa que la mujer ve y, luego de un bostezo, llama al joven, quien no responde.

–Creo que está dormido. Puede pasar uno a levantarlo, si gusta.




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