sótano
Evan
Evan caminaba a paso rápido por los pasillos, sintiendo la urgencia de llegar al comedor antes de que se terminara la cena. No es que la comida del internado fuera algo digno de anticipación, pero tampoco quería irse a la cama con el estómago vacío.
Estaba tan concentrado en su propio apuro que casi no vio a la pequeña figura que se interpuso en su camino. Una cabellera rojiza se movía con energía, y unos pasos apresurados resonaban contra el suelo de baldosas.
—Eres Evan, ¿verdad? —La voz infantil lo detuvo en seco.
Parpadeó, sorprendido al encontrarse con una niña de ojos grandes y expresión decidida.
—El que se queda viendo a mi hermana en el comedor.
Evan se tensó.
—¿Qué quieres? —preguntó, quizás con demasiada brusquedad, porque la niña se encogió un poco ante su tono.
Bien, tal vez no tenía la mejor habilidad para tratar con niños. Nunca había tenido hermanos, ni primos pequeños que cuidar. Ser hijo único significaba que la interacción con niños de la edad de Summer era algo completamente ajeno para él.
Respiró hondo y se arrodilló para quedar a su altura, intentando sonar menos intimidante.
—¿Qué pasa?
Summer lo miró fijamente, con la seguridad de alguien que no aceptaría una negativa.
—Es Leah —dijo con urgencia—. Unos chicos la acorralaron y tienes que ayudarla.
Evan se puso de pie de inmediato, su cuerpo reaccionando antes que su mente.
—¿Dónde está? —preguntó, la preocupación encendiéndose en su pecho como una chispa lista para convertirse en incendio.
Summer, según la placa en su uniforme, lo agarró de la mano con fuerza y lo jaló hacia afuera. El ambiente se estaba volviendo cada vez más oscuro, solo iluminado por las farolas que proyectaban sombras alargadas en el suelo. Evan no necesitó muchas explicaciones; el tono de urgencia en la voz de la niña le bastaba.
Summer lo condujo por un pasillo lateral del internado, doblando rápidamente una esquina. El olor a basura y humedad se hizo más fuerte a medida que se adentraban en un área menos transitada, donde los contenedores se apilaban contra las paredes de ladrillo.
Y entonces la vio.
Leah estaba en el suelo, encogida contra la pared, su respiración entrecortada. Frente a ella, un chico y una chica la acorralaban.
Evan apenas tuvo tiempo de procesar lo que veía antes de que el chico la agarrara bruscamente del cabello, obligándola a mirarlos. Leah soltó un jadeo ahogado, y en ese instante, la chica le propinó una patada directa al estómago.
Leah se dobló de dolor, sus brazos envolviéndose instintivamente alrededor de su abdomen.
Evan vio rojo.
El impulso de correr y hacer algo lo consumió, pero sintió la pequeña mano de Summer aferrarse a la suya con urgencia.
—Tienes que hacer algo —susurró ella, con los ojos muy abiertos.
Fue entonces cuando los agresores se dieron cuenta de su presencia.
El chico soltó el cabello de Leah y se giró lentamente, su expresión oscilando entre la molestia y la diversión cruel. A su lado, la chica se cruzó de brazos con una sonrisa arrogante, como si disfrutara del espectáculo.
Evan sintió su mandíbula tensarse. No pensó en lo que haría a continuación, no lo planeó. Solo supo que no podía quedarse quieto viendo aquello.
—Vaya, vaya… si es el nuevo retrasado.
Evan reconoció la voz al instante. Era el mismo imbécil con el que había chocado el segundo día en el internado.
—Suéltala —dijo con voz firme, señalando a Leah.
Ella seguía en el suelo, abrazando sus rodillas, respirando agitadamente, con la mirada clavada en el piso como si quisiera desaparecer.
—¿O qué? —se burló la chica, sin moverse de su lugar.
—¡Dejen a mi hermana en paz! —chilló Summer con una determinación feroz.
Pero su valentía solo provocó más risas. El chico soltó una carcajada burlona y la chica sonrió con diversión, inclinando la cabeza con fingido interés.
—Oh… ¿también quieres recibir lo mismo que tu hermanita, pequeña?
Summer dejó escapar un pequeño jadeo y, sin pensarlo, se escondió detrás de la pierna de Evan, temblando.
Ese simple gesto pareció despertar algo en Leah. Levantó la vista, con los ojos aún empañados por el dolor, y entonces Evan vio su mejilla enrojecida, como si ya hubiera recibido un golpe antes de que él llegara.
Su estómago se contrajo.
—No serías capaz —dijo Evan en un tono peligroso, clavando sus ojos en la chica.
Ella se limitó a alzar una ceja, divertida.
—Pruébame.
Evan sintió que algo dentro de él se encendía, como un fuego listo para arder. Y esta vez, no iba a retroceder.
Evan no lo pensó dos veces.
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Editado: 13.02.2025