Avergonzada, sólo puedes estar fuera del auto viendo los alrededores, esperando a que Albus y Linda salgan del hogar del señor Henn. Miras la vieja colonia, la cual lejos de parecer descuidada o abandonada, se nota tranquila y linda. Muchas de las casas conservan sus acabados originales, mientras que otras han sido remodeladas con pisos extras o extendiéndolas junto a las que se hallan al lado de éstas.
No obstante, hay algo más. A pesar de ser temprano, no notas que haya actividad en el sitio. Debería haber personas transitando, niños yendo a la escuela, amas de casa haciendo compras o limpiando su pórtico. Sólo se halla la señora Henn, la cual parece bastante despreocupada.
–¡Disculpe! –Te diriges a la anciana, la cual detiene su labor en el jardín y te ve extrañada con sus ojos marrones. –¿Tiene vecinos? Noto que está todo muy tranquilo a pesar de ser una buena hora. –La mayor ríe ante esto, deniega con la cabeza y se limpia los guantes en su delantal al ponerse de pie con algo de dificultad.
–Claro que tengo vecinos. Es sólo que son bastante reservados cuando viene gente de afuera. Tienes que ser más observadora, hija –menciona la mujer, a lo que regresas tu mirada alrededor, notado que, desde las ventanas de los múltiples hogares te observan personas, todos humanos, quienes se ven un tanto curiosos o atemorizados.
–¿Por qué?
–Han pasado cosas terribles en esta colonia. Lo del asesinato de Caddace sólo fue uno de ellos. No obstante, otras cosas terribles ocurrieron en el pasado. Es una linda colonia, pero al encontrarse a las afueras de la zona metropolitana, casi en el borde, la inseguridad está a la vuelta de la esquina. Usted debería saberlo. Es de aquí, ¿no?
–Soy de Mozhikon, pero no del estado. Tengo relativamente poco viviendo aquí –confiesas, lo que hace reír a la viejecilla.
–Ya veo, entonces déjame advertirte una cosa: «Nadie en esta ciudad es quien aparenta ser». Ten mucho cuidado, porque tus amigos extranjeros, al igual que tú, puedes quedar atrapadas en las garras de personas que no los desean aquí. Más a ellos que a ti, si sabes a lo que me refiero. –Esto te deja confundida, pero luego entiendes que se refiere a que ellos son bestias, o al menos una parte lo es.
–¿Sabe algo sobre lo que le pasó a Caddace Marina? –La pregunta hace que la mujer te vea extrañada, con el ceño fruncido.
–¿Debería estarme haciendo estás preguntas? No lo creo. Si quiere saber algo, que sea con un abogado presente –emite la anciana, cosa que te sorprende, mas no te piensas detener por eso.
–Entonces permítame arrestarla –mencionas al tomar unas esposas que te dieron el día que empezaste a formar parte de la policía.
–¿Cómo dice?
–¿Cuál es su nombre? Pienso decirle todos sus derechos y explicarle el motivo por el cual debo llevármela en este momento hasta la comisaria. Ahí verá a su abogado, o tal vez necesite que el gobierno le asigne uno. ¿Qué dice? –presionas a la anciana, la cual pasa de tener una mirada fría a una tierna, llena de orgullo.
–Bien hecho. Esa es la actitud que un verdadero policía debe tener. Entendiste el mensaje.
–¿Entonces? Necesita su…
–¡No necesito ningún chupasangre de cuello blanco! –emite la mujer con una gran sonrisa, para luego continuar–. Caddace «Candy» Marina era una gacela joven, ambiciosa, celosa, posesiva, egocéntrica, controladora y sociópata. No tengo suficientes palabras negativas para describirla. El sólo verla hacia a todos querer voltear la cara, aunque a algunos les provocaba otros sentimientos más… primitivos, por así decirlo. –Lo relatado está lleno de emociones fuertes, como el desprecio o el asco, se nota que la señora le tenía desprecio a la joven al ver sus expresiones.
–¿Usted la conoció más de lo normal?
–Sí, por desgracia. Soy directora de la escuela secundaria de la colonia. Pude jubilarme hace 7 años, pero sigo ejerciendo. Antes de decidir quedarme, estaba obligada a continuar laborando a pesar de ya estar cansada de los niños, los padres y los maestros. Fue en ese año que una de mis maestras renunció, lo que me puso al frente de su grupo, en donde Caddace estaba. Era una joven intrépida, grosera y altanera. Se la pasaba haciendo chistes para humillar a los docentes, era malcriada e insoportable, pero fingía demencia cuando los padres estaban presentes, y aunque su madre al inicio le creía, una vez la atrapó en la mentira, tratando de seducir a su esposo, Marvin, el cual no era el padre biológico de Caddace. Algunos dicen que el hombre estaba por responderle a la chica de forma afirmativa, por eso terminaron divorciándose. Siendo honesta, no tengo idea, sólo recuerdo que fue mi motivante para seguir tratando de formar buenos jóvenes a pesar de que mis huesos apenas puedan cargarme. –La historia te sorprende, parece que esto era algo que nunca se mencionó en el caso.
–¿Tiene idea de quién…?
–No, nadie la tiene. ¡Pudo ser cualquiera! Todo mundo la odiaba. Yo la menospreciaba, pero lo que le sucedió, nadie lo merece. Ni siquiera alguien tan ruin como Caddace. Era joven, estaba dañada y aterrorizada por dentro. Lo vi una vez. Tal vez pudimos ayudarla más a que tomara el camino correcto. Nunca lo sabremos, ¿cierto? –Al decir esas palabras, Albus y Linda salen del hogar, molestos ambos, como si hubieran discutido, aunque al ver a la esposa del señor Henn, sonríen de manera cálida.
–Señora Henn. Ha sido un gusto. Pasamos a retirarnos –dice Albus con amabilidad, respondido por la mujer de la misma manera, agradeciendo su paciencia.
–Nos vemos, y gracias –dices y te das la media vuelta, pensativa, caminando hacia el auto de Albus detrás de los extranjeros.
–Gabrielle –dice la mujer, lo que llama la atención de los presentes–. Gabrielle Henn es mi nombre. –Al escuchar eso, dices el tuyo como resultado de un gran respeto, lo que te hace subir al auto junto a tus compañeros, orgulloso Albus de lo visto.
–¿Qué dijo? –pregunta el lobo, curioso.