Experimento A #1

Capítulo 5

patio

Evan

La noche del sótano.

Evan intentaba convencerse a sí mismo.

No estaba nervioso.

No estaba nervioso.

No estaba…

¡A la mierda, sí lo estaba!

Su experiencia con las chicas no era exactamente nula, pero tampoco tenía algo de lo que presumir. La mayoría de las que se le habían acercado en la preparatoria lo habían hecho por su apellido: Ainsworth. Una reputación que pesaba más de lo que cualquiera podía imaginar.

Su padre y su tío dirigían una de las editoriales más grandes del país, una empresa que no solo publicaba libros, sino que también los traducía, los diseñaba, los traía a la vida. Su madre, una lectora insaciable, había sido la musa detrás de todo, su padre se aseguraba de que siempre tuviera acceso a las historias antes que el resto del mundo.

Pero siempre había un problema, siempre había alguien que quería algo de ellos.

Por eso, a lo largo de su vida, cada vez que alguien le gustaba, la historia terminaba igual. No importaba cuán bien fuera la primera cita o cuán genuinas parecieran al principio. Tarde o temprano, llegaba la pregunta.

"¿Y cómo es crecer en una familia como la tuya?"

"¿Tu apellido significa que nunca tendrás que preocuparte por dinero?"

"¿Conoces escritores famosos?"

Y en ese momento lo entendía. No les interesaba él. Solo lo que su nombre podía ofrecerles.

Pero Leah… Leah era diferente.

Dormía en su regazo, completamente ajena al caos que se revolvía dentro de él. Su cabello rojo, un enredo de rizos salvajes, se desparramaba sobre sus piernas. Su respiración era suave, acompasada, pero su rostro seguía tenso, como si incluso en sus sueños estuviera en guardia.

Evan no podía evitar mirarla. Sus pecas se extendían como constelaciones sobre su nariz y pómulos, y esas ojeras profundas que deberían restarle encanto, en cambio, la volvían hipnotizante. No parecían solo producto del cansancio. Eran una historia no contada, una marca de lucha constante.

Esto no era nuevo. La había observado antes. Y ella lo había notado, todas las veces.

Durante las clases de matemáticas, en el comedor o en los pasillos. No podía evitarlo. Había algo en ella que lo atrapaba.

Ezra, por supuesto, lo había notado de inmediato. Y lo había usado en su contra cada vez que pudo. Incluso Axel, con su silencio eterno, había dejado escapar una sonrisa burlona en más de una ocasión cuando lo descubrió mirándola demasiado.

Pero ahora, sin nadie que lo molestara por ello, sin necesidad de disimular, se dio cuenta de cuántas cosas había evitado mirar de cerca.

Leah estaba alarmantemente delgada.

Sus manos, a pesar de los puños cerrados con los que dormía, se veían frágiles.

Y por un instante, Evan se preguntó qué la mantenía tan tensa incluso en sus sueños.

¿Por qué siempre parecía estar siempre alerta?

Evan apoyó la cabeza contra la pared, exhalando lentamente en un intento de tranquilizarse. Una idea persistente lo atravesaba con fuerza, una necesidad que hasta ahora solo había sido un susurro en el fondo de su conciencia: quería entenderla.

No solo observarla de lejos, como había hecho tantas veces. Sino realmente conocerla.

Saber qué pensamientos cargaba en esa mente siempre alerta, qué sombras se escondían tras sus ojos cansados. Qué la había convertido en la chica que era ahora.

Bajó la mirada a Leah, que seguía dormida sobre su regazo. Su respiración era pausada, pero no tranquila. Sus párpados se contraían levemente, como si en cualquier momento fuera a despertarse sobresaltada. Como si incluso en sus sueños necesitara estar preparada para algo.

Evan sintió el impulso de deslizar los dedos entre sus rizos, de memorizar la textura de su cabello, de descubrir si era tan suave como imaginaba. Pero se contuvo.

Esto no era un sueño.

No era una de esas historias que su madre solía devorar en las noches.

Era la vida real.

Y la vida real tenía límites, reglas no escritas que él se obligaba a respetar.

Aun así, mientras la observaba, tan fuerte y a la vez tan vulnerable, una pregunta se instaló en su pecho, una que no lo dejaría en paz.

¿Ella también se sentía tan sola como él?

Apostaba todo que sus padres habrían amado a Leah.

Evan despertó antes que los demás, como de costumbre.

El sueño siempre había sido una batalla perdida para él, un enemigo silencioso que se escurría entre sus dedos cada noche. Desde la muerte de su madre, el insomnio se había convertido en su sombra, y este lugar solo lo empeoraba. Sin embargo, esta vez, no fueron sus propios demonios los que lo mantuvieron despierto, sino Leah.

Se removía inquieta, atrapada en una pesadilla que la hacía murmurar palabras ininteligibles. Por un momento, Evan solo observó, sin saber si debía intervenir. Pero cuando su respiración se volvió más errática, como si estuviera al borde de un grito, instintivamente colocó una mano sobre su cabello y susurró su nombre con suavidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.