ercer piso
Leah
La luz blanca la cegó. La cabeza de Leah latía con un dolor sordo. Su respiración era agitada, sus muñecas ardían por la fricción de la cuerda, su boca estaba cubierta por cinta y la sensación de encierro le revolvía el estómago.
Ezra despertó a su izquierda con un quejido ahogado, intentando moverse sin éxito. A su derecha, Axel hizo lo mismo, sacudiendo la cabeza como si intentara despejarse. La cinta adhesiva sobre sus bocas les impedía hablar, pero cuando Leah giró su cabeza y miró a su alrededor, el miedo se instaló en su pecho.
Evan no estaba.
Su primer instinto fue entrar en pánico, pero se obligó a mantener la calma. Trató de hacerles entender a los dos que Evan faltaba, moviendo los ojos de un lado a otro con desesperación. Ezra captó el mensaje primero, Axel unos segundos después. Sus cuerpos se tensaron.
El sonido de tacones resonó en la habitación, el eco rebotando contra las paredes como un martillazo en sus cráneos.
La directora apareció con una impecable bata de laboratorio y una expresión de serena satisfacción. En su mano sostenía un pequeño control.
Apretó un botón y, de inmediato, la luz del techo se intensificó, revelando lo que había frente a ellos.
Evan estaba allí, atado igual que ellos, pero sin cinta en la boca. Su cabello estaba despeinado, su mirada desenfocada al principio, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Leah, su expresión cambió. Primero, alivio. Luego, furia.
—¿Qué mierda quieres ahora? —espetó con la voz ronca, forcejeando contra sus ataduras.
La directora esbozó una sonrisa calculada.
—Solo quiero charlar, querido Evan.
Nadie creyó ni por un segundo en la dulzura de su voz.
—¿Qué quieres? —preguntó de nuevo, su voz cargada de ira contenida.
La directora inclinó la cabeza, su expresión de pura diversión.
—Hoy será el día en que nazca mi Experimento A.
Evan se revolvió en su silla, luchando contra las ataduras.
—No voy a ser ningún puto experimento.
—Pero querido, no te estoy preguntando. No hay opciones.
Chasqueó los dedos, y de repente, Leah sintió algo frío presionándose contra su sien. Su respiración se volvió errática. Sabía lo que era. Su cuerpo entero se tensó. Una puta pistola.
Ezra y Axel se agitaron en sus asientos, forcejeando inútilmente contra las ataduras.
—¡Déjenla! ¡Ella no tiene nada que ver contigo! —rugió Evan, con la voz quebrándose de pura rabia.
La directora sonrió, disfrutando de la escena, y sin previo aviso, agarró a Evan por el cabello, inclinando su rostro hacia ella.
—Necesito que la ira te embargue, querido —susurró con dulzura venenosa—. Un incentivo. Tu mente está plagada de esa asquerosa dopamina; mi soldado solo debe tener furia en su sistema.
—¿Soldado? ¿Experimento? ¿Conejillo de Indias? —escupió —. ¿Qué carajos quieres que haga?
La directora sonrió con satisfacción.
—Bien, ya que estamos entrando en un acuerdo, te contaré. Y si te niegas… —Señaló al supervisor con la pistola, quien movió el dedo sobre el gatillo—, una sola orden mía y tu noviecita morirá.
Leah sintió cómo el arma se ajustaba con más presión contra su cabeza. Su corazón martillaba contra su pecho.
El supervisor apretó el gatillo.
El sonido hueco del disparo resonó en la habitación.
No hubo dolor.
Leah tembló, sus ojos bien cerrados, esperando el impacto… pero nada ocurrió.
—¡Leah! —gritó Evan, con el pánico latiéndole en la garganta.
Leah abrió los ojos con dificultad, sus pupilas dilatadas por el terror. A su lado, Ezra y Axel estaban pálidos. La directora se echó a reír con deleite cuando el supervisor, con una calma escalofriante, volvió a cargar la pistola y la colocó una vez más contra la sien de Leah. Su respiración se volvió errática, pero se obligó a mantener la calma, aunque el terror le atenazaba el pecho.
Evan, con la mandíbula apretada y los músculos tensos como un resorte a punto de romperse, intentó levantarse, pero las gruesas correas lo inmovilizaron contra la silla. Su respiración era agitada, y la furia le encendía los ojos.
—¡Basta! —rugió, su voz un rugido de pura rabia—. ¡Dime qué quieres de mí y deja a Leah fuera de esto!
La directora lo miró con satisfacción, como si acabara de obtener exactamente lo que quería.
—Ah… ahí está —susurró con deleite, inclinándose hacia él con una sonrisa gélida—. La furia, el instinto protector, la desesperación… fascinante.
Evan la fulminó con la mirada, su pecho subiendo y bajando con respiraciones furiosas.
La directora chasqueó los dedos y el supervisor retiró el arma de la cabeza de Leah, pero no sin antes deslizar el cañón con lentitud por su piel, en una amenaza silenciosa que le erizó la nuca. Leah contuvo el aliento, cada fibra de su ser temblorosa, pero no permitió que su miedo se reflejara en su rostro.
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Editado: 24.04.2025