Experimento A #1

Capítulo 9

pasillo de mujeres

Evan

Evan despertó sobresaltado, con la respiración entrecortada y el corazón martillándole el pecho. Durante un instante, quedó atrapado en la confusión entre el sueño y la realidad, sin saber si el grito que resonaba en su mente había sido real o solo un eco de sus pesadillas.

Pero ya no eran los mismos sueños de siempre. No revivía el accidente de su madre ni el día en que su tío mató a su padre. No. Ahora era Leah.

Supervisores sujetándola con fuerza, su cuerpo forcejeando inútilmente, el terror pintado en su rostro. El sonido de su voz desgarrada gritando su nombre. Evan trataba de alcanzarla, pero sus piernas no respondían. Un vacío inmenso lo devoraba desde dentro mientras la veía desaparecer.

Se pasó una mano temblorosa por el rostro, intentando sacudirse la sensación pegajosa del miedo. Pero la imagen de Leah, con los ojos muy abiertos y la desesperación reflejada en cada fibra de su ser, seguía clavada en su mente como una espina imposible de arrancar.

Soltó un suspiro y se incorporó lentamente. Sus músculos protestaron con rigidez, el cuerpo resentido por la tensión acumulada. Al echar un vistazo al reloj, notó que ya había perdido la primera clase y el desayuno. No le importó. Lo último que quería era estar rodeado de gente, fingiendo que todo estaba bien cuando claramente no lo estaba.

Se arrastró hasta el armario en busca de ropa limpia. Necesitaba despejarse. Una ducha le ayudaría a salir de su propia cabeza, al menos lo suficiente para dejar de pensar en los gritos, en la mirada aterrorizada de Leah, en la sensación de que estaba fallando cuando más importaba.

Las duchas comunitarias estaban vacías, tal como lo había esperado a esa hora. Agradeció el silencio mientras dejaba la ropa a un lado y se acercaba al espejo.

Su reflejo le devolvió la mirada, pero apenas se reconoció. Su rostro estaba demacrado, con profundas sombras bajo los ojos que no recordaba haber visto antes. Los moretones habían adquirido un tono amoratado, oscureciendo su piel con marcas de violencia que parecían hundirse más allá de lo físico.

Sus pómulos estaban más afilados, como si en cuestión de días hubiera perdido peso. Pasó la lengua por su labio roto y sintió el ardor inmediato de la herida. Se quitó con cuidado la mariposa de la ceja, pero apenas lo hizo, notó la cicatriz que se extendía hasta el final de su ojo. No era la única. Más abajo, otra nueva marca surcaba su piel desde la comisura de los labios hasta la barbilla.

Los supervisores tenían puños de hierro.

Cerró los ojos y apoyó las manos en el lavabo, tratando de ignorar el temblor incontrolable en sus dedos. Inspiró hondo, dejando que el sonido del agua goteando llenara el silencio opresivo del baño. Pero ni siquiera eso ayudaba a calmarlo.

Sus aún dientes castañeteaban levemente y aun sentía la vibración extraña recorría su cuerpo. ¿Cómo era posible que todavía temblara incluso cuando habían pasado horas del último choque eléctrico?

Su mirada bajó a su brazo derecho, a los tatuajes que cubrían su piel. En la parte interna, la tinta marcaba fechas que jamás olvidaría: los años de nacimiento y muerte de sus padres. Pero ahora, alrededor de esas marcas, su piel estaba amoratada, con pequeños puntos oscuros que evidenciaban múltiples pinchazos recientes.

¿Qué le habían hecho mientras estaba inconsciente?

El pánico se enredó en su garganta. Pasó los dedos con cuidado sobre su piel, sintiendo la leve hinchazón bajo las yemas. Lo habían inyectado. Pero ¿qué? ¿Por qué?

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Quería sentirse en control, encontrar una manera de arreglarlo todo, de entender qué le habían hecho. Pero lo único que sentía era el peso de la impotencia, aplastándolo hasta que apenas podía respirar.

Y, sobre todo, el miedo.

Miedo de que, por más que lo intentara, nunca fuera suficiente para proteger a Leah.

El día en el internado avanzó con una lentitud exasperante, como si el tiempo se hubiera estancado en una bruma pesada y asfixiante. Cada paso que Evan daba por los pasillos junto a Ezra venía acompañado de susurros sigilosos pero persistentes. Eran como un eco que los perseguía, especulaciones sobre lo que había sucedido la noche anterior.

Pero lo que más se repetía en las conversaciones ajenas era la ausencia de Axel y Leah. Su desaparición durante toda la jornada solo intensificaba el misterio, empujando los rumores sobre los suicidios recientes a un segundo plano.

Evan intentó ignorarlos, centrar su atención en sus clases, pero fue inútil. La preocupación por Leah se clavaba en su mente como un aguijón constante. Cada vez que entraba a un aula, su mirada se desviaba instintivamente hacia su asiento vacío, esperando verla allí, aunque supiera que no iba a aparecer. Matemáticas se sintió interminable, y aunque tenía su cuaderno abierto frente a él, no escribió ni una sola palabra.

Las miradas furtivas, los cuchicheos sofocados, las risitas contenidas a su alrededor… La presión se hacía insoportable. Se sentía atrapado en una jaula invisible, observado y diseccionado por cada persona que pasaba a su lado.

Después de dos clases más en las que apenas pudo mantener la compostura, encontró a Ezra en el pasillo. Su amigo tenía el ceño fruncido y una expresión de frustración apenas contenida. Tenía el ojo amoratado y sus costillas no habían mejorado mucho, según él.




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