Experimento "Muerte"

Acto doce. Fuimos al hospicio. Un muerto, no muerto, muerto.

El baile de los muertos…que viven y no viven….

 

 

Sobrepasamos algunos matorrales, cada charco que pisábamos embarraba nuestro calzados. No era el mejor día para investigar. Mei, luego de que comentase lo que el diario informaba, era otra persona. Quería llegar al fondo del asunto como de lugar. Ahora sabía que mis ojos no estaban errados aquella vez que tuve que internarme aquí. Ella no era una leve imagen de mi mente, producto de la locura que me han inventado los médicos para traerme. Y digo invención porque algo ocurrió, y es lo que queremos saber con ella.

Hicimos unos metros y la puerta estaba cerrada.

  • ¡Ven por aquí Octavio!
  • Bien – Respondí – ¿Puede ser peligroso?
  • En estos momentos, el solo haber entrado al hospicio es peligroso Octavio.

Retiré la pregunta. Estábamos ingresando por una ventana abierta que se había estropeado, y un hueco grande estaba en el interior. Aquí dentro el lugar era tan espeluznante que no deseaba nada más que retirarme. El maldito hedor aquí era muy intenso. No era de extrañar, debido a que éste lugar albergaba cadáveres, de quienes por alguna razón perecieron. Lo inusual, es que guardaba demasiados.

Entramos con un salto. Primero Mei, que no le temía a nada, y luego detrás de ella, me aventuré yo, que le temía a todo. Tuve la sensación de estar aquí, cuando internado estaba, pero no era lo que veía ahora. Pilas y pilas de paquetes.

  • ¡Mei!, ¿Por qué hay tantos?
  • Demasiados, es verdad. No puede ser que haya tantos muertos aquí, en un manicomio.
  • Es más viable un cementerio, que un lugar como éste – Me dije – vayamos investigando
  • ¡De acuerdo!

Nos adentramos como si fuera una jungla. Todo el sitio estaba a oscuras, por lo que alumbramos con nuestros móviles para poder guiarnos. Entre bolsas y bolsas, Mei iba revisando. En cierto punto eran cadáveres. No controvertía ciencia alguna ello. El nauseabundo olor, generó que Mei sacase dos barbijos de su bolsillo de la chaqueta, y me dio uno.

  • Colócate esto. Será menos terrible
  • Gracias. Lo haré. Aunque ya estoy acostumbrado en las calles –
  • Es una desgracia, pero con las voces, te sirve para descubrir que está mal y que está bien. –

Ella avanzó por un sector diferente hacia la derecha, y yo fui hacia la izquierda. A medida que íbamos ingresando veíamos como se apilaban como si fueran paquetes de bolsas de verduras. Una arriba de otra hasta llegar al techo. El mausoleo desde la tierra fierra, tenía entradas subterráneas con rejas. Allí se oía el ruido del silencio que caminaba tranquilamente como una suerte de sereno. Era tan aterrador que no quería ni asomarme por esos barrotes oxidados que estaban con llave. Mei fue ingresando a otro corredor. El mausoleo, es eternamente inmenso en todos los sitios. Prácticamente llegamos a un punto en el cual debíamos pisar eso paquetes de carne fría, para continuar trayecto.

  • Esto es un asco – Comenté. Mei me escuchó y asentía, y fue acercándose hacia mí. Pronto detrás de ella algo se movía de manera sustancial. Eran leves, pero se movía. No quise gritar para no dar por enterado. Teníamos un poco de luz.
  • ¡¡¡Mei!!! – Di aviso, y señalé detrás de ella. Asintió y se dio media vuelta. El movimiento cesó. Un roedor salió de entre las bolsas, algo que la asustó y llevó sus manos a ella respirando con las palpitaciones del sobresalto. Fui hacia ella.
  • ¡Qué susto! – Continuaba con una respiración ante la inquietud
  • No te preocupes, también estoy un tanto intranquilo. Este lugar da escalofríos.

Sin querer, pise uno de los paquetes y caí al suelo. El pánico de sentir la carne, me caló los huesos que comenzaron a temblar con todo mi sistema nervioso.

  • Estas bien – tendió la mano Mei.
  • Si – Me tomaba la cabeza en cuanto me incorporaba. La bolsa se abrió y un rostro. Allí las voces volvieron a mi mente y comencé a sentir jaqueca
  • ¿Qué ocurre?
  • ¡Las voces! ¡¡Aaahhh!! – Me tomé la cabeza con mis manos. Era ese rostro.

Me lo miraba fijamente y se acercó corriendo su parche de allí mismo, y armándose de valor. El orificio de su ojo de vidrio artificial. Lo veía, veía a todos. Toda una legión como los guerreros de terracota, listos.

  • ¡¡Vámonos de aquí Octavio!! Ya no hay más nada que ver aquí.
  • ¡Bien! - Dije y fuimos pasando entre paquetes desde el fondo. En un costado sin darme cuenta tropecé con unas escaleras que daban lugar a un pozo, y fui descendiendo entre golpes de escalón
  • ¡Octavio!! – Gritó con cuidado Mei, que fue por mí.

Las escaleras daban con sótano, por lo que parecía. El suelo de tierra alrededor, con otras puertas con rejas con llave que tenían corredores.

  • ¿Estás bien? – Mei se dirigió a mí tan rápido como pudo. -
  • ¡Rayos! – Nuevamente me tomé la cabeza por el golpe. Tenía algunos moretones en la espalda. ¿Dónde estamos?
  • No lo sé…El mausoleo tiene muchas aberturas. Nunca había visto éste lugar. Se escucha pronto un ruido.
  • ¿Oíste?
  • ¡Shh! – Dice ella con su dedo índice en los labios. Iba haciendo mímica y señalaba a una punta cerca de una de las rejas de puerta selladas. Encendí mi móvil para alumbrar desde el suelo. Se veía como una cadena se movía aferrando algo. Mei no comprendía y tampoco yo. Nos levantamos del suelo y di dos paso, al alumbrar
  • ¡¡Grrrrrrrgrgg!! …¡Grrrrggrgr!!!!! – Se lanzó hacia mí y se detuvo frente a mi rostro. Un aliento pútrido y fuerte. Del miedo me lance hacia atrás. Mei lo alumbró
  • ¿Qué rayos es eso? – Nos preguntamos.
  • ¡¡Grrrgg!!




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