Experimento A #1

Capítulo 1

Escaleras

Evan

—Nombre y motivo de visita.

—Vine la semana pasada —se quejó el hombre en el auto, visiblemente exasperado.

—Nombre y motivo de visita.--volvió a repetir, voz ronca y profunda.

—Christopher Rojas, Servicios Infantiles. Traigo un nuevo ingreso para el internado.

—Salgan del auto para la revisión protocolaria.

Ridículo. Todo esto era ridículo, pensó Evan mientras abría la puerta del auto. ¿Por qué tenía que estar allí?

Cuando salió, la imponente silueta del Internado Andrade apareció ante él, ladrillos oscuros, ventanas azules limpias y pulcras, tres pisos, un patio grande con rejas en la entrada. En la caseta de vigilancia, dos hombres vestidos completamente de negro, con guantes y gorras que les daban un aire de sicarios, salieron.

Uno de ellos pasó un detector de metales por ambos, y Evan se obligó a no poner los ojos en blanco cuando luego comenzaron a palparlo. Como era de esperar, le arrebataron la mochila de su espalda. Instintivamente trató de quitársela, pero otro de los guardias lo sujetó con firmeza.

—Hey, hey. Evan, no —intervino Christopher desde su lado del auto—. Deja que revisen.

Evan apretó los dientes mientras los guardias volcaban el contenido de su mochila sobre el suelo sin la menor consideración. Un desastre de papeles arrugados, un par de botes de pastillas y una foto impresa de él con sus padres en su décimo cumpleaños quedaron expuestos ante todos.

—Estos se quedan —dictaminó el guardia, tomando los frascos de pastillas.

—Son importantes —protestó.

—En el internado se te proporcionará el tratamiento necesario según las indicaciones de los médicos.

Genial.

Volvieron al auto. Evan azotó la puerta con más fuerza de la necesaria y gruñó entre dientes mientras la reja del internado se abría con un sonido pesado y sordo.

—Sé que esto te parece excesivo —dijo Christopher con una falsa suavidad—. Y sé que la muerte de tu padre aún está fresca…

—No hables de él —cortó en seco.

—Bien, no hablaremos —cedió sin insistir más.

La reja se abrió automáticamente. El auto se detuvo frente al edificio. La entrada estaba vacía, salvo por los guardias que vigilaban. Evan bajó del auto y siguió a Christopher hacia la entrada, donde los guardias abrieron las puertas de inmediato.

—Todo es muy moderno aquí —comentó con un tono casual—. Tienen un sistema de seguridad de última tecnología…

—¿Para que los enfermos mentales no se escapen? —espetó Evan, sin disimular el sarcasmo.

Christopher le dedicó una sonrisa tensa y continuaron caminando por los pasillos del internado. Era un lugar imponente: escaleras centrales conducían a los dos pisos superiores, y a ambos lados había puertas, muchas puertas. Pasaron por las aulas y la cafetería hasta detenerse frente a una oficina. Todas las puertas estaban identificados con placas.

—Te caerá muy bien la directora —dijo con fingido entusiasmo.

Evan le lanzó una mirada mordaz.

—O no… —murmuró Christopher, carraspeando.

Tocó la puerta y, de inmediato, una voz al otro lado les indicó que pasaran. Evan ajustó la correa de su mochila y entró tras él.

La mujer que los recibió era joven, con el cabello rubio recogido en una coleta alta, un traje negro impecable y labios pintados de un rojo vibrante. Su sonrisa era perfecta, demasiado perfecta… casi maliciosa.

—Christopher, qué bueno verte por aquí… —dijo con tono afable antes de posar los ojos en Evan—. Otra vez.

Evan sostuvo la mirada de la directora sin inmutarse. No iba a mostrarse intimidado, aunque todo en esa mujer le pusiera los nervios de punta.

—Sí, bueno… Aquí estamos otra vez —respondió Christopher con una risita incómoda, frotándose la nuca—. Este es Evan.

—Evan —repitió con una sonrisa estudiada—. Un placer.

No lo era. Evan podía notarlo. Había algo en su mirada que le resultaba inquietante, como si lo estuviera analizando, midiendo cuánto valía o qué tanto podría soportar.

La directora rodeó el escritorio con calma, sus tacones resonaron.

—Por favor, siéntense.

Christopher obedeció de inmediato, pero Evan se quedó de pie, con los brazos cruzados. No estaba de humor para juegos de poder.

—Prefiero estar de pie.

La mujer entrecerró los ojos apenas por un segundo antes de recuperar su expresión serena.

—Como gustes. —Se sentó tras el escritorio, entrelazando las manos sobre la superficie—. Christopher, ¿los papeles?

—Oh, sí, sí. Aquí están. —El hombre sacó una carpeta de su portafolio y se la entregó.

La directora hojeó los documentos con una expresión de satisfacción, tomándose su tiempo antes de hablar.

—Bien. Todo en orden. ¿Alergias? ¿Enfermedades?

Evan frunció el ceño ante la pregunta.




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