habitación secreta
Evan
La directora observó la escena con una sonrisa de satisfacción antes de girarse y salir del sótano, llevándose a Leah y Axel consigo. Sus tacones resonaron en los escalones de concreto, cada impacto resonando con un eco cruel en la oscuridad, hasta que la puerta se cerró con un golpe sordo.
El silencio que quedó atrás fue insoportable.
Evan permaneció en el suelo frío, sintiendo su propia respiración entrecortada, el eco de los gritos de Leah y Axel aún vibrando en sus oídos. Junto a él, Ezra estaba inmóvil, con la mirada fija en el suelo, los puños apretados hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
Un nudo de impotencia se cerró en la garganta de Evan mientras su mente se llenaba de imágenes de lo que podría estarles sucediendo a Leah y Axel. Cada pensamiento era peor que el anterior, cada uno más retorcido y aterrador.
—Van a estar bien… tienen que estar bien… —murmuró, pero su voz sonó débil, apenas un susurro.
Ezra no respondió. No hacía falta. El dolor en su rostro hablaba por sí solo.
El tiempo se volvió irrelevante. Minutos, horas… no lo sabían. Cada segundo se sentía como una tortura lenta, como si el mundo entero se hubiera detenido para prolongar su agonía.
Entonces, la puerta se abrió de golpe.
Evan sintió su corazón detenerse.
Dos supervisores entraron al sótano, arrastrando a Leah y Axel con la facilidad con la que se desecha un par de muñecos rotos.
Los arrojaron al suelo sin cuidado. Leah cayó de lado, su cuerpo inerte, respiraba de manera lenta y pausada, su cabello revuelto cubriéndole parte del rostro. Axel aterrizó boca abajo, soltando un débil gemido de dolor.
Evan reaccionó antes de pensar, lanzándose hacia Leah. Cayó de rodillas junto a ella y le tomó la cara con ambas manos.
Estaba fría. Demasiado fría.
Un delgado hilo de sangre descendía desde la comisura de sus labios. Tenía el rostro cubierto de pequeños cortes y hematomas que resaltaban contra su piel pálida. Evan deslizó la vista por su cuerpo y sintió que el estómago se le revolvía.
Su ropa estaba hecha jirones.
Y su cabello…
Se lo habían cortado. Tijeretazos irregulares, como si alguien lo hubiera hecho con una saña casi infantil.
La furia se encendió en su pecho, abrasadora, pero no podía detenerse en eso ahora.
—Leah… —su voz se quebró. No hubo respuesta.
Ezra cayó junto a Axel, con el rostro desencajado por el terror. Sus dedos temblaban mientras intentaba desatar los cables que le cortaban la piel de las muñecas.
—¡Aguanta, Ax! ¡Por favor, no cierres los ojos! —le rogó, pero Axel apenas pudo soltar un murmullo ininteligible. Intentó decir algo, pero solo un débil sonido escapó de sus labios antes de perder el conocimiento, su cuerpo colapsando en los brazos de Ezra.
Evan intentó liberar a Leah, pero sus heridas lo hicieron dudar. Cada roce, cada intento de moverla, arrancaba un gemido ahogado de su garganta inconsciente. Sus manos temblaban, la impotencia trepándole por la piel como un veneno.
Ezra, aún luchando por desatar los cables de Axel, levantó la vista hacia él. Su expresión era un reflejo del mismo pánico que lo consumía.
La puerta del sótano se abrió con un chirrido escalofriante. Evan apenas tuvo tiempo de intercambiar una mirada con Ezra antes de que los supervisores irrumpieran en la habitación como sombras al acecho.
Un par de manos lo sujetaron con fuerza. Se retorció, golpeando con los codos, pateando, haciendo lo que fuera para liberarse. Logró zafarse por un segundo, pero otro supervisor lo atrapó por la espalda. Un puño seco en el estómago le arrancó el aire de los pulmones.
Cayó de rodillas, jadeando.
A su lado, Ezra tampoco corrió mejor suerte. Intentó luchar, lanzando puñetazos con la poca fuerza que le quedaba, pero los supervisores lo redujeron en cuestión de segundos. Uno de ellos le torció el brazo con brutalidad y lo empujó contra el suelo.
Evan apenas podía pensar, con el cuerpo encorvado por el dolor. Trató de incorporarse, pero unas manos lo sujetaron con más fuerza.
Entonces lo sintió.
Un ardor punzante en el cuello. Algo afilado perforándole la piel.
Un calor anormal recorrió su cuerpo. Su visión se volvió borrosa al instante, como si su sangre se hubiera vuelto espesa y cada latido lo arrastrara más rápido hacia la inconsciencia.
—Leah… —susurró, su propia voz sonando distante.
La habitación comenzó a girar.
Las luces se desdibujaron, los sonidos se distorsionaron hasta convertirse en ecos lejanos.
El suelo pareció desvanecerse bajo él. Y entonces, la oscuridad lo consumió.
Evan despertó con un sobresalto, su cuerpo sacudido por una oleada de dolor que se propagó desde su nuca hasta la punta de los dedos.
Su visión era un torbellino borroso, cubierta por una neblina espesa que no le permitía distinguir los contornos de la habitación. Un zumbido penetrante retumbaba en sus oídos, distorsionando cualquier sonido a su alrededor.
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Editado: 24.04.2025