Experimento A #1

Capítulo 2

pasillo

Leah

La sensación era incómoda, invasiva, como si intentara atravesar los pensamientos de Leah, escudriñar lo que había en su mente sin el menor disimulo.

¿Acaso no podía ser más sutil?

Tal vez solo era otro de esos chicos que disfrutaban de incomodar, a ella más bien, a los demás, como tantos con los que ya se había cruzado en ese internado.

Con las chicas, apenas sabía cómo reaccionar. Había vivido cosas peores antes, las palabras y miradas no dejaban cicatrices, solo molestias pasajeras.

Pero con los chicos… con los chicos era distinto.

Siempre había algo en su forma de mirar, una tensión sutil, una especie de juicio silencioso que nunca lograba descifrar del todo. Como si midieran su valor, como si esperaran algo de ella que nunca terminaba de comprender.

Evan.

Él la observaba.

Directo, sin la menor intención de disimular.

No era una mirada casual ni un simple desliz. Podía sentir sus ojos clavados en su nuca en matemáticas, como si esperara que volteara. En el comedor, cuando Leah intentaba concentrarse en cuidar de su hermana pequeña, él la buscaba con la mirada. Y en la intersección entre los pasillos de hombres y mujeres, cuando sus caminos se cruzaban, sus ojos siempre estaban ahí.

Fijos en ella.

Como si intentara entenderla. O descifrar algo que ni ella misma terminaba de comprender.

Y entonces, como una advertencia de su propia mente, un recuerdo irrumpió en los pensamientos de Leah sin previo aviso. No era uno cualquiera. Era de esos que aparecen en los momentos más inoportunos.

Era un lunes. Siempre los lunes. El peor día de la semana. Para Leah, los lunes traían consigo malas noticias o el presagio de algo aún peor. Y aquel no fue la excepción.

Esa mañana, un supervisor se acercó con su expresión impasible y le informó que la directora quería verla. La ansiedad la envolvió mientras caminaba por los pasillos en dirección a la oficina.

No había hecho nada malo… pero en ese internado, la inocencia no garantizaba nada. Mantenerse bajo el radar era su regla número uno. No llamar la atención, no dar razones para que se fijaran en ella. No podía permitirse una expulsión, porque lo que vendría después sería aún peor: la calle, otra vez.

El internado Andrade no era un internado común. Era un lugar donde terminaban los niños y adolescentes sin hogar o sin tutores legales, aquellos que no encajaban en ningún sitio, los que cargaban con diagnósticos mentales que los convertían en una molestia para el sistema. Aquí los enviaban cuando ya no había otra opción. Nadie quería adoptar a los "desequilibrados". Nadie quería que se mezclaran con niños "normales".

Y aunque lo llamaban "internado", Leah sabía la verdad. Era una jaula. Supervisores en cada esquina, cámaras de seguridad vigilando cada movimiento, puertas cerradas con llave, reglas estrictas y castigos silenciosos. Nadie escapaba.

Cuando llegó a la oficina de la directora, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. No estaba sola.

Había alguien más.

Un chico.

Estaba sentado frente al escritorio. Su presencia hacía que el aire en la habitación se sintiera más denso, cargado de una tensión que Leah no supo interpretar del todo.

Ella conocía bien ese lenguaje corporal. Sabía reconocer cuándo alguien no quería estar en un lugar. Pero en él, había algo más. No solo desagrado. No solo rechazo. Había furia contenida, una chispa de rabia que parecía a punto de encenderse con la menor provocación.

Lo observó con rapidez, tratando de analizarlo entre el caos de pensamientos que se agitaban en su cabeza. Tenía el cabello negro, lacio, cayéndole justo por encima de las orejas. Probablemente le harían cortárselo más tarde. En ese lugar, incluso el largo del cabello estaba regulado.

Pero lo que realmente llamó su atención fueron sus ojos.

Grises. Fríos. Penetrantes.

Leah sostuvo su mirada por un instante antes de apartarla. Nerviosa.

Las cejas pobladas fruncidas, la mandíbula tensa.

Y aun así, en él había algo diferente. Algo que la obligó a mirarlo una vez más.

El recuerdo se desvaneció tan rápido como había llegado, dejándola con una sensación de vacío en el pecho. Leah parpadeó, sintiendo su respiración entrecortada. A veces, su propia mente le jugaba en contra, arrastrándola a momentos que preferiría olvidar.

Un tirón en la manga de su blazer la trajo de vuelta al presente.

—Leah… —La voz de Summer la hizo reaccionar.

Giró la cabeza y encontró a su hermanita mirándola con el ceño fruncido. Summer no solía preocuparse por muchas cosas, pero parecía haber notado algo en su expresión. Tenía nueve años y una cabellera roja, rizada y rebelde, ojos azules como su hermana mayor.

—¿Qué pasa? —preguntó, tratando de sonar normal.




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