Evan
DÍA 1
Jadeó, luchando por respirar. Intentó moverse, pero su cuerpo estaba restringido. Sus muñecas y tobillos estaban esposados a una camilla metálica. Tiró con fuerza, pero las ataduras no cedieron. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista en la luz cegadora que le apuntaba directamente a los ojos.
¿Dónde estaba? ¿Leah estaba bien? ¿Había logrado salir del incendio? La última vez que la vio, estaba paralizada, atrapada en medio del caos. ¿Habría encontrado la salida? Su cabeza palpitaba con un dolor insoportable. ¿Y los chicos? ¿Habrían salido con vida?
Entonces, un sonido familiar lo hizo tensar: el repiqueteo de unos tacones. El eco de los pasos se acercaba, y su piel se erizó. La directora.
El resplandor que lo cegaba se apagó de golpe, y segundos después, las luces generales iluminaron la habitación. Evan pestañeó varias veces, adaptando su vista al entorno, pero cuando por fin enfocó, su estómago se hundió.
Un laboratorio. Frío. Cargado con un hedor químico que le revolvió el estómago.
Ellos habían ganado. Lo habían cazado.
—Bien, ya despertaste —la voz de la directora tenía esa calma cruel que helaba la sangre—. Justo a tiempo.
A su lado, el doctor Rames hojeaba un portapapeles. Sus ojos se clavaron en Evan.
—¿Dónde está Leah? —gruñó Evan, su voz áspera y cargada de desesperación.
La directora chasqueó la lengua con fingida compasión.
—Oh, tu noviecita —hizo un gesto desdeñoso con la mano—. No tengo idea. Tal vez logró escapar, tal vez no. Tal vez su cadáver se esté pudriendo arriba en las cenizas del internado.
Evan sintió que su corazón se detuvo.
—¿Arriba? —murmuró con el ceño fruncido.
—Bienvenido a mi laboratorio, Experimento 001 —susurró ella con deleite—. Justo debajo del internado. Así que siéntate cómodo, porque nadie vendrá a buscarte.
Evan sintió una ola de náusea. Apretó la mandíbula con fuerza.
—Perra —escupió con veneno.
—Sí, supongo que lo soy —asintió con fingida modestia—. Pero, ¿sabes lo único en lo que puedo pensar? En tu novia y en tus amiguitos. En sus cuerpos consumiéndose por el fuego, reducidos a cenizas.
Evan sintió cómo la rabia lo consumía, ardía en sus venas como el incendio que los había separado. Tiró de las esposas con furia, el metal mordiéndole la piel, pero la directora solo rió.
Evan forcejeó con todas sus fuerzas, pero las correas de metal lo mantenían firmemente sujeto a la camilla. Su respiración se volvió errática cuando la directora presionó un botón en el panel de control. Un sonido metálico resonó en la habitación y, de repente, algo frío y pesado se cerró alrededor de su cuello.
Jadeó, sintiendo la presión de la gargantilla de metal ajustándose, restringiendo su respiración justo lo suficiente para recordarle que ella tenía el control.
—Me tienes miedo —su voz salió áspera, una sonrisa ladina se dibujó en su rostro—. Por eso me tienes enjaulado como un perro.
Ella inclinó la cabeza con fingida diversión, pero la chispa de rabia en sus ojos la delataba.
—¿Eso es lo que crees, querido? —murmuró mientras tomaba una jeringa de una bandeja metálica cercana. En su interior, un líquido rojo oscuro brillaba a la luz artificial—. Solo intento hacer que el proceso sea… menos doloroso.
Evan sintió un escalofrío recorrer su columna.
—¿Qué… qué proceso?
—Oh, ya lo verás. Sabes, los lavados cerebrales no son precisamente gentiles.
Su sonrisa desapareció en el instante en que la aguja perforó su piel. Un ardor abrasador se extendió por su bíceps, recorriendo su sistema como fuego líquido. Se tensó en la camilla, sus músculos contrayéndose involuntariamente.
Antes de que pudiera reaccionar, un casco descendió desde el techo y se ajustó firmemente alrededor de su cabeza.
—Tendremos que cortarte el cabello —comentó la directora con indiferencia mientras inspeccionaba su largo pelo—. Es una pena, realmente es bonito. Pero será un obstáculo.
Sus dedos recorrieron las marcas de tinta en su piel, como si estuviera estudiando algo insignificante.
—Qué tierno —se burló—. Lástima que no recordarás nada de ellos.
—Váyase a la mierda —masculló Evan entre dientes, sintiendo su cuerpo rebelarse contra la droga.
Ella ignoró su comentario, ocupada en ajustar algunas configuraciones en la pantalla táctil del panel de control.
—Te explicaré un poco cómo funcionará esto —dijo con tono casi didáctico—. Utilizaremos rayos gamma para erradicar de tu cerebro aquellos recuerdos que no nos sirven. Los que te hacen débil. Leah, tus amigos, tus padres… Todo eso desaparecerá.
Evan sintió una punzada de pánico que rápidamente se transformó en rabia pura.
—Los reemplazamos —continuó ella— con recuerdos nuevos. Información valiosa: datos del gobierno, códigos nucleares, la identidad de mis enemigos. Y, por supuesto, más emociones… funcionales. Ira. Odio. Destrucción.
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Editado: 24.04.2025