Experimento A #1

Capítulo 15

consultorio

Evan

El doctor Rames subió las escaleras sin mirar atrás. Evan intentó seguirlo, pero Leah se quedó inmóvil, clavada en el piso.

—¿Qué pasa?

Leah evitó su mirada, fijando los ojos en el suelo.

—Si quieres que me vaya, puedo esperarte en tu habitación.

Evan frunció el ceño.

No le gustaba cuando hacía eso, cuando se cerraba en sí misma como si su presencia fuera un estorbo.

Con suavidad, levantó su mano y colocó un dedo bajo su mentón, obligándola a mirarlo. Esos ojos azules siempre lo atrapaban, incluso cuando intentaban esconderse tras un muro de inseguridad.

—Vamos — una leve sonrisa se dibujo en su rostro—, tienes que darme un abrazo después de la sesión. Voy a estar muy sensible y todo eso.

—Tonto–le dio un golpecito en su hombro, Evan rio.

Leah esbozó una sonrisa tímida, pero genuina. Con eso le bastó a Evan para saber que lo acompañaría.

Subieron juntos, con pasos lentos. Leah, para no resbalarse con sus medias; Evan, para no tropezar con su zapato flojo. Cuando llegaron al primer piso, caminaron por el pasillo hasta los consultorios. Había cuatro en total.

—Te esperaré aquí —dijo Leah, sentándose en el suelo contra la pared.

Evan le devolvió una mirada rápida antes de abrir la puerta del consultorio. Pero en cuanto cruzó el umbral, sintió cómo el aire se volvía pesado.

La directora estaba allí.

Sentada en un sofá individual, con una postura relajada pero calculada, y una sonrisa en los labios pintados de rojo. A su lado, el doctor Rames permanecía en silencio, observándolo con su eterna expresión indescifrable.

Evan sintió su cuerpo tensarse. Instintivamente, apretó el pomo de la puerta y la cerró con lentitud. Algo le decía que no iba a gustarle lo que estaba por venir.

—Querido, por fin llegas —dijo la directora con un tono casi afectuoso.

Era la primera vez que lo veía sonreír de forma genuina, y eso solo hizo que Evan se sintiera más inquieto.

—Siéntate, ven —invitó con un ademán.

Evan no se movió.

—Estoy bien de pie.

La sonrisa de la directora se mantuvo, pero su tono cambió, adquiriendo un matiz más afilado.

—¡Oh! Volveremos a la misma terquedad del primer día, entonces—se cruzó de piernas— Te sentaras antes de que los supervisores lleven a tu noviecita al sótano.

El estómago de Evan se hundió. Sus puños se cerraron con tanta fuerza que las uñas amenazaron con perforar su propia piel. Pero no le dio opción. Sin apartar su mirada de la directora, avanzó con pasos pesados y se dejó caer en el sofá frente a ella.

Su sonrisa se amplió, como si hubiera ganado un juego silencioso.

—Bien, ya nos estamos entendiendo.

El eco de sus tacones resonó en la habitación mientras se acercaba. Con un movimiento calculado, alzó una mano y enredó sus uñas pintadas de vinotinto en su cabello, tirando de él con fuerza.

Evan soltó un jadeo involuntario cuando su cabeza fue echada hacia atrás. El dolor irradiaba desde su cuero cabelludo, pero no hizo ningún sonido de queja. Su reacción fue automática: levantó un puño, listo para golpearla y hacer que lo soltara.

—Uy, yo no haría eso —susurró la directora con una dulzura venenosa—. Recuerda a tu noviecita.

Evan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

No podía arriesgarse. No podía perder el control. No cuando Leah estaba involucrada.

Así que, apretando la mandíbula hasta que dolió, bajó lentamente el puño.

La directora sonrió.

—¿Qué quieres?

La directora sonrió, una expresión felina pintada en su rostro.

—¿Yo? Todo —chasqueó los dedos y Evan vio un movimiento por el rabillo del ojo—. Pero por ahora, te quiero a ti, mi Experimento A.

Ese maldito nombre otra vez.

Su pecho subió y bajó con fuerza mientras la miraba con desconfianza.

—Tú eres la voz en la bocina —dijo con los dientes apretados.

La mujer rió, con diversión evidente en su tono.

—Veo que al menos tienes buen oído.

Evan se tensó cuando sintió su uña recorrer lentamente la piel de su cuello. Un escalofrío desagradable le erizó la nuca.

—¿Qué es eso de Experimento A? —preguntó con voz áspera.

La directora inclinó la cabeza con falsa dulzura.

—El Experimento A creará al soldado perfecto, y tú serás mi prueba más valiosa. No hay muchos con tu código genético, Evan.

Evan parpadeó, desconcertado. Tan ido que no se dio cuenta del pinchazo en su brazo.

Volteó con el ceño fruncido y vio al doctor Rames sacándole sangre con una jeringa.

—¿Qué carajo haces? —gruñó, arrancándose la aguja con un movimiento brusco. La piel se le abrió y la sangre goteó de la herida, pero ni lo notó. Solo veía rojo.




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