Experimento A #1

Capítulo 14

mundo exterior

Evan

El silencio en la camioneta del oficial era denso, casi sofocante. Nadie hablaba. Nadie parecía tener ánimo para hacerlo. Todos vestían de negro. El único contraste era el rojo vibrante del cabello de Leah, iluminado por la luz que se filtraba a través de la ventana.

Ella iba en el asiento del copiloto, con la cabeza ligeramente inclinada, observando el paisaje. Sus dedos tamborileaban suavemente contra la puerta. Era la primera vez que salía del internado desde que tenía once años, la primera vez que pisaba Warwood.

Ezra y Axel, sentados a su lado, también miraban el camino con atención. Para ellos, esta ciudad era un misterio, pero para Evan, no tanto. Warwood no le era completamente ajeno. Había estado allí un par de veces acompañando a su padre en asuntos de negocios. No era tan diferente de Coldcity, aunque había una diferencia notable: la vegetación. Coldcity estaba rodeada de un frondoso bosque, con el aire siempre impregnado del aroma de los pinos. Warwood, en cambio, tenía un paisaje más abierto, pero de alguna manera más ajeno.

Y luego estaban las pulseras. Malditas pulseras naranjas con letras blancas que llevaban en sus muñecas como si fueran ganado marcado: “Visitantes del Internado Andrade.” Pero en su mente, Evan leía algo muy diferente: “Propiedad del Internado Andrade. Devuélvase si se escapa.” Le resultaba imposible no pensar que llevaban un GPS incorporado.

La ceremonia en la iglesia pasó como un borrón. Había muy pocas personas: ellos cuatro, el oficial York, una chica de su edad con cabello naranja, posiblemente su hija, y otro policía que estaba involucrado en el caso. La iglesia era pequeña, pero la sensación de vacío era abrumadora.

Evan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La escena le recordaba demasiado al funeral de su padre: un ataúd, algunas caras conocidas, un puñado de guardias rindiéndole honores, los que habían sobrevivido y estaban en rehabilitación. No familiares. No amigos cercanos. Solo un evento mecánico, un cierre obligatorio para algo que jamás terminaría de asimilarse.

Se obligó a mirar de reojo a Leah. Su expresión era estoica, demasiado quieta, demasiado controlada. Evan sintió el ligero apretón de Leah en su mano. Su agarre no era fuerte, pero transmitía más que cualquier palabra. En su otra mano, ella aún sostenía el pequeño ramo de margaritas blancas, las mismas flores que todos llevaban. Le recordaban a Summer, a su risa brillante y a la inocencia que nunca debería haberse apagado.

Quería decirle algo, cualquier cosa, pero ¿qué podía decir que no sonara vacío?

Cuando el sacerdote terminó su discurso, llegó el momento de dar el pésame, pero no duró mucho. Una figura se acercó directamente a Leah: la hija del oficial York.

—Lamento tu pérdida —dijo con voz suave—. Sé que no me conoces, pero conoces a mi padre. —Hizo un leve gesto con la cabeza hacia el oficial York, que hablaba con el oficial Daniel—. Soy Hadil York.

Leah, con una expresión sorprendida, dejó las flores sobre el banco antes de estrechar la mano que Hadil le ofrecía.

—Sé que este no es el mejor momento, pero… —Hadil dudó un instante antes de continuar—. Me alegra que pronto estés en la vida de Daniel. Creo que le hará bien.

Evan vio cómo los ojos de Leah volvían a llenarse de lágrimas, pero esta vez había algo más en su mirada.

—Gracias… —susurró con una pequeña sonrisa antes de apartarse para caminar hacia su padre.

—Voy a verla.

Evan tragó saliva.

—¿Quieres que vaya contigo?

No estaba seguro de ser capaz.

La idea de mirar a Summer, de verla sin vida dentro de ese ataúd, lo paralizaba. Recordaba demasiado bien lo que había sentido al ver el cuerpo de su madre. La primera vez apenas pudo soportarlo, terminó vomitando por todo lo que estaba pasando. Con su padre, ni siquiera se atrevió a intentarlo.

Leah negó con la cabeza.

—No. Le voy a pedir a Daniel que venga conmigo.

Le tendió su ramo, confiándole las flores. Evan las tomó con cuidado y la observó alejarse con pasos temerosos.

El oficial Daniel la vio acercarse y, sin dudarlo, la rodeó con un brazo por los hombros. Inclinó la cabeza hacia ella, escuchando atentamente lo que Leah le decía en voz baja.

Lo próximo que Evan vio fue a Leah y al oficial Daniel acercándose al ataúd. Su pequeña figura temblaba visiblemente mientras avanzaba con pasos vacilantes. Apenas llegó, levantó una mano temblorosa y la apoyó contra el cristal, como si pudiera tocar a Summer una última vez.

Evan sintió el impulso de ir hacia ella, de sostenerla, pero sabía que Daniel estaba allí por una razón. Él la protegería en ese momento, de la misma forma en que Leah siempre había protegido a su hermana.

A su lado, Ezra y Axel se acercaron en silencio.

—El oficial me dijo que le compró otro vestidito y le puso una tiara —murmuró Ezra, su voz apenas un susurro.

Evan sintió cómo su corazón se desmoronaba. Su garganta se cerró de inmediato y, sin previo aviso, las lágrimas comenzaron a escaparse de sus ojos.

—Joder, hombre —murmuró, pasándose una mano bruscamente por la cara para secarlas, pero no sirvió de nada.




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